EL CIUDADANO ILUSTRE

El Ciudadano Ilustre es una película argentina estrenada el 2016. La revisamos tomando como pretexto el panorama desértico de la cartelera cinematográfica en estos días, previos a los estrenos de navidad y a la oleada de cintas candidatas al Oscar que nos inundará dentro de poco. No estoy seguro si esta película se estrenó en el circuito comercial del   país, pero con certeza puede encontrarse en los puestos de venta de DVD y Blue Ray.

El cine argentino ha logrado desarrollar un segmento altamente competitivo que de cuando en cuando es capaz de disputar la taquilla a los blockbusters de la globalización; El Secreto de sus Ojos (2009), Relatos Salvajes (2014), Gilda (2016), son algunos de los títulos que han logrado ese cometido. La fórmula sé compone una sólida alianza entre algunas productoras grandes(en muchos casos también ligadas a la  televisión),  el Estado, a través de los fondos de fomento nacionales, los grandes canales de televisión, especialmente Telefe y Canal 13, y los fondos de fomento internacional, léase el Programa Ibermedia. El Ciudadano Ilustre (2016) se enmarca en esta línea de producción y al igual que las cintas mencionadas ha sido un éxito, tanto de crítica como de público.

VIAJE AL PROVINCIANISMO

La película retrata el roce que tiene un intelectual contemporáneo de “alta gama”, ganador del Premio Nobel, con la dura realidad de la provincia, la que nos toca vivir todos los días a los latinoamericanos.

Daniel Mantovani es el personaje encarnado por el solvente Oscar Martinez, que atraviesa una aguda crisis creativa y que de improviso decide retornar después de cuarenta años a la pequeña población de la que es originario. “He pasado más de cuarenta años recreando a Salas (su pueblo natal) en mis libros, aunque nunca he podido volver allá”, es la frase que el personaje repite en un par de ocasiones y que resume el hilo narrativo de la trama. Por eso es que su asistente no puede ocultar su asombro, cuando su jefe le dice que ha decidido aceptar la invitación que ha recibido de las autoridades locales para ser declarado “ciudadano ilustre”, e insiste en asistir al pueblo sin ninguna compañía.

Uno de los mayores méritos de los realizadores Gastón Duprat y Mariano Cohn consiste en retratar en los primeros minutos la solidez intelectual del personaje, para lo cual recurren a dos largos monólogos; el primero en su discurso de aceptación del premio nobel y el segundo cuando perdido en la noche en medio de una solitaria carretera, relata una historia a su acompañante. Un riesgo asumido, dado que los largos relatos podían entorpecer el ritmo de la narración, aunque en este caso logran su cometido, y a ello contribuye la interpretación de Martinez. De ahí en adelante comienza un recorrido que  nos obliga a enfrentar algunos de los principales rasgos de nuestra idiosincrasia.

El Ciudadano Ilustre es en apariencia un retrato de las distintas formas en que los habitantes del “pueblo pequeño” (aldea, ciudad, país tercermundista), miramos lo que viene del “centro”, del mundo exterior, de la “modernidad”; nuestra relación con lo “exitoso”, con lo que brilla intensamente, sobre todo en estos tiempos de globalización. Y por eso también logra profundizar en su relato y en realidad acaba retratando las formas en que los habitantes de estos lares buscamos para “realizarnos”, para sobrevivir y adquirir algo de valor en medio de la marginalidad psicológica.

Por eso es que cuando Daniel va (re) conociendo a los distintos tipos que pueblan la “fauna” de Salas, también descubre las relaciones sociales y personales que existen en ella. De esa manera nos encontramos con el político que mezcla su voluntarismo con un fuerte sentido de la oportunidad, y que inevitablemente termina siendo corrupto. “Tú te vas a ir en unos días, pero yo me tengo que quedar para siempre” le dice al escritor, para justificar la alteración al resultado de un concurso de arte, frase similar a la de “cobro coima porque tengo muchos gastos” y tantas otras que justifican el sistema.

Poco a poco Daniel se va topando con el empresario (excelente Danny Brieva), cuya única fuente de autoestima viene a ser el machismo cotidiano, la exnovia filántropa – asistencialista, la joven decidida a utilizar cualquier medio, lease el sexo, para salir del pueblo (¿acaso gran parte de los iconos femeninos del mundo, no son pueblerinas que conquistaron la gran ciudad?). Aquellos que con causa justa o no pretenden acceder a los recursos económicos del recién llegado (clara referencia a las ongs) o los que sobreestimando su importancia ofuscan al invitado (las reiteradas invitaciones a cenar o almorzar), etc.

Un acápite especial, sin pierde, es el de la relación que Daniel entabla con el “mundo de la cultura” de Salas. Allí los realizadores retratan con lujo de detalle algunas de las características, generalmente miserables, de nuestro medio. La forma como el vínculo con el poder influye en el otorgamiento de distinciones y como a su vez estas distinciones se convierten en formas de escalamiento social. Daniel como jurado de un concurso de pintura, descalifica la obra el presidente del “circulo de pintores de Salas” y a partir de ese momento es objeto de la “crítica”, que se convierte (como ocurre en muchos de nuestros casos) en instrumento de amedrentamiento, complementada con el “amiguismo” y también como se da en otros tantos ejemplos, teñida de una pseudo – ideologización. Pero a pesar de una descripción tan cruenta, los realizadores no quieren cerrar todas las puertas: en los minutos finales Daniel se encuentra con un joven escritor amateur, al parecer talentoso y decide apoyarlo para publicar uno de sus trabajos.

EL CINISMO COMO HERRAMIENTA

Otro de los valores del guión de Andrés Duprat, es el de mantener la incógnita hasta el final, sobre las verdaderas intenciones de Daniel al regresar a Salas. En algún momento podemos pensar que se trata de una reivindicación personal, una búsqueda de raíces, o inclusive una autoinmolación para concretar eso que ya anunciaba en la ceremonia de aceptación del nobel; su definitivo apoltronamiento y conversión en una suerte de estatua viviente.

Pero todas las anteriores hipótesis al final resultan equivocadas. El retorno de Daniel es un acto utilitario, cargado de cinismo: el escritor al que se le habían agotado las ideas necesita “recargarse” regresando a su pueblo natal. Para él sus “raíces”, no son más que elementos utilitarios a la hora de escribir y si durante todo el metraje criticamos la mezquindad de los personajes, finalmente descubrimos que las actuaciones del protagonista están impulsadas por la misma sustancia.

En definitiva se trata de una película redonda, acabada en todos sus aspectos, especialmente en el guión. Útil para seguir conociéndonos un poco mejor.

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