“La favorita” de Yorgos Lanthimos

 

  1. Entre las películas que los consensos críticos mundiales han considerado, en estos días, las mejores de 2018, hay varias de una notoria peculiaridad. Extrañas en sus ritmos narrativos, inusuales en sus recursos expresivos, son cintas que acaso prueben que, más allá del buen y mal cine de voluntad clásica que consumimos a diario, vivimos también, tal vez, una nueva época de experimentación, de relatos que no solo imaginan un dominio sino la forma misma de inventarlo. Por ejemplo, “La favorita” de Yorgos Lanthimos.

 

  1. En “La favorita”, Lanthimos parece ejercitar su talento en un género tan rutinario en su país adoptivo, el Reino Unido, como el western en Estados Unidos o el jidai-geki en Japón: la “película de época” que retrata, con celo etnográfico, las intimidades algo llamativas de la nobleza. Su objeto es el reinado de Ana, la última monarca de la casa de los Estuardo, en Inglaterra a principios del siglo XVIII.

 

  1. Pero poco o nada interesan estos fastos históricos: podemos ver “La favorita”, con provecho, como si sucediera en un país inventado, en una época indefinida, entre personas que no existieron.

 

  1. Esa sensación –la de que se nos arroja a un universo histórico alternativo– es un efecto que la película persigue con deliberación. Lanthimos y sus guionistas incurren, para inducirlo, en anacronismos vistosos, como en cierta ciencia ficción: un baile en palacio se convierte de repente en una exuberante demostración de nuevas coreografías (¿break dance? ¿danza contemporánea? ¿disco?); los personajes se comunican en un inglés que no existe en una sino en varias épocas a la vez; se describen, en cámara lenta, pasatiempos de la nobleza que sospechamos espurios: ¿carreras de patos bajo techo? ¿lanzamiento recreacional de fruta podrida a gordos desnudos?

 

  1. Una rápida investigación de Internet nos desorienta aún más. Sí, es cierto: fuera de la película, la reina Ana también existió en esos lugares y también tenía gota y problemas estomacales; sí, hubo una consejera favorita, Sarah Churchill, la duquesa de Marlborough (antepasada de Winston), que fue reemplazada en sus funciones por otra, Abigail, prima pobre con talentos arribistas extraordinarios. Pero estas inútiles certezas de Wikipedia son sometidas, en la película de Lanthimos, a las sospechas desencadenadas por una representación que quiere llamar la atención sobre sí misma: todo, incluso la historia, deviene extraño y, al mismo tiempo, memorable.

 

  1. La reina Ana –según la película– se entretenía en el cuidado amoroso de 17 conejos, con frecuencia sueltos en su recámara. Eran el doloroso recordatorio –según la película– de sus 17 embarazos fallidos, de sus 17 abortos. Una parte de esto es cierto y otra no. ¿Cuál? En la película, esa distinción no importa.

 

  1. La distribución de películas demanda, como la de otras mercancías, mínimas claridades clasificatorias: ¿es para niños o para adultos? ¿Es para hombres o para mujeres? ¿Es un drama? ¿Es una película de acción, una comedia romántica, una de superhéroes, un thriller? ¿Es fiel a la historia o puro invento? Cuando estas claridades no son posibles, la confusión o incomodidad –del mercado, de los espectadores– no es infrecuente.

 

  1. Las dificultades clasificatorias en torno a “La favorita” son obvias. De hecho, basta revisar foros y sitios sobre cine para encontrarse con variantes del mismo reclamo: “No es lo que esperaba”. Y tienen razón: si es una comedia, a ratos muy chistosa, lo es a pesar de que nos conmueva su intensa melancolía; si es un drama, su empatía opera marcando distancias grotescas y violentas; si es una imprecisa etnografía de clase –desquiciada como cualquiera–, eso no impide que sea una historia de amor; y si reconstruye una época, es claro que omite, sin ninguna explicación, aquello que no le interesa: los hombres, por ejemplo, que son borrados o son payasos secundarios en el triángulo amoroso lésbico que ocupa el centro de la película.

 

  1. La persecución de la ilusión de realismo ha conducido hoy a tres maneras dominantes del diálogo en el cine: a) la repetición rápida, casi zombie, de frases hechas y estandarizadas, meros indicadores o señales de acciones y estados de ánimo (o sea: el diálogo en el cine comercial globalizado); b) la reproducción de algo que supuestamente suena como la gente “realmente habla”: un río de palabras entrecortadas, en frases tentativas y desarticuladas, todo envuelto en un aire de fingida improvisación; c) una parquedad hecha de silencios largos y monosílabos, típica en un “cine arte” para el que el lenguaje es el menos expresivo de los medios.

 

  1. En “La favorita”, Lanthimos y sus guionistas intentan resucitar algo que existía antes en abundancia en el cine y que hoy es un exotismo, una antigualla: el uso de diálogos que son brillantes, exactos y finales. Un crítico contaba que, viendo “La favorita”, había empezado a anotar las frases que consideraba citables; pero dejó de hacerlo porque eran todo el guion.

 

  1. Un noble joven irrumpe en el dormitorio de Abigail, que por ahora tiene el estatus de una sirvienta: “¿Vino a seducirme o a violarme?”, le pregunta. “Soy un caballero!!”, responde el joven ofendido. “Ah –replica, Abigail–, entonces a violarme”. La reina (Olivia Colman), al describir los atractivos de Abigail (Emma Stone) a su rival (Rachel Weisz), y en busca de provocar sus celos o ira, los resume con esta claridad: “Me gusta cuando me pone la lengua dentro”. (Estas excelencias no están, al parecer, lejos de la historia: La verdadera duquesa de Marlborough describió a su rival, Abigail, con igual economía: “A slut of state”, “una puta de Estado”).

 

  1. “La favorita” costó la modesta suma de 15 millones de dólares. Una buena parte de ese dinero probablemente fue destinado al salario de sus dos protagonistas famosas, Stone y Weisz. No hay en la película grandes desplazamientos, fiestas abarrotadas, extras a diestra y siniestra, tropas, drones sobrevolando las locaciones, muertes espectaculares. Lo que hay es: tres actuaciones excepcionales (recordaremos siempre la de Colman), un guion preciso y brillante (de Deborah Davis, que trabajó en él por 20 años) y un director que desfamiliariza, de maneras cautivantes, las costumbres de un género. Eso es suficiente.

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