“El problema de los tres cuerpos”: ciencia ficción (casi) china
En 2006, el escritor chino Liu Cixin, ya conocido en su país por sus cuentos de ciencia ficción, comenzó a publicar por entregas la novela “El problema de los tres cuerpos”, la primera parte de la trilogía “Remembrance of Earth’ Past”, que se ha traducido al español como “Trilogía de los tres cuerpos” (1.926 páginas). La novela se inspiraba vagamente en el problema físico del mismo nombre, que Liu había estudiado en sus años universitarios, mientras se preparaba para ser ingeniero informático. El comportamiento de tres cuerpos de igual densidad gravitacional es tan complejo que en la práctica resulta impredecible. En ese momento, la ciencia ficción china era todavía incipiente porque el género había estado prohibido, junto con la demás “basura occidental”, hasta cuando Liu era un niño suficientemente grande como para leer, de forma semi-clandestina, “Viaje al centro de la Tierra” de Julio Verne.
Pese a ello, a principios del siglo las condiciones para el despegue del género estaban servidas, pues China había comenzado su tumultuoso desarrollo tecnológico y, simultáneamente, su masiva despolitización. Y sufría, como todo el mundo, las consecuencias ambientales y sociales de la búsqueda frenética del goce que caracteriza actualmente al capitalismo, incluyendo al sino-capitalismo.
En 2010, el escritor vendió los derechos de adaptación fílmica de su novela por una pequeña suma a una productora china; aún no se había convertido en uno de los escritores emblemáticos de su país ni la novela había sido la primera asiática en ganar, tras haber sido traducida al inglés, el prestigioso premio Hugo de ciencia ficción. Maldita mala suerte. Luego de más de una década y tras varias versiones audiovisuales nacionales, estos derechos de adaptación fueron vendidos por la mencionada productora a Netflix por una suma no determinada, pero que se calcula ronda los 1.000 millones de dólares. Tal es el interés que despierta esta historia, considerada fundacional de la ciencia ficción china. Liu no parece sufrir mucho por su dramática falta de sincronización; considera que las cifras que ahora se manejan en este campo son “demenciales”. Como otros autores de ciencia ficción, tiende a ser moralista y, paradójicamente, conservador. Las soluciones que imagina para el clásico desafío de la invasión extraterrestre (que presenta con un giro innovador, como veremos) son de corte autoritario. En correspondencia, en la vida real Liu cree que la existencia del régimen chino es necesaria para poder controlar a sus numerosos compatriotas, ya que, según él, una forma de organización democrática conduciría al país al caos.
Como era previsible, la adaptación de Netflix de “El problema de los tres cuerpos” (2024), realizada por el estadounidense David Benioff, guionista de “Juego de tronos”, traslada la historia de China a Inglaterra y sustituye a los personajes chinos por un elenco multicultural, pero con un toque asiático por la presencia de varios actores con ancestros de este continente. El pase de manos causó la protesta de los chinos que logran ver Netflix (ilegalmente, ya que la plataforma está vetada en China).
El inicio de la trama sigue fijado en la Revolución Cultural china, en el asesinato del padre de la astrofísica Ye Wenjie (Zine Tseng y Rosalind Chao), tragedia que da lugar a los demás acontecimientos. La serie salta entre la vida de Ye bajo la opresión maoísta, que va flexibilizándose con el tiempo, y los hechos contemporáneos, ya en territorio occidental, que son resultado de las decisiones de esta mujer. Se produce una seguidilla de asesinatos de científicos que es investigada por el personaje más entrañable de la serie, Clarence «Da» Shi (Benedict Wong), expolicía contratado por una agencia mundial que, entre cigarrillo y cigarrillo, usa la modestia como instrumento de su eficiencia. Los asesinatos conducen a un “juego electrónico” (cuyo tema es, justamente, el de los tres cuerpos) de una tecnología que supera en mucho la terráquea. El juego sirve para reclutar a los más inteligentes y preparados seres humanos, ya que está en marcha la consabida invasión extraterrestre, solo que esta, esta vez, no se consumará de inmediato sino en 400 años, cuando las naves ya en viaje de los San Ti, que escapan de su inestable sistema estelar de tres soles, arriben a la Tierra. Obviamente, la especie invasora es más evolucionada, toda vez que puede viajar varios años luz sin morir; así que ha predicho que la tecnología humana avanzará muy rápido en el tiempo que le tomará llegar a sus naves. Entonces, para evitar que su invasión fracase, ha enviado a nuestro planeta unas supercomputadoras espías que tienen el tamaño de un protón y pueden viajar con la luz. A través de estas supercomputadoras, los San Ti saben todo lo que ocurre en la Tierra y reclutan ayudantes, pero, planteando un oscuro misterio (tan misterioso que uno se pregunta si no se trata de un error), al mismo tiempo alertan a la humanidad de su existencia. En fin, la cuestión interesante es cómo esta puede responder a una amenaza que recién ocurrirá en cuatro siglos.
Como se ve, la trama es tan original como Liu quiere que sean todas las suyas. La versión de Benioff incluso la mejora al no entrar en demasiados detalles sobre la institucionalidad dedicada a combatir a los alienígenas, como sí hace la novela, y al desenvolver la trama como una historia (en minúscula) de suspenso y no como la Historia (en mayúscula) de una etapa histórica del planeta. El suspenso, claro está, se complementa con el amor. Los “cinco de Oxford” son los jóvenes y ultrabrillantes científicos que, habiendo quedado involucrados por las tele-maniobras de los San Ti, ayudan a «Da» Shi y a su jefe, el expeditivo y cruel Thomas Wade (Liam Cunningham), a reaccionar frente a ellas. Y el tiempo alcanza para explorar las relaciones entre ellos, que pueden llegar a ser conmovedoras.
La serie está bien actuada y guarda un buen equilibrio entre el desarrollo de los personajes y las consabidas reflexiones pseudocientíficas típicas de este género, que suenan plausibles aunque por supuesto no lo sean. Terminado el visionado, el espectador se quedará angustiado por la cuestión de si los inversionistas de este proyecto sacarán suficiente dinero con esta temporada como para completar la trilogía con otras dos que adapten los libros faltantes. Y, en caso de ser muy impaciente, se sumergirá en las 1.926 páginas de los libros de Liu Cixin, que hasta ahora se han vendido en 11 millones de copias en todos los idiomas imaginables.