Inconsistencias y alegorías en Tu me manques

Si Tu me manques solamente pretendiera contar una triste historia de amor y de paternidad, cabría criticarle un puñado de inconsistencias narrativas.

De hecho, una historia en torno a un suicidio que no está plenamente justificado resulta débil.

Y se producen unas reacciones de los dos protagonistas –el enamorado y el padre del muerto– que tampoco resisten la prueba de la verosimilitud lógica; la relación entre ambos va alterándose sin mucha razón: al comienzo y al final su tono es trágico, al medio se aligera sin demasiada justificación; el padre no es en ningún momento el “monstruo” que podría justificar la muerte del hijo por mano propia: es apenas, en los momentos en que el personaje tiene mayor entidad, un hombre cargado de dolor, y en otros, un viejo un poco abobado que le sigue la corriente a los amigos de su hijo muerto. Por esta razón, la excelencia histriónica de Óscar Martínez no consigue configurar a un personaje íntegro, sin grietas… Y se podría mencionar otros errores de este tipo.

Pero Tu me manques no está principalmente abocada a contar una historia. A semejanza de la novela de ideas, lo que busca es desplegar un discurso, una concepción de la vida. Por eso, los personajes y los sucesos no se suceden de acuerdo a su propia dinámica narrativa, sino que se subordinan al objetivo discursivo… Aunque esta comparación quizá no sea suficientemente precisa. En realidad, esta película opera como lo hacía la literatura medieval: por medio de “exempla”, es decir, de un conjunto de cuentos pensados para enseñar, discutir, denunciar: para promover la virtud. En este marco, el hecho de que una escena no se concatene exactamente con la siguiente no interesa mucho: lo importante es que cada escena funcione por sí misma y que la suma forme, coralmente, un determinado mensaje de importancia social.

Esta estilización implica que Tu me manques recurra a diferentes niveles de explicación: a) el referencial: la historia del encuentro/desencuentro entre Sebastián (Fernando Barbosa), el exnovio homosexual del suicida Gabriel y Jorge, el padre de este; b) el meta-lingüístico: la entrevista entre Sebastián y un periodista sobre la obra que el primero está presentando –que, en última instancia, es el propio filme–; y, finalmente, c) el alegórico: la obra de teatro/danza que expresa corporalmente las cuestiones que en el resto de la película encuentran una expresión verbal.

También implica que el filme salte, aunque sea por breves momentos, de lo ficticio a lo verídico (cuando, hacia el final, Sebastián agradece a Martínez su participación en la obra y no se dirige a su personaje, sino al actor mismo). Finalmente, implica que el personaje Gabriel sea representado por tres diferentes actores, lo que le asegura una naturaleza metafórica.

Una vez más: esta superposición de mecanismos explicativos solo puede deberse a la existencia de una estrategia efectista.

¿Qué decir de esta clase de cine que he de llamar, sin propósitos peyorativos, “panfletario”, porque sirve principalmente para discutir, denunciar y promover? Pues, que puede ser importante, que puede ser poderoso, que puede tener utilidad social, que generalmente resulta polémico y controversial, que constituye un documento social, que incide en el debate público, que moviliza consciencias. Todo lo cual se aplica a este caso.

¿Y qué, en cambio, no es posible decir de él? Que sea capaz de lograr una comunicación íntima –no racional– con el espectador. Este es siempre un cine fundamentalmente racional. Por esto Tu me manques no logra conmover profundamente, pese a los excesos y regodeos melodramáticos de su final.

El talento del director y escritor del filme, Rodrigo Bellot, no está en cuestión, pese a los errores mencionados. Tampoco su audacia, que le alcanza para filmar lo que es —hasta donde recuerdo— la única escena de sexo homosexual consensuado de nuestra historia. Aunque no hubiera hecho otros aportes más, este sería suficiente para que lo respetáramos y apreciáramos. En esta ocasión, sin embargo, no ha logrado superar su mejor obra, la más misteriosa y profunda Dependencia sexual.

En el apartado de la excelencia artesanal –que tanto interesa a los bolivianos, por razones justificadas– hay que decir que Tu me manques muestra una factura superior a la de la mayoría de las producciones locales: algunas actuaciones, como la de Martínez o la de Rossy de Palma, constituyen por sí mismas un atractivo para el espectador.

Creo que el público boliviano necesita ver esta película, como creo que debe leer un libro de Rossana Barragán u otro de Rodrigo Hasbún: porque son obras importantes, cuyo conocimiento nos permite comprendernos y discutirnos a nosotros mismos. Y, por esta vía, también mejorarnos un poco.

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