De multiversos y resurrecciones
Hay unas cuantas figuras simples que constituyen los mitos y múltiples narraciones. Su poder comunicativo trasciende las épocas, los autores y los géneros. Una de esas figuras es, por ejemplo, una niña (con caperuza) que atraviesa un bosque en el que reside un peligro. Otra, un hombre (hijo de un dios) de fuerza descomunal. Otra más: alguien que ha recibido la picadura de una araña y adquiere las propiedades de este artrópodo: fuerza, instinto infalible, agilidad increíble.
Este tipo de metamorfosis ya las cantaba Ovidio el año 8 D. C. La adaptación moderna más conocida es la de Jack Kirby, Stan Lee y Steve Ditko para un cómic de Marvel en 1962. Gran éxito y la consiguiente decisión de repetir historias en torno a esta figura elemental una y otra vez.
El personaje que sufre la metamorfosis, Peter Parker, ha sido imaginado y dibujado como un muchachito de 15, un estudiante universitario, un joven blanco, uno de color, una mujer y hasta… un cerdo. Su entorno cercano, su tía May, su tío Ben, su novia Mary Jane, etc., se han retratado de diversas maneras también. Y ciertos elementos del mito, como la forma de adquisición de los súper poderes, la muerte trágica del tío Ben, etc., se han repetido y simultáneamente alterado de historia en historia. Llámesele instinto comercial, pero también es instinto artístico: Cuando uno está en posesión de una figura simple, que es materia de mitos y leyendas, no la suelta así como así.
Luego de dos y tres décadas de usar la misma figura de distintos modos, a varios creadores de cómics se les ocurrió la idea de juntar las diversas versiones de aquella en una sola historia. Nace así el “multiverso” (aunque, propiamente hablando, en torno a otros superhéroes antes que a Spider-man). No importa; con ello ya podemos hablar del título que hizo acampar a los nerds a las puertas de los cines para poder verlo cuanto antes y sin spoilers: “Sin retorno a casa”.
Como ya es de conocimiento público, esta cinta junta a los tres protagonistas de las películas de Spider-man para enfrentar a la coalición de villanos de estas mismas películas, todos convocados por un hechizo lanzado por Dr. Strange para lograr que la humanidad se olvide de la identidad del hombre arácnido. Esto no es lo más extraño del filme (finalmente su género es la ciencia ficción fantástica), sino el pío deseo el hombre araña actual y de sus cuates de impedir la muerte de los villanos y tratar, en lugar de eso, de “curarlos” por medios tecnológicos cambiando sus personalidades malvadas (existe algo esencialmente fascista en este propósito, pero dejemos este tema). Se trata de una decisión de trágicas consecuencias en la que, sin embargo, los Peter Parker 1, 2 y 3 perseveran. Su estrategia no resulta muy convincente, pero, claro, los nerds tienen teorías sofisticadas para subsanar esta debilidad. Mejor no discutir con ellos.
En todo caso, anotemos que los saltos entre tragedia (la resultante de la santidad de los arácnidos) y comedia (la consabida de los guiones de Marvel, que aprovecha la presencia simultánea de tres héroes idénticos y distintos a la vez) son abruptos e impiden que el público ría sin arrepentimiento o llore con autenticidad.
También que las peleas son entretenidas, pero a ratos confusas (como en circo de varias pistas), y que el final es potente y, como se espera, abre el camino a otras historias (alguna de Spider-man, supongo, aunque Tom Holland ya no parece de 15 ni a tiros, así que quizá todo recomience; y, por supuesto, la del multiverso del Dr. Strange).
No hay concepto sobre el arte más plenamente instalado en nuestra época que la sugerencia estructuralista de que todas las historias hablan, sobre todo, de otras historias.
Un alarde de esto lo hace “Matrix. Resurrecciones”, que también estuvo en nuestra cartelera en estos días. La cuarta entrega de la serie sobre un mundo controlado por máquinas que ponen a la humanidad a vivir en un metaverso (matrix) no hace otra cosa que referirse a las tres primeras y tratar de justificar con malabarismos verbales que una historia que ya estaba cerrada hubiera sido abierta de nuevo. Para ello recurre a una jerigonza pseudo filosófica que me dejó perplejo, desorientado y aburrido. “Matrix. Resurrecciones” es la prueba de que una cosa es contar de nuevo la misma historia (la idea de la existencia de una matrix es también una figura simple con mucho potencial mítico, por lo menos hasta que Zuckerberg la vuelva realidad) y otra bien distinta no poder salir de un tema, repetirse —pero como un viejo repite mil veces la misma anécdota—, chupar un hueso que ya no tiene carne. Una cosa es resucitar y otra no querer morirse. Pues para resucitar, es sabido, se necesita morir primero.