ELLE: El “testamento” de Paul Verhoeven
No parece casual que el director holandés haya reaparecido justo en esta época en la que la “incorrección política” está de moda. En unos casos ha mostrado una inclinación por el morbo que raya fácilmente en el mal gusto; en “Carne y sangre” (1985) por ejemplo, una princesa debía utilizar intensamente su sexualidad para sobrevivir entre un grupo de marginales; en “El hombre sin sombra” (2000), el protagonista utilizaba su invisibilidad para violar a una mujer, y en un caso más reciente, “El libro negro” (2006), una judía cuya familia había sido exterminada por los nazis, se ve obligada a seducir a uno de sus jerarcas como parte de un trabajo de inteligencia.
Pero donde el director ha sobresalido con mayor nitidez ha sido en superproducciones que han involucrado un empleo exagerado de la violencia, tales como “Robocop” (1987) y sobre todo “Total Recall” (1990), sin duda su trabajo más acabado. Allí la banalización de la violencia (cráneos que chocan en primer plano contra el suelo, mutilaciones y deformidades diversas), acompaña a estructuras narrativas ágiles y bien resueltas. En “Starship Tropers” (1997), sin embargo, Verhoeven desarrolla un guión que, más allá de toda coherencia (se trata de unos insectos gigantes, que no se sabe muy bien cómo, atraviesan el espacio para conquistar la tierra), se empeña en glorificar valores que responden a una visión ultraconservadora: el militarismo a ultranza, la perfección física, la obediencia frente al Estado, etc. Merced a esta cinta, el holandés fue calificado como “fascista” y el respondió escudándose en la “ironía” y el “humor negro”.
“Elle” ganó notoriedad en el último mes, merced a la candidatura de su protagonista Isabelle Huppert al Oscar a la mejor actriz femenina, a pesar de que su papel fue interpretado en francés. En todo caso la película se ha distribuido mundialmente en el circuito comercial y puede ser adquirida en cualquier puesto de venta.
Varios críticos y comentaristas han coincidido en calificar esta cinta, como el “testamento” de su realizador Paul Verhoeven. Y sí. A pesar de que el holandés seguramente podrá volver a dirigir otras películas, esta ilustra lo que podría denominarse como su “sensibilidad” frente al séptimo arte.
Es difícil imaginar el guion de “Elle” realizado en una cinematografía no europea. El ritmo lento y pausado que le impone ese contexto logra que la cadena de excesos con el que se desarrolla su historia avance con suavidad, casi de manera casual. Porque la película es esencialmente eso: una compilación de extremos que el director va acomodando de la manera más coherente posible.
La protagonista de la película es una mujer de mediana edad que es violada por un desconocido. La mujer es hija de un asesino serial (fanático religioso). Más tarde ella descubrirá que su violador (el vecino del frente), también esta casado con una suerte de fanática religiosa. Al descubrir la identidad de su violador, ella no solo no lo denuncia o rechaza, sino que más bien busca acercarse a él, ya que desde antes sentía una fuerte atracción por el individuo. Finalmente el atacante morirá, aunque casi por casualidad.
Esa es la historia central de “Elle”, pero a lo largo de sus 130 minutos hay mucho más. “Elle” tiene como amante al esposo de su socia y mejor amiga, con la que a su vez tiene escarceos lésbicos. Su madre es adicta al sexo y a los amantes jóvenes y en su oficina (una empresa de juegos de video) tiene un admirador que realiza imágenes de brutalidad pornográfica con su rostro; al descubrirlo la protagonista lo castiga exigiéndole que le muestre de frente su órgano sexual. A su vez, también tiene que lidiar con un hijo falto de carácter que dominado por una amante oportunista.
El cine europeo tiene un largo historial de realizadores que han utilizado la sexualidad para ilustrar la decadencia o diversas crisis existenciales (Visconti, Bertolucci, en un caso extremo Passolini), pero en esos casos se trata de un elemento que forma parte de una estructura narrativa mayor. En “Elle” la compilación de provocaciones se convierte en el eje principal de la obra.
El cine de Verhoeven ha cabalgado siempre entre la habilidad narrativa y su gusto por los excesos. En los mejores casos, los excesos han servido para reforzar determinados aspectos de historias bien contadas. En “Elle” la historia no parece tener más sentido que el de servir de pegamento de las obsesiones del director. En ese sentido nos hace recuerdo a una canción compuesta solamente de estribillos, una suerte de “Macarena” cinematográfica.