“Hasta que empieza a brillar”, la vida de María Moliner
La primera impresión que uno tiene de las personas que hacen diccionarios es que son aburridas o que, en todo caso, tienen un trabajo aburrido. La vida de una lingüista y bibliotecaria no es la primera cosa que se nos ocurriría para confeccionar una lista de temas novelísticos. Sin embargo, Andrés Neuman pensó que María Moliner pertenecía a una clase distinta porque se rebelaba ante la tendencia de la academia (antonomasia de la Real Academia Española o RAE) de quitarle el interés popular, la sabrosura y el humor al lenguaje. Para ella, el idioma estaba muy vivo y con esa idea en la cabeza le dedicó las mejores horas a su “Diccionario de uso del español”, que se convertiría en un súper ventas y la haría famosa. “El más completo y divertido de la lengua castellana”, según el otrora vendedor de diccionarios Gabriel García Márquez.
Así que Neuman, ganador del Alfaguara y finalista del Herralde de Novela, le consagró su último libro, titulado “Hasta que (la palabra) empieza a brillar (de tanto que la leemos y la repetimos para encontrar su sentido)”. Título basado en una frase de la poeta estadounidense Emily Dickinson.
El personaje de esta obra me hizo recuerdo a mi abuela Olga, coetánea de Moliner, que nació a comienzos del siglo XX y murió ochenta años después. Ella también era una mujer fuerte y práctica, educada para salir adelante por una familia de pocos recursos pero instruida, y también tuvo que ganarse el pan en un ambiente intelectual en un tiempo en el que las mujeres que hacía eso eran escasas. Mi abuela, como María, era tan capaz de preparar un curso sobre un tema histórico como de hacer una torta helada irrepetible, de mantener la casa como de encargarse de su limpieza y administración sin quejas ni mucha conciencia de género. Y crio a una numerosa prole.
Olga fue maestra, estudió en la Normal Superior de Sucre (le enorgullecía haber sido alumna de Ricardo Jaimes Freyre) y tuvo una vida hacendosa, correctísima y modesta pero también un pelín excéntrica, como mostró el que numerosos jóvenes que no conocíamos asistieran a su entierro. Por lo visto, la confesión religiosa a la que pertenecía no era para ella el simple pasatiempo que nosotros pensábamos que era.
María se benefició del sistema universitario y de oposiciones español (se convirtió en bibliotecaria de Estado, dio clases); se casó con un físico, participó en la Guerra Civil en la zona de la República y en las trincheras de… la protección de las bibliotecas y luego, además de criar a una numerosa prole, consumó la proeza de escribir solita un diccionario de 80.000 palabras, que muchos pensaban que era bastante mejor que el de la RAE.
Eran estas mujeres como las mujeres del pueblo en nuestra época, que se cargan la casa encima, la llenan de wawas, y con ella trepan a los cerros, un enorme “q’epe” a cuestas; mujeres inverosímiles, realistas fantásticas como las de los cuentos de García Márquez.
Moliner tenía el sueño de ser parte de la RAE, lo que no logró por la oposición y las maniobras de un buen escritor, pero pésima persona, el Nobel Camilo José Cela, líder de la rosca que dominó la cultura española durante el franquismo tardío.
Bueno, fue la RAE la que se la perdió. En cambio, la Academia Boliviana de la Lengua acaba de adquirir a Mauricio Souza, miembro de nuestro blog, gran crítico cinematográfico, que ha sido inaugurado como académico. ¡Felicidades!
La novela de Neuman no es un encargo. A veces tiene, sin embargo, la característica de una biografía por encargo, esto es, un “tour de force” de la prosa para que unos hechos que no tienen mucho de extraordinario (como el viaje de María a provincias para supervisar bibliotecas, por ejemplo) resulten sin embargo material digno de leerse. Neuman lo logra, claro, aunque al final ha compuesto un libro que, siendo interesante y agradable, resulta más bien menor, como fue la propia Moliner en el concierto de la cultura española de la Guerra Civil. Sin embargo, ¿no era Borges el que decía que se necesitaba de los poetas menores para que las grandes lumbreras existieran?