Los Tres Godzillas
En realidad, las “Godzillas” son muchas más, 34 películas para ser más precisos, pero en este caso nos referiremos a las tres últimas; dos japonesas y una norteamericana, todas exitosas en taquilla, aunque solo las dos japonesas en recepción crítica. Me estoy refiriendo a Shin Godzilla (2016) de Hideaki Anno y Shinji Higuchi, Godzilla minus one (2023) que fue dirigida por Takashi Yamazaki, y Godzilla y Kong: el nuevo imperio (2024), de Adam Wingard.
Las dos “Godzillas” japonesas tienen un rasgo en común: su retorno a las tendencias dramáticas y estilísticas que dieron forma a las películas del monstruo en sus inicios, y que están firmemente enraizadas en la tradición del cine asiático clásico. De esa manera, evitan caer en la tentación de “colgarse” a la gigantesca oleada de películas de superhéroes y géneros adyacentes que ha producido el cine norteamericano en la última etapa.
Shin Godzilla, es una película atípica para estos tiempos; se trata de una suerte de “trama institucional” propia de la mitad del anterior siglo, cuando la fe en los estados y en las ideologías no había comenzado todavía a decaer. Un cine paraestatal en el que los devenires de los personajes y sus intereses se subordinaban y entrelazaban invariablemente al bien común, que generalmente se entendía como sinónimo de acción estatal. Los países socialistas se impregnaron de este tipo de cine, aunque también tuvo su cuota en el tercer mundo. En Bolivia, tuvimos nuestra pequeña cuota de esta visión del cine; un excelente ejemplo lo constituye La vertiente (1958), de Jorge Ruiz, en la que una historia de amor de un lugareño y una maestra rural recién llegada a un pueblo de tierras bajas, se hibridaba con el esfuerzo colectivo para la construcción de una fuente de agua sana para la población, todo en el marco optimista y positivo de la revolución nacional.
Por eso es que, Shin Godzilla, es una película coral, en la que los pocos personajes que sobresalen, lo hacen en el marco de una acción colectiva, en los que los esfuerzos de un país se conjuncionan para detener a la monstruosa amenaza que se cierne sobre todos. Las apariciones del monstruo son relativamente escasas, pero muy precisas y bien trabajadas, y donde se centra la acción restante es en las oficinas llenas de funcionarios, no burocratizados ni flojos, sino más bien esforzados, responsables, imbuidos de un fuerte sentido del deber y unidos a ellos una innumerable cantidad de soldados, obreros, científicos, etc.
La conversación final entre los dos políticos, el japonés y la norteamericana de origen oriental, hablando sobre sus respectivos futuros en sus ámbitos estatales, cargada de optimismo y esperanza, realmente parece descolgada, no solo de otro tiempo, sino de otro planeta, pero, sin embargo, dado el contexto narrativo de la cinta, resulta perfectamente natural.
Godzilla Minus One, se enmarca en otra de las líneas temáticas fuertes del cine asiático; el melodrama familiar cargado de sentimentalismo. Un piloto japonés fracasado, regresa a su hogar, vacío debido a la muerte de su familia en los bombardeos norteamericanos. El piloto, kamikaze, se acobardó en el momento de cumplir su propósito (estrellarse, suicidándose contra un buque norteamericano), y poco después tuvo miedo de enfrentarse a Godzilla, en un incidente que les costó la vida a varios otros soldados. Casi por casualidad, el piloto acoge en su casa a una muchacha también marginal, que a su vez ha recogido a una niña huérfana a la que no conoce. Los tres, en los hechos, constituyen una suerte de familia, en la que no existen vínculos explícitamente amorosos y sexuales, debido a los conflictos y remordimientos del piloto. Cuando un tiempo después reaparece Godzilla, más grande y fuerte, amenazando a la sociedad japonesa, comienza el camino de la búsqueda de la redención del piloto, proceso que invariablemente se cruza con la funcionalidad de esa familia atípica.
Godzilla Minus One es una película agradable de ver, por la minuciosidad con la que están construidos los personajes, el excelente armado de la historia y el tino con el que se manejan las escenas de acción y los efectos especiales.
Con Godzilla y Kong: el nuevo imperio, ocurre lo contrario, se trata de una propuesta donde los efectos especiales son caros y abundantes, pero donde los personajes y la historia terriblemente endebles.
El esquema básico de la trama, lo hemos visto innumerables veces desde los comienzos del cine: un grupo variado de personajes (mamá, hija, amigo con aires de héroe, periodista chistosito), se interna en un mundo desconocido y peligroso. El problema no está en la repetición del esquema (en realidad el conjunto del cine funciona así, salvo casos realmente excepcionales), sino en la mediocridad con que se hizo (Indiana Jones, la última cruzada (1989) de Spielberg, constituye un ejemplo magistral del uso de ese recurso dramático).
Pero, evidentemente lo más desagradable de la cinta se encuentra en la “humanización” de los monstruos, que, con la ayuda de la tecnología de efectos especiales, se convierten en caricaturas de personajes reales.
Godzilla es un ícono de la cultura japonesa, porque representó dos aspectos clave de la evolución de su sociedad en la postguerra: el terror al peligro atómico, tras convertirse en el primer país donde se hicieron estallar bombas de ese tipo (de ahí que Godzilla sea un monstruo “radioactivo”) y la lucha por recuperar la autoestima después de haber sufrido una derrota catastrófica.
Lo que está haciendo Warner Brothers, en esta nueva línea de películas (la cinta es parte de un “universo” de cintas en desarrollo) es acomodar los personajes de forma superficial, a algunos de los esquemas desarrollados en el cine de superhéroes, el cual, por cierto, se encuentra en franca decadencia.
En todo caso, si a usted le gustan los monstruos y el cine bien hecho, el consejo es que busque los dos primeros títulos.