Sobre la crítica
Hace ya más de un mes, cerramos nuestro comentario sobre Las malcogidas con una serie de preguntas sobre la crítica de cine en Bolivia. Proponíamos, sin intención de cumplir nuestra promesa, «responderlas en el futuro». La desolación atacameña de una cartelera comercial en la que lo más interesante es una versión de Pelotillehue en la que Condorito habla como mexicano, nos obliga a cambiar de plan. Respondemos aquí esas preguntas capciosas:
- ¿Es la crítica una forma subalterna del brindis?
En Bolivia, con frecuencia. Y, a veces, del brindis de borracho: peroratas confusas en las que los lugares comunes tratan inútilmente de decir algo del sujeto u objeto del brindis. En su versión rencorosa, de mal borracho, la insobriedad acaba en denostaciones, chismes e insultos . Que tampoco dicen nada de su objeto.
- ¿Un rutinario acto de respaldo al «innegable esfuerzo de muchos años», etc.?
Acostumbrados a insistir en que hacer cine en Bolivia cuesta muchísimo (habría que averiguar pronto el nombre de esos lugares en los que hacer cine es un paseo por el parque), se espera en ocasiones que la crítica discuta el valor de una película a partir de la consideración del esfuerzo invertido en hacerla. Esta expectativa sólo se aplica al cine boliviano, ese que hace «gente que conozco» y a la que «he visto esforzándose mucho». Un posible equivalente hollywoodense de esta costumbre sería la de pedir que juzguemos el valor de una película por la cantidad de plata invertida en ella. Sin verla, podríamos decir así que Ragnarok es la mejor película de 2017: ¿Acaso 180 millones de dólares pueden equivocarse?
- ¿Un show narcisista de pulgares que suben o bajan como en circo romano?
Se cree que la crítica, no sólo de cine, consiste en publicar versiones ampliadas de mis likes y dislikes de las redes sociales. Acostumbrados a acercarnos al mundo como consumidores que pagan su consumo, señalamos, desde una primera persona prominente y exhibicionista, que la Pepsi es la mejor de las sodas («porque me parece menos dulce que la Coca») o que Blade Runner 2049 es un bodrio («porque me aburrí viéndola»).
- ¿Una breve demostración de los adjetivos que conoce el crítico?
Corolario de lo anterior, la exhibición de gustos es sobrecondimentada con adjetivos, casi todos rutinarios e inanes. Son además adjetivos que parecerían tener vida propia: aunque supuestamente expresan la irrepetible personalidad del sujeto que los usa, en realidad circulan por el mundo y por los textos como si fueran los síntomas de una ETS.
- ¿Una muestra cuasi sociológica de los corporativismos que atraviesan a un gremio pequeñito?
La crítica es aquí también eso. De la crítica como extensión de la farra (cf. 1) pasamos a la crítica como manifestación de una red de favores recibidos o esperados, de gente con la que «tengo que convivir», de posibilidades de trabajo, de amigos de amigos, etc. Acaso una condición mínima para ser crítico de cine en Bolivia sea la de no ser parte del gremio criticado: una necesaria misantropía selectiva. Pero el medio es chico y se hace lo que se puede. Y, a veces, lo único que se puede es callarse. O huir.
- ¿»Opiniones constructivas»?
El pedido a la crítica de que sea constructiva proviene por lo general de personas que no leen crítica de cine. Si lo hubieran hecho, sabrían que la crítica –a diferencia de los psicológos con sus pacientes o los profesores con sus alumnos– no necesitan ser constructivos: su obligación mínima es decir cosas vagamente inteligentes de su objeto y decirlas vagamente bien. Si pensamos en críticos clásicos, ni los más amables (André Bazin, por ejemplo) fueron otra cosa que «destructivos» con lo que consideraban fracasos estéticos. Y por lo general, con más o menos humor, la crítica de cine ha sido, en sus mejores expresiones históricas, un ejercicio de escritores radicales poco o nada diplomáticos: piénsese en los manifiestos fundamentalistas de Jean-Luc Godard (de cuando era crítico), en las diatribas coloquiales de Pauline Kael, en los inmisericordes textos humorísticos de Anthony Lane.
- ¿La mediocre imitación de mediocres críticos argentinos (Quintín o Scholz, no importa)? ¿Repetir frases hechas de la revista televisiva Días de cine?
En castellano, hay poco de qué agarrarse, poco que leer. No hay críticos –salvo algunos escritores que escribieron sobre cine: Borges o Reyes o Cabrera Infante – como los mencionados, en el punto anterior, con admiración. Con el debido reconocimiento de excepciones que no suelen ser conocidas fuera de su país de origen, la triunfante crítica de cine escrita en español que hoy circula es una lenta lágrima que va cayendo en nuestras mejillas.
- ¿Una muestra, a-la-Pueblo enfermo, de nuestra congénita mala leche, chola sin duda?
Lo único arguediano de la práctica crítica en Bolivia es la certeza, entre algunos criticados, de que el cuestionamiento de su obra es personal, una vendetta por razones no declaradas en el texto crítico. Como se sabe, el máximo modelo histórico de este tipo de paranoia exculpatoria («me critican porque me odian») fue el mismo Arguedas.
- ¿Qué hay detrás de la crítica? No tengo la menor idea. Aunque me imagino que un buen punto de partida es que esté detrás alguien interesado en el cine –no sólo como espectáculo, sino histórica y teóricamente–, que escriba con las manos –y no con los pies–, y que, sin abandonar un mínimo respeto propio, sea generoso con aquello de lo que habla.
- ¿Qué es la crítica? Como en el cine, lo que importa, en realidad, es lo que está adelante, en la pantalla o, en este caso, en el texto. Idealmente: un escritura autónoma (i.e.: que se lea con provecho al margen de las películas que comenta), legible, y que más que una opinión (puesto que, como el culo, todos tenemos una y con los mismos derechos) ofrezca una lectura plausible de su objeto. Y si fracasamos en el intento, que la próxima fracasemos mejor.