“Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald”
“Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald” es la segunda entrega de la segunda saga del universo creado por J.K. Rowling o “universo Harry Potter”, por el nombre de su personaje más famoso. (“Saga”, “universo”… hay que usar estos rótulos para poder hablar de proyectos creativos y cinematográficos tan complejos como este y otros que hoy están de moda). A mi juicio, también es la entrega con más problemas narrativos, aunque conserve ese encanto que marca la producción de Rowling.
“Animales fantásticos: Los crímenes de Grindelwald” avanza el relato de la lucha entre magos buenos y malos en un periodo previo a la aparición de Harry Potter. Lo hace continuando directamente la trama de “Animales fantásticos y dónde encontrarlos”, que como se recordará se desarrolla en Nueva York. Dado que la secuela ocurre en París, requiere el traslado de varios personajes a Europa, lo que le representa cierto engorro. La primera parte del “plot” está lastrada por esta dificultad, así como por la morosa descripción de las relaciones entre los personajes principales, los cuales, como es lógico, no resultan tan graciosos como en la primera parte. Descripción morosa y sin mucha vinculación con el “dínamo narrativo”, que es la persecución por diversos equipos de magos de Credence (Ezra Miller), el “obscurus”, que por una razón extraña e inexplicada ha sobrevivido a las terribles explosiones del filme precedente.
Se trata de una persecución, hay que decirlo, que no tiene pies ni cabeza, ya que todo el mundo sabe dónde se encuentra el tal Credence, y ya que éste no quiere esconderse sino averiguar –con interés obsesivo e insospechado– su verdadera identidad. Esta motivación da lugar a un conjunto algo confuso de acontecimientos, que sin embargo el espectador memorioso puede unir finalmente con éxito (y el espectador olvidadizo, en caso de ver la película dos veces).
Los hechos dan ocasión al héroe de la saga, Newt Scamander (interpretado sin mayores novedades por Eddie Redmayne), de domar y usar a algunos de sus animales fantásticos; y a los demás magos de ensayar trucos que tornan el repertorio de Rowling más aparatoso. (La realización cinematográfica de las criaturas y los trucos es, como podía esperarse, impecable, un mérito del equipo de efectos especiales de la Warner Bros., que se ha hecho más y más importante conforme la saga va avanzando).
También destaca el diseño de arte y el vestuario, con los que el director David Yates consigue una recreación muy elegante de la París de los años 30, como en la anterior película lo hizo de Nueva York. Yates es, se sabe, el director de la Rowling, devenido “oficial” desde el quinto filme sobre Harry Potter. Es un director con un estilo particular, que le va bien a estas historias de magos: sus películas son pausadas y plásticas, y no intenta que las actuaciones resulten realistas.
Uno de los puntos altos de esta secuela es su villano, el inquietante Gellert Grindelwald, interpretado con prestancia por Johnny Depp. Es un villano mucho más “articulado”, por decirlo así, que su antecesor, el célebre Voldemort. Se recordará que éste actuaba a menudo -y tanto con enemigos como con aliados- como un tiranuelo ebrio. En cambio Grindelwald parece ser un líder político además de un asesino.
El otro punto alto, por lo menos para quien esto escribe, reside en la carismática actuación de Jude Law como Albus Dumbledore cuando éste no era aún el director de Hogwarts, sino solo su profesor de defensa contra las artes oscuras, un puesto que era clave dentro de las historias de Harry Potter. Dumbledore aparece también, y no solo como referencia, en la saga original, así que podemos suponer que las expectativas de los fanáticos sobre lo que Law haría en sus zapatos eran muy altas. Pues bien, el actor británico no las defrauda, incluso si la película sugiere que “el mayor mago después de Merlín” pudo haber sido… gay, lo que se está volviendo menos tolerable en estos días conservadores.
Sin embargo, Dumbledore no es la única referencia para los fanáticos de Harry Potter. En la película también entran en juego los Lestrange, una familia villana de la primera saga, vemos brevemente a la profesora Minerva McGonagall y podemos conocer a Nicolas Flamel, el alquimista amigo de Dumbledore que creó la “piedra filosofal” sobre la que versa la primera novela de Harry Potter.
En resumen, una película de trama flojita, pero entretenida y con “charme”.