Barbie: discursos de rigor y decenas de chistes opas
- Una comedia a la defensiva.
Barbie se adelanta con ansiedad y sin respiro a las que imagina serán las rutinarias (e irrefutables) objeciones feministas al producto que la protagoniza, la estereotípica muñeca Barbie, rubia de piernas largas y tetas altas (según nos recuerda la misma película). Y lo hace atiborrando sus interminables dos horas de duración con malos chistes que fingen reconocer esas objeciones o interrumpiendo la seguidilla de tonterías que la satura con discursos de rigor sobre “el patriarcado”, “la autoestima” y “la dificultad de ser mujer”. - Un rebranding fallido.
Aunque antes de esta se hayan hecho más de cuarenta películas de Barbie, esta es la primera no animada y la primera en la que la protagonista es la muñeca misma, es decir, el producto de plástico de la corporación Mattel (que aquí también produce la película). Eso obliga a la directora –la talentosa Greta Gerwig, responsable de la última adaptación de Mujercitas– a intentar justificar la mercancía en cuestión, en un rebranding ambicioso y casi imposible que aspira nada menos que a convertir a la muñeca Barbie en un ‘ícono feminista’, un juguete que encarne los ideales del progresismo liberal gringo de la época. No solo fracasa en el intento sino que incluso logra lo contrario: un iteración delirante del patriarcado. - Historias y productos.
Barbie es parte de una epidemia reciente de películas gringas sobre productos famosos, prolongación de su cine de superhéroes (que es también un cine de objetos con señales de vida). Se han estrenado en pocos meses cintas sobre juegos y juguetes (Súper Mario Bros y Tetris), sobre zapatos deportivos (los Air Jordan de Nike), sobre difuntos teléfonos inteligentes (el BlackBerry), sobre la invención de bocaditos chatarra (Cheetos). Quizá tanto fervor por objetos con biografía sea otro capítulo más de lo que Marx llamó el “fetichismo de la mercancía”, esa ilusión necesaria en el capitalismo por la que las cosas adquieren vida propia, autonomía: «de su testa de palo brotan quimeras mucho más caprichosas que si, por libre determinación, se lanzara a bailar», decía Marx de una mesa. - Las premisas.
Las premisas argumentales de Barbie son simples, copiadas de otra película, La Matriz: hay una tierra perfecta llamada Barbieland (repleta de cientos de modelos que se llaman invariablemente o Barbie o Ken) y en Barbieland mandan las mujeres, es decir –y pese a que lo que vemos, de pared a pared, son modelos en minifalda, maquilladas hasta los dientes–, el patriarcado no ha llegado a esas playas sin sal. Atraída por los oscuros llamados de la realidad –y sus imperfecciones–, Barbie inicia un viaje de formación. Extraterrestre en el mundo nuestro, pasa por una serie de ‘jocosas’ aventuras educativas (para luego regresar a casa, liderar una revolución, etc.). Ken, que la acompaña en esta iniciación, descubre en cambio, en el mundo real, las comodidades y ventajas del patriarcado, que luego traslada –virus furibundo– a Barbieland. - El feminismo corporativo.
Gerwig está segura de la inteligencia de su guion o por lo menos no deja de anunciarla. Tal vez por eso se abandone a frecuentes (y gruesos) guiños cinéfilos (ya la secuencia inicial es una versión con muñecas de la escena de los monos en Odisea 2001 de Kubrick) y decenas de ‘metachistes’ opas (alguien tiene que escoger entre el mundo real de las sandalias y el irreal de los tacones altos, como Neo en La Matriz debe eligir entre la pastillita azul o la roja). También parece segura de que lo que ofrece, en este ‘relanzamiento’ de Barbie, es alguna variedad del feminismo. Seguramente lo es, aunque un feminismo corporativo, ese que nos asegura que los consumos a los que incita y las necesidades que crea son en el fondo prácticas libertarias y emancipadoras. La noción general es la siguiente: a diferencia de las antiguas muñecas tradicionales, desde su aparición en 1959 Barbie enseñó a generaciones enteras de niñas que podían ser todo lo que se propusieran ser, aquello de que “no hay límites a la imaginación”: azafatas, modelos, ama de casas, primero; doctoras, escritoras y hasta premios Nobel, en las últimas décadas. Esta es, claro, una clásica inversión de las cosas, de esas que Marx tenía en mente al discutir ‘los secretos de la mercancía’: se le atribuyen a los objetos los frutos del esfuerzo humano. Así resulta que ahora Barbie, nada menos, es la que, de acuerdo a los ejecutivos de Mattel y Gerwig, cambió las cosas para las mujeres, y no las mujeres mismas. En los hechos, se sabe, la historia es diferente: Mattel ha intentado a lo largo de los años preservar la vigencia comercial de su producto adaptándose, a regañadientes y con cierto retraso, a cambios promovidos por críticas, denuncias y boicots de su producto estrella. En su versión de esta historia, en cambio, Gerwig propone que Barbie es una gran agente del cambio social ‘feminista’. Estas muñecas de perfección kitsch, de superficies minuciosamente producidas, de vestuarios sinfín, nos ha cambiado la vida por el hecho de que, modelos de mujer liberada, son además ‘profesionales’. ¿Gerwig se inspiró en la ronda de preguntas de algún estereotípico concurso de belleza? - Tantas perlas de sabiduría.
Lo de convertir a Barbie en una revolucionaria agente de la lucha contra el patriarcado está, claro, en la misma liga que la campaña de la hamburguesería McDonald’s –hace años– por promover la imagen de que lo suyo era el expendio de comida saludable. El resultado es parecido: tan triste (y tan ideológico) como una solitaria ensalada chatarra en medio de un menú de verdadera comida chatarra. Pero además de esta noción, abundan en la película –sobre todo en los tediosos discursos con que los personajes interrumpen el tedio colorinche de las imágenes– diversos artículos de fe del marketing contemporáneo, ese que, no contento con vendernos cosas, al mismo tiempo dice poner a nuestro alcance “una visión del mundo”, un “estilo de vida”. Por eso los lugares comunes se aglomeran, los slogans proliferan y ninguna perla de sabiduría se pierde la cita: “lo importante no son las apariencias” (se dice desde un mundo de superficies plásticas rosadas), “nadie es perfecto” (dice una Barbie interpretada por Margot Robbie, inmaculada Barbie de carne y hueso). Etc. - El patriarcado es un consumo.
Y aunque hace de la ‘ridiculización’ del patriarcado una de sus premisas farsescas centrales, la película tiene una idea de ese sistema a la altura de la compañía que la produce: porque lo que diferencia al mundo donde reinan los hombres son solo las maneras de su consumo (lo demás, aclara la peli, es meritocracia pura y simple). En la Barbieland ‘libre de patriarcado’, y aunque las cosas brillen para ser vistas, hay un poco de todo, como en una buena tienda que tiene en mente la lucrativa multiplicidad del mundo: hay muchísimas rubias perfectas, es verdad, pero también la correcta dosis de diversidad étnica y hasta modelos de tallas grandes. En cambio, el (mal) consumo patriarcal es monótono y predecible, manifestación obsesiva de una masculinidad kitsch de vaqueros a caballo, macho-machotes con grandes cadenas de oro, metidos en sus mancaves. (El idiota Ken, al final, declara: “Cuando supe que el patriarcado no era sobre caballos, perdí el interés”). - La polución sensorial
Barbie es una película difícil de contemplar sin apartar la vista, empalagados; o de taparse las orejas, al borde de un ataque de nervios. En su mundo paralelo, todo es colorinche y excesivo, la música es insoportable en su vocación de enlatado de ascensor, las actuaciones invariablemente sobreactuaciones. Esta es una mala imitación de la era disco o una versión ya en esteroides del cine de Wes Anderson (del que se puede ver ahora mismo –con espíritu comparativo– Asteroid City, fastidiosa de otra manera). - Los curiosos consensos críticos
Buena parte –una mayoría– de los críticos creen que Barbie es una gran película. En general, elogian “su desenfadado humor”, “su inteligente fantasía”, “su aguda crítica del patriarcado” y hasta hay quien postula que encontraremos en ella una fuente de “buenos modelos de vida” para las nuevas generaciones. - La soga y la cabra
Este reseñador cree en cambio que Barbie –amorfa parodia escolar larga y aburrida– es una pérdida de tiempo, de esas películas que es posible reseñar sin haberlas visto y que, cuando se las ha visto, como yo, se las reseña inevitablemente con algo de rencor (por el tiempo que hemos perdido viéndolas). Es uno de esos productos culturales de mala fe que –en el capitalismo avanzado– quieren quedarse con la soga y con la cabra: es decir, que buscan hacer del ‘relanzamiento’ de un producto que ha estado siempre a la saga de los tiempos un acto de crítica social woke. O, si se quiere, pretende volver a vendernos la misma muñeca con el cuento de que ese consumo es de bienpensantes progres y saludables. Acaso su única emoción auténtica sea su ansiedad sobre la posible irrelevancia comercial de lo que vende. No sea que nos caiga encima la maldición de un mundo sin Barbies.