“Glass”, triste final de una trilogía
Algunas obras de la cultura popular contemporánea propician una lectura que podríamos llamar, con Umberto Eco, de “segundo nivel”: además de su disfrute por parte de las masas, invitan a ciertos observadores más enterados a reflexionar sobre el género en el que están inscritas y los mecanismos artísticos que emplean. Digamos que estas obras reconocen los “códigos” de ciertos tipos de producción propios de la industria cultural, y juegan con ellos, de forma “metalingüística”, además de ofrecerse al consumo inmediato y desproblematizado de las audiencias.
La trilogía de M. Night Shyamalan sobre los superhéroes, que comienza con “Unbreakable (El Protegido)”, en 2000, sigue con “Split (Fragmentado)”, en 2016, y termina con la reciente “Glass”, es una de estas obras, si se quiere, con pretensiones. Pero si la primera entrega cumple tales pretensiones, las otras dos, y en especial esta última, se quedan en la categoría de “pretenciosas”, es decir, son de las que se presentan como intelectuales y profundas, “posan” como obras serias, pero no lo son verdaderamente. Los angloparlantes dicen “wannabe”: alguien que quiere desesperadamente ser algo que sin embargo no alcanza a ser.
La trilogía de Shyamalan se muestra como una reflexión sobre los cómics y un homenaje a ellos. Comienza con el descubrimiento, por parte de un hombre de familia ordinario, David Dunn, interpretado por Bruce Willis, de la posesión del don de la indestructibilidad. Este descubrimiento no es gozoso —tal es la nota metalingüística—, sino que cae sobre el agraciado como una maldición: lo aparta de la comunidad de los mortales y entraña ciertas responsabilidades que nadie en su sano juicio querría asumir. Por eso el personaje opta por la negación, que sin embargo es imposible por la presencia en la película de otro personaje, Elijah Price, interpretado por Samuel L. Jackson, quien se empeña en “iluminar” al nuevo superhéroe respecto a su condición extraordinaria.
La trilogía avanzó con una segunda película, “Fragmentado”, que en un 99% es una historia más sobre un psicópata, Kevin Wendell Crumb, secuestrador de mujeres (una historia tensa pero redundante y no muy verosímil) y que solo en el 1% final enlaza con la película previa y con la trama general de la trilogía (esto se explica al parecer por razones de tipo administrativo: las dos películas fueron financiadas por productoras diferentes).
Este psicópata, interpretado por James McAvoy, padece un síndrome de personalidades múltiples, gracias a lo cual las chicas secuestradas se benefician de la posibilidad de no ser vejadas y salir con vida del secuestro; la más intensa de estas personalidades es “La Bestia”, que en esta última entrega se convertirá en antagonista y cómplice de Dunn y Price, respectivamente.
Los tres están encerrados en un psiquiátrico, donde una doctora (Sarah Paulson) intenta “curarlos” de la ilusión de ser superhéroes o supervillanos. Aquí comienzan los problemas de “Glass”, ya que hasta donde sabíamos La Bestia no se creía ningún “súper”, sino que sus problemas era otros. Además, una vez que Shyamalan encierra a sus tres personajes juntos, ya no sabe qué hacer con ellos. Dunn parece un idiota con poco que contar, Price está dopado todo el tiempo y Kevin pasa de una personalidad a otra a la velocidad de un adolescente sintonizando los canales de la tv. paga. A lo largo del filme los avances narrativos son mínimos, el atractivo de los sucesos es inexistente, etc.; todo pende suspendido a la espera del gran final, ya que el director y guionista de la trilogía ha asentado gran parte de su fama en sus finales inesperados y sorprendentes, en esos “twists” que nos hacen apreciar la película entera bajo una nueva luz.
Recordemos, por ejemplo, el final de la obra por la que Shyamalan se hizo famoso, “Sexto sentido”, cuando nos enteramos que el detective protagonista de todo el filme es en realidad un fantasma. O el final de “Unbreakable”, en el que descubrimos que Price, un hombre enfermo y débil, era quien había causado toda la destrucción que había rodeado e impulsado la apoteosis del superhéroe Dunn.
¿Vale la pena el final de “Glass”? Para asegurarse, Shyamalan introduce en él no uno o dos, sino tres “twists” seguidos, repitiendo a los cómics en lo que estos tienen de peor: una imaginación narrativa desbocada y caótica. No puedo describir en qué consisten estos giros, pero puedo asegurarles que son incoherentes o, mejor, que para ser coherentes requieren la intervención de elementos y sucesos que son penosos por su inverosimilitud, como que un psiquiátrico para súper locos tenga solo un par de bobos guardias; o que la terapia contra la ilusión incluya la propia ilusión (Dunn es impedido de escapar por medio del agua, que es su “criptonita”, pero esto necesita aceptar que ningún otro mecanismo sería efectivo contra él, lo que en principio la psiquiatra no debería/podría aceptar); o que una sociedad secreta se reúna en congresos y busque negar teóricamente lo mismo que acepta de hecho (la existencia de superhéroes); o que un video de alguien levantando autos en Internet baste para concientizar al mundo sobre algo; en fin, como digo, un montón de babosadas y de yerros.
La crítica ha destrozado “Glass”, pero eso no ha impedido que sea un éxito de taquilla. Un éxito un poco extraño, ya que la película no llega siquiera a la categoría de “entretenida”. Quizá se deba a la suerte (¿?) de no tener que haber competido contra otro “blockbuster”, por lo menos no contra otro de superhéroes. Porque ese sí que es un superpoder científicamente confirmado de los superhéroes: venden muchas entradas al cine.
¿Es Shyamalan un genio o un “pajpaku”? Las opiniones están divididas. Tiene lindas películas, pero “Glass” inclina la balanza a favor de lo segundo.