“Guardianes de la Galaxia. Volumen 3”
Luego de una ardua semana de trabajo y estudio, pensé en pasar la noche del viernes escuchando música, así que me metí en “Guardianes de la Galaxia. Volumen 3”. No quedé decepcionado.
La propiedad musical de esta serie de películas espaciales basada en un cómic de Marvel no es ningún misterio. Ya viene anunciada desde sus títulos, que juegan con la idea de que son compilaciones de canciones del “playlist” de Star-Lord (Chris Pratt), uno de los héroes menos envarados y más simpáticos del universo Marvel (por lo menos a juzgar por las películas, ya que no soy un consumidor de los comics; para evadirme, prefiero no tener que trabajar tanto). Star-Lord es, como sabe todo Cristo, el jefe de un grupo dispar y muy curioso compuesto por seres de diferentes planetas y con diferentes poderes (súper fuerza, control mental, etc.); notoriamente, por un árbol que habla y un mapache genio. La tercera entrega de la trilogía está, justamente, dedicada a este personaje, de nombre Rocket (Bradley Cooper), que hasta aquí había sido un misterio. Se sabía que sus propiedades antropomórficas provenían de haber sido objeto de experimentos macabros, pero nada más, ya que él, un mapache malhumorado, prefería evitar el tema con argumentos contundentes. Pues bien, si alguien sintió alguna vez curiosidad por saber que le había pasado –es un decir–, ahora la satisfará con toda comodidad. El “disparador” de la historia es la persecución de Rocket por el Alto Evolucionador (Chukwudi Iwuji; llamémoslo Chuk), el científico loco que le convirtió en lo que es, en primer lugar. Bueno, ustedes saben, en los cómics siempre hay científicos loco, solo que este es el más bizarro de todos. Indescriptible. Quiere recuperar a Rocket de vuelta, pese a lo cual lo hiere de muerte, una paradoja como el hecho de que Gamora (Zoe Saldaña), la guapa alienígena que tiene el corazón de Star-Lord en sus manos, muriera en “Avengers: Endgame”, pero siga vivita y coleando, aunque ya no enamorada de su galán, que, claro, sufre. Pero ahora la prioridad es salvar a Rocket.
Y eso es todo lo que voy a decir sobre la trama. En realidad, ya se sabe, no hay más trama. Uno no ve estas pelis por la trama, sino por las canciones (siempre muy bien escogidas). Y por los chistes, algo gruesos, pero eficaces.
Si “Guardianes de la Galaxia. Volumen 3” fuera música, sería una zarzuela, aunque, claro, sin españolismos. O, para decirlo mejor, corresponde perfectamente con la definición clásica de comedia: tema poco elevado, personajes esperpénticos, animales que hablan, grotesco, muchas risas, algunas lágrimas, y, como decía Shakespeare, al final todos se casan y bailan. En este caso, más bien, solo bailan.
Un espectáculo llevadero, pese a que los momentos trepidantes del final, el director especializado en zarzuelas del espacio, James Gunn, los ha querido hacer tan apoteósicos que son confusos y lo dejan a uno medio indiferente. Mejor la parte “dramática” (no hay comedia sin algo por lo que llorar) de la película, la historia de los animales modificados como Rocket, y su ascensión –literal– al cielo. En todo caso, después de los últimos fiascos de superhéroes (“Black Adam” era para sacarse los ojos; las de multiversos aburren del todo, en todas partes, al mismo tiempo), esta peli nos devuelve una década atrás, cuando el género todavía estaba fresco y era divertido y lleno de energía, en lugar de decadente y redundante como está hoy.
¿Por qué ve uno estas cosas? Por supuesto, yo no las estoy recomendando. Sin embargo, las vemos de todas maneras. Lo hacemos como nuestros abuelos iban a la plaza, cargados con sus familias, a ver a los hombres zancudos y los gitanos que enseñaban el hielo. A veces, el arte sirve para despertar; a veces, para adormecerse plácidamente. A veces, para tararear. O para ver unos cohetes surcando el espacio.