LA GUERRA DEL PLANETA DE LOS SIMIOS

El “gancho” de esta película para el gran público es el de la promesa de grandes batallas entre ejércitos de simios y de humanos. Este cometido se cumple parcialmente al principio y al final de la cinta.

En el tiempo restante, nos encontramos con una historia clásica de venganza de los westerns, con prácticamente todos los ingredientes que hacen a este planteamiento: héroe, villano odioso, grupo de amigos que acompañan al héroe a pesar de la resistencia inicial de este, viaje del héroe y los amigos, nuevos personajes que se suman en el viaje, etc.

Esta es la tercera película de la nueva saga de “El planeta de los simios”, una precuela en la que se pretende explicarnos cómo se llegó a la situación narrada en la cinta inicial de 1968, donde un astronauta extraviado (“Taylor”, encarnado por Charlton Heston) se encontraba en el futuro con una civilización de este tipo de antropoides, la que oprimía a una especie de humanos discapacitados. En el medio de ambas iniciativas se encuentra el filme dirigido en el 2001 por Tim Burton, estrenado con el título genérico de la franquicia.

La toma del poder

En la nueva zaga, los realizadores tienen el reto de explicarnos la forma como un líder simio dotado de todos los atributos con los que debería contar un estadista ideal: generosidad, autoridad moral, piedad, visión a largo plazo, etc., sienta las bases de la civilización policial, opresora y cruel con los humanos, con la que nos encontramos en la propuesta de 1968.

Estas nuevas películas llevan al extremo lo que podríamos llamar el mecanismo de “compensación progresista” que en muchos casos han usado las películas de acción norteamericanas, especialmente los westerns en el siglo pasado (Pauline Kael explicó el concepto en sus escritos sobre este género). Se hacen cintas en las que el público se identifica con quienes lo representan frente a los extraños (los “cowbows” frente a los “indios” por ejemplo), pero la acción se “compensa” justificando la acción de los últimos, ya que generalmente sus agresiones se deben a provocaciones de los villanos de “nuestro bando”. Son raras las películas de este tipo que no recurren a este artificio (las que no lo hacen son las de tendencia facistoide tipo “Rambo”, “Boinas Verdes”, etc.).

En este caso Cesar, el líder de la manada, desde un principio es obligado por humanos crueles o simios inmaduros a “radicalizarse”, a ir al enfrentamiento, aunque en su fuero interno tenga convicciones que lo asemejan a una suerte de Barack Obama en versión animal. A ese curso involuntario también contribuyen fenómenos tales como una epidemia extraña (no bien explicada entre el primer y el segundo título de la serie) y las propias divergencias surgidas entre los humanos.

En “La Guerra del planeta de los simios”, productores y realizador hacen todo lo posible por establecer lazos entre esta línea narrativa y la historia de la primera saga: quieren insinuar por ejemplo (aunque cronológicamente sea imposible) que algunos de los personajes son los mismos: el hijo de Cesar se llama Cornelius, igual que uno de los personajes principales de la película de 1968, de igual manera la niña se llama Nova, tal como ocurre con la pareja inicial de Charlton Heston. También los guionistas aprovechan para explicar el porqué los humanos del futuro han perdido la capacidad del habla.

Momentos culminantes

Salvo rara excepción, la crítica ha elogiado la narrativa de «La guerra del planeta de los simios», frente al común de “blockbusters” estrenados este año. Desde su primera entrega la saga se ha inscrito entre las tendencias realistas de este tipo de cine (de la que el mejor ejemplo ha sido la serie de Batman dirigida por Christopher Nolan), destacándose por tratar de desarrollar guiones coherentes y narraciones pulcras. Más bien es en este tercer ejemplo donde encontramos cierta tendencia a la estilización formal, notoria sobre todo en las escenas nocturnas de los primeros minutos, en los que da la sensación que Cesar y compañía se mueven en una especie de bosque encantado.

Sin embargo donde se encuentran los principales problemas narrativos de la película es en el desarrollo de su historia principal. Da la impresión que guionistas y realizador desconfían de la fuerza de la idea central, o que en todo caso quieren asegurar a cualquier costo la “conexión” con el público, para lo que recurren constantemente a artificios. La introducción de la niña en el grupo se justifica para lograr la compensación mencionada anteriormente, pero lo cierto es que su presencia hace que nos enfrentemos a un constante flujo de escenas de ternura, las que, unidas a las que muestran las vicisitudes existenciales de Cesar, provocan una sobresaturación de “momentos culminantes”, esos en los que los rostros compungidos se acompañan de música altisonante, y que en la vieja narrativa de aventuras, se presentaban dos o tres veces en toda la película, pero que en este caso saltan cada cinco minutos. De igual manera la introducción de “Simio Malo”, un chimpancé amanerado proveniente de un zoológico (a la manera de los personajes de la serie de dibujos animados “Madagascar”), refuerza la historia con chistes forzados (amaneramiento en sus expresiones, forma de vestir, etc.)

La película, a pesar de todo, logra mantener un interés que se acrecienta en los minutos finales, donde el realizador realiza excesiva referencias al «Apocalipsis Now» de Coppola, a través de la construcción del personaje del Coronel y la batalla con helicópteros; Kurtz se ha trasladado de Vietnam a la Norteamérica boscosa y en vez de ensayar soliloquios filosóficos frente a Martin Sheen, lo hace ante un sorprendido Cesar.

La continuidad de la saga dependerá de los resultados finales de la taquilla. Ojala que si se da ésta, la rotación de personajes, obligada por el desenlace de la historia, pueda remozar las siguientes cintas, haciéndoles alcanzar el nivel de las dos primeras muestras.

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