Diario carnavalero de un reseñador de películas

Domingo de carnaval a las 10 de la mañana. Tengo que escribir una reseña y no tengo película. Descarto las opciones inmediatas. Por ejemplo, un comentario más sobre Green Book: Una amistad sin fronteras, la ganadora del Óscar. Ya varios colegas –Susz, Molina– se han ocupado de ella para llegar más o menos a la misma conclusión: aunque no es memorable, se deja ver. (Por mi parte, no olvido el comentario de una comediante afroamericana: “La noche del Óscar, y mientras el resto de Estados Unidos tenía diferentes películas favoritas, la población afroamericana sólo tenía un deseo en mente: Que gane cualquiera menos Green Book”).

Domingo de carnaval a las 3:20 de la tarde. Reviso, ya nervioso por la falta de tema y tiempo, la cartelera. Me concentro en la oferta del Multicine, que está cerca de mi casa: cuento 17 películas y 59 funciones. De esas 59 funciones, sólo dos corresponden a copias no dobladas: una solitaria función en idioma original de Green Book y otra solitaria función del documental histórico de Peter Jackson Jamás llegarán a viejos, sobre la Primera Guerra Mundial. Le doy vueltas a esta segunda posibilidad y la desecho a las 3:45 de la tarde: ¿Solo comentarla porque está en cartelera y es del director de El señor de los anillos? ¿No hay acaso por lo menos una docena de documentales recientes que ameritan antes un comentario?

Domingo de carnaval a las 7:20 de la noche. Me distraigo por un momento y dejo de escuchar a mis amigos en la mesa, mientras la fuente del chicharrón pasa de mano en mano. Reconsidero mentalmente las opciones restantes de la cartelera. Descarto primero las de terror, que me provocan pesadillas. Son cuatro: El manicomio, El arrullo del demonio, Feliz día de tu muerte y Maligno. Luego elimino las de superhéroes, por cansancio y por un modesto gesto de respeto al valor de mi tiempo: Aquaman, Alita, Glass y Spiderman. Me quedo con poco: tres animadas (Ahí viene cascarrabias, Cómo entrenar a tu dragón 3 y La gran aventura lego 2), dos de suspenso/acción (Obsesión y Atentado  en el estadio) y una sobre una perrita que viaja más de 600 kilómetros para recuperar a su dueño.

Domingo de carnaval a las 11:20 de la noche. Ya en casa, investigo mis opciones. Leo reseñas en Rotten Tomatoes, en Internet Movie Data Base, en Metacritic. Por lo leído, deduzco que es probable que la del dragón y la de los legos sean películas pasables. Me duermo tranquilo.

Lunes de carnaval a las 8:10 de la mañana. Despierto convencido de que no quiero reseñar la segunda película de los legos. Aunque terminé –apenas– de ver la primera, su atiborrado impulso paródico me pareció tonto y agotador. (Quizá es inevitable que una película entera hecha de guiños culturales acabe siendo una especie de mueca). Me queda entonces una sola opción: la del dragón. Por ahora, está decidido.

Lunes de carnaval a las 11:40 de la mañana. Pierdo las ganas de reseñar Cómo entrenar a tu dragón 3. Aunque puedo escoger entre 10 funciones para verla, recuerdo que todas son de la versión doblada (vi la primera y la segunda partes de la saga en versión original con subtítulos). Me ha ocurrido antes: la distracción del doblaje me arruina la experiencia. Investigo un poco: busco en Internet el “tráiler en español” de la película. Y aparece en doblaje peninsular: las voces suenan como salidas de un anuncio de perfume de marca. Sigo buscando y encuentro que lo que quiero es el “doblaje al español latino” (“latino” aquí significa “mexicano”). Veo el tráiler y compruebo que, aunque mejor que el doblaje al español peninsular, el “latino” suena nomás como el audio de una telenovela mexicana de adolescentes. Nada de esto me disuade, sin embargo, hasta que descubro –viendo el tráiler– un obstáculo diferente y mayor, ya insalvable: el dragón me hace ahora llorar sin control. Y es que Toothless –“Chimuelo” en Latinoamérica, “Desdentao” en España– es un dragón idéntico –en sus ojos, en sus movimientos, en sus ruidos– a una gata, Pasolina, que tuve por 18 años y que murió en noviembre de 2018.

Lunes de carnaval a las 1:30 de la tarde. Pienso que a veces uno ve películas por razones que tienen poco que ver con su felicidad narrativa. Las vemos nada más que por el rostro de un actor o actriz; o por una manera de hablar y moverse; o por la música; o porque alguien en la película nos recuerda a alguien querido (mi suegro era idéntico a Lee Van Cleef, el malo de Sergio Leone); o por lo que se come en una escena; o por un solo baile (¿qué mayor atractivo tiene sino El marido de la peluquera?); o porque vemos algo que se nos queda atrapado en la cabeza (¿no es la casa en Un hombre soltero de Tom Ford unas de sus virtudes?).

Lunes de carnaval a las 1:40 de la tarde. Salgo de mi casa a la búsqueda de DVD piratas. No hay nada abierto. En la puerta cerrada de un local de Internet veo el afiche del mayor estreno mundial de la semana: La Capitana Marvel. Me imagino el mismo afiche pegado en locales de Afganistán, la India, el Congo, Argentina, Bielorrusia, Nepal.

Martes de challa a las 9 de la mañana. Me levanto no con chaqui sino con culpa, es decir, con algo parecido pero sin el malestar corporal. No sé todavía qué película voy a  reseñar. ¿Un reseñador reseña las cosas que ve o las que debería ver? En estos días, he visto no poco notable: por ejemplo, casi dos temporadas completas de la comedia judía La maravillosa Sra. Maisel (en streaming). O un corto documental (nominado al último Óscar) sobre una concentración de nazis norteamericanos en febrero de 1939 en el Madison Square Garden (se titula Una noche en el Garden, dura solo 7 minutos y lo que vemos y escuchamos se parece demasiado a un rally del presidente Trump).

Martes de challa a las 11 de la mañana: ¿O reseño El duende, la película potosina de terror ahora en cartelera?  ¿Acaso no me aconsejó un amigo, parafraseando a Wittgenstein, que de lo que “no se puede hablar bien, es mejor callarse”?

Martes de challa 16:20 de la tarde: Encuentro finalmente la película: El reverendo (First Reformed en inglés) de Paul Schrader, que alquilo en Amazon. Ya el hecho de que sea de Schrader me mueve al entusiasmo: tengo en mente, claro, que es el guionista de Taxi Driver y el director de American Gigolo. Pero sobre todo que escribió un hermoso (y clásico) libro, El estilo trascendental en el cine, sobre tres directores sin los que el cine no sería el cine: Dreyer, Ozu, Bresson. Comienzo, finalmente, a ver El reverendo: es una suerte de resurrección de Taxi Driver en los tiempos de Trump y como si fuera el Diario de un cura rural (1951) de Bresson. No dejo de pensar en la película por el resto del día, entre cohetes y perros que ladran.

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