“La mirada quieta (de Peréz Galdós)”, el último libro de Vargas Llosa
Desde hace ya varios años que el premio Nobel Mario Vargas Llosa ha perdido la inspiración. Mantiene la disciplina y la elocuencia que en el pasado, sumadas a la inspiración, lo convirtieron en el autor de una amplia e impactante obra narrativa y ensayística, y que ahora, sin ella, quedan como sus únicos recursos para seguir produciendo.
Por cierto, que lo siga haciendo a su edad —tiene 86 años— no deja de ser meritorio, pero al mismo tiempo resulta melancólico, si comparamos tal logro de circunstancias con el que representó su obra anterior, llena de fuerza y belleza. En el campo del ensayo, por ejemplo, “La orgía perpetua”, sobre “Madame Bovary”, o “La verdad de las mentiras”, sus lecturas de algunas novelas fundamentales, o “La utopía arcaica”, sobre José María Arguedas, son grandes hitos del género en español. “Historia de un deicidio”, el libro que dedicó a la obra de su entonces amigo Gabriel García Márquez, aunque lastrado por su nacimiento en los 70 como tesis doctoral, es tan original como inteligente y tan exhaustivo como interesante y legible.
Debo confesar que estas lecturas no ficcionales me atraparon y marcaron más que las de sus novelas, aunque disfrutara intensamente de algunas de ellas. Como lector de literatura, Vargas Llosa estaba dotado de virtudes que los académicos rara vez tienen: una personalidad propia y una consciencia aguda de que escribía para unos lectores, a los que, además de instruir, debía conmover y divertir. Nunca redactaba a la manera de un ratón de biblioteca y, simultáneamente, deslumbraba por su amplia cultura y su aplomo explicativo. Los libros citados y otros suyos son sugestivos y atrapantes, a ratos un verdadero manjar intelectual, a ratos un estímulo para escribir, siempre un canto de amor a la literatura.
En cambio, sus últimos ensayos, en concreto “Medio siglo con Borges” y el libro que estamos reseñando, aunque sin dejar de tener cierto interés, son la prueba de que el principio insuperable del universo es la entropía, el desgaste.
“La mirada quieta (de Peréz Galdós)” opera de la manera más elemental. El autor lee cada una de las obras del prolífico novelista español, considerado el mejor escritor realista de este país, y la comenta de acuerdo a ciertos criterios característicos de su poética. Para Vargas Llosa, como se sabe, una obra lograda es la que consigue la inmersión del lector en un mundo ficcional coherente, verosímil, de tres dimensiones. Algo que Benito Pérez Galdós solo alcanza, según el peruano, en “Fortunata y Jacinta”, “Marianela”, “Torquemada en la cruz”, “Misericordia” y unas pocas obras más. Luego, Pérez Galdós falla en una serie de procedimientos técnicos, fallo que Vargas Llosa anota una y otra vez, hasta ponerse irritante. Dice que no comprende la diferencia que debe haber entre narrador y personaje; por consiguiente, introduce un narrador omnisciente que al mismo tiempo es uno de los personajes, lo que torna las intervenciones de este en inverosímiles y anticuadas. Por otra parte, Vargas Llosa condena que el narrador omnisciente de facto (que normalmente es el propio Pérez Galdós) se burle con sentimiento de superioridad de algunos de sus personajes, algo que se le antoja abusivo y cruel. Y deplora la enunciación por parte de este narrador —o del otro— de discursos relamidos, pomposos e innecesarios.
Al mismo tiempo, recuerda machaconamente que, en su opinión, Pérez Galdós, sin tener la misma talla que las cumbres del género novelesco decimonónico, Balzac, Flaubert, Dickens, es, sin embargo, un autor admirable por la calidad de su prosa, su inventiva, su capacidad de trabajo, su compromiso ético-político (fue un liberal moderado, lo que seguramente tiene algo que ver con el hecho de que el autor de “Lituma en Los Andes” lo hubiera elegido como objeto de su ensayo) y su fecundidad literaria (publicó más de cien obras).
Para señalar todo esto, claro está, habría sido suficiente un capítulo; así que, para darle entidad a su volumen, Vargas Llosa se ocupa, con exhaustividad algo exasperante, de contar las tramas de todas las obras de Pérez Galdós que menciona. Con ello se asegura la legibilidad, es decir, el suyo es verdaderamente un libro que podría consumir cualquiera aunque no hubiera escuchado previamente una palabra de Pérez Galdós, pero, en cambio, decaen proporcionalmente su valor crítico o artístico, su originalidad o su provecho como pieza de conocimiento.
La relativa excepción la proporciona el capítulo final, una valoración de conjunto de los “Episodios Nacionales”, las muchas novelas que escribió Pérez Galdós basándose en pasajes de la historia de España. En estas páginas, que no están lastradas por la estrategia escolar de las restantes —repito: la aplicada referencia de las tramas de los libros firmados por Pérez Galdós—, Vargas Llosa hace una evaluación de conjunto, comparativa, con más contexto, introduciendo otras opiniones críticas con mayor pericia que en el resto del libro. A momentos asoma, en esas páginas, el genial ensayista que conocimos y disfrutamos intensamente en el pasado.
¿Vale la pena comprarse “La mirada quieta (de Peréz Galdós)”, que ha llegado a algunas librerías paceñas? Creo que, si no se compara al autor consigo mismo, el libro sirve como una introducción —algo ramplona, pero eficaz— al conocimiento de un gran escritor (Pérez Galdós), quien además fue, a juzgar por todos los indicios, el primer escritor profesional de nuestra lengua (porque logró sostenerse con su trabajo literario, aunque fuera escribiendo y publicando como loco y gastándose la vista —y la vida— en ello).