“La Mujer Maravilla”

Éxito de taquilla. Éxito de crítica. Una película a la medida de las actuales aspiraciones de Hollywood: montar una gran empresa de entretenimiento que permita a millones de espectadores escapar de la rutina y de la depresiva situación del mundo, dándoles contento mientras les extrae cientos de millones de dólares. Un buen negocio y una buena causa para todos: los inversionistas que financiaron el “proyecto” (gente a la que le interesa el cine en tanto es una gran empresa de entretenimiento que…); los artistas involucrados, que dan un enorme paso en sus carreras (aunque no lleguen a ganar tanto como se supone); los críticos, que por una vez pueden recomendar un título que ya es popular, y finalmente, una vez más, los espectadores, que pasarán un buen momento en el cine y, algunos, incluso se animarán a ver el filme dos veces, lo que hará feliz a los inversionistas… en fin.

Comienzo diciendo esto para que no se me tome por ingenuo, una suerte de Diane Prince, ese personaje también conocido como la “Mujer Maravilla”, durante su primera incursión en el mundo de los seres humanos. No se hacen estas cosas por amor, pero sin amor –a las historias, a la actuación, a la cinematografía, a la música– estas cosas tampoco funcionan, o por lo menos no funcionan como en este caso: deslumbrantemente.

Las casas productoras saben esto, aunque no siempre sean consecuentes con ello. A veces descansan el peso de su inversión en un sofisticado aparato de marketing que generalmente las hace ganar dinero, pero nunca les proporciona éxitos brillantes. A veces, en cambio, entregan su “proyecto” a personas que, por alguna razón, quieren hacer algo especial con él.

Las razones de los autores

La directora (Patty Jenkins), el guionista (Allan Heinberg) y los co-escritores de “La Mujer Maravilla” (Zack Snyder y Jason Fuchs)  tenían razones personales para encargarse de esta película. Jenkins era fanática del personaje cuando niña y su visión sobre una Mujer Maravilla incontaminada por la modernidad convenció a los dueños de los derechos y principales productores del filme, los ejecutivos de la editora de cómics DC.

Jenkins no quería modernizar a la Mujer Maravilla, como otros había pensado, sino subrayar su inadecuación con el mundo, su entrega a una causa anticuada, que en su opinión era el secreto de la adhesión popular a un personaje que, pese al tiempo transcurrido, seguía siendo uno de los favoritos de los niños del mundo occidental.

Por su parte, el guionista Heinberg, abiertamente gay, también era una fanático de “Wonder Woman” y en el último tiempo se había ocupado de reflotar al personaje en nuevos productos editoriales y televisivos.

Conviene, entonces, que quienes nos cuentan un mito, primero “crean” en él.

Jenkins, autora de “Monster”, película sobre una de las pocas asesinas en serie que han existido, tenía además otros desafíos que enfrentar. Ella consideraba que la larga presencia de la Mujer Maravilla en el ramillete de los superhéroes se debía a una sola cosa: las mujeres. Eran éstas las que, identificándose con el personaje, habían asegurado su longevidad o quizá inmortalidad. Ella misma, como niña, había encontrado en esta heroína una “defensora imaginaria” que le reconfortaba cuando debía enfrentarse a matones o se topaba con injusticias en su vida. Se trataba, entonces, pensaba Jenkins, de recuperar este legado, lo que parecía más fácil de hacer si estaba a cargo, por primera vez en este tipo de filmes, una mujer. Cuando Jenkins finalmente fue contratada, la presión de esta idea se volvió contra ella: si fracasaba, cerraría el camino de la filmación de grandes superproducciones a todas sus colegas más jóvenes.

Finalmente, hay que anotar que el equipo de autores de la película proviene del lugar que muchos consideran el espacio actualmente más creativo de la cinematografía estadounidense: la realización de series de televisión. Aunque Jenkins dirigió “Monster”, eso fue en 2003, así que los últimos 15 años previos a este filme había estado trabajando en televisión, lo mismo que el guionista y los escritores de la historia.

La película en sí

“La Mujer Maravilla” comienza con la presentación de la isla de las amazonas, las legendarias guerreras, la tribu de la que proviene una Diana, hija de la reina y ya una luchadora en potencia. Esta primera parte está llena de clichés (madre protectora, tía que alienta a la chiquilla, secreto sobre la verdadera condición de esta) y por eso quizá resulta demasiada larga, pero nos muestra ya de entrada cuál es la intención de Jenkins: tomarse todo el tiempo que necesite para que sus personajes sean algo más que rótulos que solo significan algo para los fanáticos de los cómics, como ocurre en la mayor parte de las películas de superhéroes. No, ella pretende construir personajes con tres dimensiones en la propia cinta; es verdad que son personajes de cómics, es decir con poco que ver con la realidad, pero finalmente personajes: con biografía, con personalidad, con manías, en fin…

La Diana crecida responde muy bien a este tratamiento. La interpretación de Gal Gadot no solo le confiere un atractivo sensual casi palpable, sino también fluidez y humor. Ella es una de las claves del filme, pero ha podido serlo gracias al planteamiento, como digo, “enfocado en personajes”, del guion y la dirección. Chris Paine, que protagoniza al piloto y espía Steve Trevor, constituye otro gran acierto de la producción, pues este simpático actor logra construir un creíble contrapunto con Gadot.

Diane y Steve se conocen en la isla (él escapando de los alemanes, ya que el mundo vive la Gran Guerra) y luego se van a Londres, él a tratar de detener a unos villanos involucrados en la fabricación de armas químicas y ella tras Ares, el dios de la guerra, el último de los dioses olímpicos existentes. Así cumplirá el antiguo deber de las amazonas, que no es otro que mantener la paz entre los dioses y los humanos.

La parte de los preparativos en Londres para la incursión de ambos personajes a la guerra es sin duda la mejor del filme, porque muy poco tiene que ver con las peleas entre el bien y el mal, y mucho con la pregunta: ¿y qué haría una diosa si de pronto se ve mezclada con la humanidad?, es decir, ¿qué haría por ejemplo para vestirse?

El que la película no se apresure a llegar a la fase de las peleas superproducidas es probablemente el aporte más característicamente femenino de Jenkins. Un gran acierto, porque cuando estas finalmente llegan (¿cómo no?), ya estamos familiarizados con unos personajes cuya suerte en dichas peleas, por tanto, nos interesa.

“La Mujer Maravilla” es una película con entidad, entretenida y al mismo inteligente, dentro de su condición de blockbuster. Y realmente “maravilla” ver cómo Jenkins, Heinberg y compañía se las han arreglado para gobernar una gigantesca empresa comercial de modo que también sea una buena pieza de artesanía cinematográfica.

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