“La pareja perfecta” promete más de lo que entrega
“La pareja perfecta” es otra vuelta de tuerca al policial de “habitación cerrada” o whodunit. En el mismo estilo de “Knives out” (2019), es decir, burlándose un poco del género y mezclando crimen con comedia. Promete más de lo que entrega, va de más a menos, pero en general es entretenida, aunque un poco desenfocada para ser plenamente divertida, y la actuación protagónica de Nicole Kidman es, como suele, muy pulida.
El procedimiento, como corresponde al género, consiste en sospechar alternativamente de todos los personajes y suponer que cada uno pudo matar a la víctima, la dama de honor que aparece flotando en el mar en vísperas de la boda. Como en el juego de mesa Clue, se nos propone: “fue el coronel Mostaza en la sala de música con la llave inglesa” y luego “fue el señor Verde en la biblioteca con la soga”. Esto es posible porque los hechos del crimen se presentan de pasada y quedan ambiguos. Hasta el final, por ejemplo, no se sabe demasiado de las circunstancias físicas en las que el mismo se produjo.
Como es habitual, todo ocurre en una gran casa; los involucrados, los familiares de los novios, son ricos y, tras el asesinato, se encuentran encerrados por orden de la policía e interactuando de formas extrañas y sospechosas. Se van descubriendo sus secretos. Como siempre, mucha basura bajo la alfombra.
Greer Garrison, el personaje de Kidman, domina la familia, trata de mostrarla como funcional y de controlar a sus tres hijos y las parejas de los dos mayores. Greer escribe bestsellers basados en su supuesta perfecta relación de 30 años con su marido Tag Winbury (Liev Schreiber). Por supuesto, todo es una farsa. Tag anda drogado todo el tiempo y es, como dice el wedding planner a la policía, “muy tirable”. No tiene dinero a disposición, pero es un riquísimo heredero cuya fortuna se halla en un fideicomiso que está cerca de liberarse, beneficiando a sus hijos, uno de los cuales es el novio (Billy Howle).
La historia está contada desde la perspectiva de la novia (Eve Hewson), una chica normal, bella, que se enfrenta a la corrupción de su proyectada familia política, en la cual se encuentra su cuñada Abby, interpretada por Dakota Fanning. También interesa la perspectiva de dos policías que cabe describir como “raros pero honestos”. Un enfoque moralista que se confirma en el momento de la solución al entuerto, en el que las apariencias dejan de importar y los corderos vuelven al redil.
El culpable del crimen es el menos pensado, lo que también es una convención del género; por eso, a cambio, el móvil es inverosímil. En todo caso, la búsqueda de un culpable no importa tanto como el retrato poliédrico de la familia de Greer y Tag, el cual se acomete, nos damos cuenta al final, con pulso inseguro: comienza con más ambiciones de penetración psicológica y luego se vuelve extremadamente ligero, casi una farsa.
La miniserie tiene seis capítulos y es difícil que no enganche, así que está teniendo gran éxito en Netflix. El problema viene después, cuando acaba la fiesta y uno debe lavar la vajilla; inevitablemente se pone a pensar y entonces se da cuenta de la falsedad de algunas alegrías y dilapidaciones de la velada.