Microreseñas de cuatro películas en el cable
Dadas las limitaciones en la oferta de películas que son de conocimiento público, hoy tendremos que dedicarnos a las que pasa la tv por cable. Aquí unas microreseñas de cuatro películas que están de “estreno” en este medio. El lector las podrá encontrar con apenas zapear un poco.
“Green Book”
“Green Book” cuenta la historia de la amistad de Don Shirley y Tony Vellelonga, dos personas tan distintas como el lector pueda imaginarse. Shirley es un delicado y cultivado músico negro. Tony es un italoamericano plebeyo, medio bruto, con un falso sentimiento de dignidad, pero también, para decirlo con expresión antigua, un “buen hombre”. El primero contrata al segundo como chofer y guardaespaldas durante una gira por el “sur profundo”, donde tocará el piano para las racistas élites locales, y donde, claro está, espera encontrar problemas que podrían requerir las habilidades de Tony para repartir sopapos.
En líneas generales, el filme es previsible y repite a muchos otros “plots” previos. El arte está en otra parte: en la definición y el desarrollo de los personajes, soberbiamente interpretados por Mahershala Alí (Shirley) y Viggo Mortensen (Vellelonga). No me cabe duda de que esta película no hubiera sido posible sin actores tan buenos como estos. El primero ganó por segunda vez el Oscar a mejor actor de reparto. Mortensen, a quien conocimos primero por su papel más bien adusto en “El señor de los anillos”, es un fino artista que ya ha sido nominado tres veces para el Oscar, entre otros premios.
“El gran mentiroso”
Bill Condon y el escritor teatral Jeffrey Hatcher son los autores de El gran mentiroso, una película de intriga protagonizada por dos grandes actores en la tercera edad: Helen Mirren e Ian McKellen.
Condon, Hatcher y McKellen nos dieron hace algunos años la preciosa película Mr. Holmes, cuya atmósfera repite en parte El gran mentiroso, que también tiene el encanto de las películas “de relaciones” y, como fondo, una trama cerebral de carácter policial.
Pese a que Hatcher me parece un gran guionista, debo decir que en esta ocasión deja algunos cabos sueltos. Sin embargo, la película es muy entretenida y, sumada a las actuaciones tan refinadas de los protagonistas, constituye un delicioso espécimen del género negro.
Spiderman: Lejos de casa
Los asuntos de los dioses, puesto que no incluyen la mortalidad, nos resultan radicalmente ajenos. ¿A quién puede interesarle una pelea, por muy tremebunda que parezca, en la que nadie va a resultar herido y no existe ningún peligro real? Por esto han fracasado las distintas versiones del indestructible Superman y, por la misma razón, los guionistas se esfuerzan en presentar a los “súper” como seres vulnerables, normalmente de forma impostada y poco efectiva. En cambio, cuando los superhéroes pueden perder, como frente a Thanos en las dos últimas películas de Avengers , el interés de sus aventuras se incrementa exponencialmente.
El último Spiderman tiene en este sentido una importante ventaja: a pesar de su fuerza y agilidad arácnidas, solo es un adolescente que no puede manejar las “grandes responsabilidades” asociadas a su mutación. Así que se muere de ganas de pasear por Europa con sus amigos y enamorar con su “chequeo” Michelle Jones.
Tal es la trama de esta película, que tiene una ventaja de escala: luego de los escenarios excesivamente cósmicos de la serie Avengers, esta se realiza “lejos de la casa” de Peter Parker (Tom Holland), pero en la casa común de todos nosotros, el planeta Tierra, y en el presente.
La verdadera virtud de la película, sin embargo, no reside en estos elementos que finalmente son externos a ella, sino en el buen humor, robustamente adolescente, del que está colmada.
“Jojo Rabbit”
“Jojo Rabitt” es una metáfora irónica sobre el fascismo. Relata temas que todos conocemos: la situación de Alemania bajo Hitler, un poco antes del final de la Segunda Guerra Mundial, así como la adhesión fanática a las ideas racistas y totalitarias. Y lo hace en un tono y desde una perspectiva “desajustados” y, por tanto, capaces de provocarnos risa.
El visor descentrado a través del cual observamos el horror es una pareja dispareja (un recurso cómico recurrente): Jojo, interpretado por Roman Griffin, es un niño de 10 años que se considera a sí mismo nazi, que tiene como amigo imaginario a… Hitler, y que, al mismo tiempo, no es capaz de matar ni a un conejo (y por eso lo apodan despectivamente “Rabbit”). Su madre (Scarlett Johansson, nominada al Oscar por la faena) es una luchadora antifascista que aloja clandestinamente a una judía en su casa y cuenta los días para que se consume la derrota de Alemania en la guerra.
En muchos pasajes, la película es muy graciosa e incluso hilarante. Pero también es más que eso.
Las mejores comedias no se limitan a provocar risa, ese puro producto de la inteligencia. Saltan del nivel metafórico en la que están planteadas a la realidad a la que este alude, y si la realidad es melancólica, se tornan melancólicas (las mejores películas de Charles Chaplín, por ejemplo); y si terrible, terribles, etc. No puedo referir detalladamente en qué consisten estos saltos en “Jojo Rabbit”, ya que serían spoilers, pero puedo decir que la grandeza de este filme consiste precisamente en su habilidad de pasar con acierto, sin estridencias ni traspiés, de la alegoría humorística a la descripción dramática. Gracias ello, gracias a la perfección de sus transiciones, podemos terminar su visionado entre lágrimas… Tocados en la cabeza y tocados, al mismo tiempo, en el corazón.
RT, Russia’s television propaganda sender for foreign audiences, had the same purpose: the suppression of knowledge that might inspire action, and the coaxing of emotion into inaction. It subverted the format of the news broadcast by its straight-faced embrace of baroque contradiction: inviting a Holocaust denier to speak and identifying him as a human rights activist; hosting a neo-Nazi and referring to him as a specialist on the Middle East. In the words of Vladimir Putin, RT was “funded by the government, so it cannot help but reflect the Russian government’s official position.” That position was the absence of a factual world, and the level of funding was about $400 million a year. Americans and Europeans found in the channel an amplifier of their own doubts—sometimes perfectly justified—in the truthfulness of their own leaders and the vitality of their own media. RT’s slogan, “Question More,” inspired an appetite for more uncertainty. It made no sense to question the factuality of what RT broadcast, since what it broadcast was the denial of factuality. As its director said: “There is no such thing as objective reporting.” RT wished to convey that all media lied, but that only RT was honest by not pretending to be truthful.
Factuality was replaced by a knowing cynicism that asked nothing of the viewer but the occasional nod before sleep.
Periodismo ejemplar, no la cagada que usted y su esposa practican.