Sobre comedias en medio de la plaga
- Lo que se decía hace una década se puede decir ahora: La comedia –que de los géneros cinematográficos sea acaso el más esquivo o difícil– prueba algo que solemos olvidar: que el cine no necesariamente avanza y que a veces retrocede. El dudoso privilegio de ser contemporáneos nunca es más dudoso que cuando hablamos de películas que buscan, con deliberación, “hacernos reír”. Pruebas al canto: mientras que algunos géneros se han beneficiado con la última fiebre de los entusiasmos tecnológicos (el cine de “fantasía” y el de superhéroes y el de ciencia ficción), con otros la nueva tecnología (CGI) ha sido una devastadora plaga (el cine de horror) o una irrelevancia (la comedia). En este último género, vivimos, de hecho, tiempos un poco tristes: ¿O puede Ud. nombrar cinco grandes comedias recientes?
- Por “gran comedia” entiendo, modestamente, lo siguiente: no sólo películas que “nos hacen reír” sino que, al recordarlas o contarlas, siguen provocando nuestra risa. Contra la creencia de sentido común, esa capacidad es hoy una rareza, aunque, como en el sexo, cada cual se ría (o apasione) por cosas distintas.
- Tiempos modernos de Chaplin es un ejemplo irrefutable de “gran comedia”: ¿es posible, por ejemplo, recordarla sin reírnos solos? ¿Contar algunas de sus partes sin empezar a acelerar el relato, conscientes del peligro de ahogarnos? Es de esas películas que nos devuelven el placer de estar vivos, que nos reconciliaran con lo que, a momentos, parece una batalla perdida. Ninguno como Woody Allen ha retratado mejor esta cualidad: en Hannah y sus hermanas (1986), Mickey, el hipocondriaco al borde del suicidio, se cura en salud al ver Duck soup de los hermanos Marx: de repente, en una suerte de epifanía, la risa lo regresa al mundo de los vivos.
- Cualquier revisión de la historia de la comedia caería en cuenta de que lo mejor del género es una cuestión del pasado lejano: Chaplin, Buster Keaton, los hermanos Marx. La lista de grandes comedias, más allá de esos clásicos, puede ser corta: Ahí está el detalle (1941) con Cantinflas; Los desconocidos de siempre (I soliti ignoti, 1958) de Mario Monicelli; La fiesta inolvidable (The Party, 1968) de Blake Edwards; casi todo lo que hizo el grupo inglés Monty Python (incluyendo, indirectamente, Un pez llamado Wanda, de 1988); Zelig (1983) de Woody Allen. Etc. Lo más cercano a una gran comedia en el cine gringo del último cuarto de siglo quizá sea Loco por Mary (1998) de los hermanos Farrelly, y no es ni siquiera para tanto.
- La comedia gringa oscila hoy entre dos modos: la parodia (generalmente gruesa) y lo que bien podría llamarse un “humor de situaciones extremas y personajes raritos”. En cuanto a la parodia, la tendencia es más bien regresiva: desde Monty Python y el mejor Woody Allen, no hay nada digno de recordarse (y la media es de una autoindulgencia escandalosamente idiota, de una endogamia posmoderna que invita al bostezo). En lo otro –la comedia de situaciones inusuales y personajes excéntricos– se concentran y amontonan los tics dominantes de los últimos 20 años. Al respecto, se suele mencionar el magisterio de Judd Apatow y sus comedias de nerds y perdedores; y de Apatow pasamos a la legión de sus imitadores, como Todd Phillips, por ejemplo, que logró cierto renombre con ¿Qué pasó ayer?, y que luego, como convencido de su genio, le metió al Guasón (transformado ya en payaso triste).
- A partir de la lejana influencia de los hermanos Farrelly, este “nuevo humor” encuentra un modo en la violación sistemática y cansona de (supuestos) tabúes. Se ofrece, en otras palabras, lo que se cree un “sincero” desconocimiento del buen gusto y las buenas costumbres. Y se fatiga, de paso, una retórica inaugurada por Seinfeld (y que, a principios de los años 90, el Pulp Fiction de Tarantino adapta para otro género): la verbalización sinfín de la minucia.
- Hoy, como antes, las buenas comedias intentan la variación de una fórmula. Algunas de las mejores del último año –y que se pueden ver por streaming o en DVD– no sólo eso: son además variaciones, a veces explícitas, de otras películas. Me detengo brevemente en tres recomendables:
Palm Spring (DVD): No sólo reproduce la premisa de Grounhog Day (Hechizo del tiempo), el clásico de Harold Ramis de 1993, sino que utiliza esa conexión para no perder el tiempo con explicaciones. Esta vez es una pareja (y no solo Bill Murray) la atrapada en un infinito bucle del tiempo que la condena a revivir de distinta manera el mismo día: un tedioso show-matrimonio en un hotel en el desierto. Fiel a los tiempos, aquí no se postulan aprendizajes radicales: el infinito apenas sirve para que aprendamos a sobrevivir el día mejor. Y con ese día, los otros que vienen, bastante parecidos.
Borat: Subsecuente película (Amazon y DVD): Si se logra la disposición de ánimo o se prepara el estómago para verla por completo, Borat 2 nos puede regresar, en esta versión para los tiempos de Trump, a lo que fue creado, hace 14 años, para los tiempos de Bush Jr. El reacomodo tiene consecuencias visibles: el humor de Borat 2 es incluso más violento y las situaciones creadas incluso más difíciles de ver. Esta nueva intensidad refleja una certeza: los que creían que el mundo de Bush Jr. era imposible de superar –por su estupidez y corrupción– son aquí desmentidos, a la mala, por el de Trump.
Emma (Amazon y DVD): Sexta versión de la novela clásica de Jane Austen, Emma, la famosa chica absorta en sus buenas intenciones y equivocada en los hechos de cabo a rabo. Esta elegante versión opta por no cargar las tintas en los personajes –la Emma en cuestión es menos exasperante que las anteriores– y sí en la ropa y decorados, de un esplendor de caja de chocolate fino. La moraleja es administrada con rapidez y precisión, según corresponde a las sensibilidades de tiempos de pandemia. Y como con todo Austen –o con una buena marraqueta–, el resultado es indiscutiblemente reparador.
Los dos especiales de southpark son lo mejor en comedia de la pandemia