«Socavones. Textos sobre la obra de Socavón Cine»
Acaba de aparecer este libro sobre el trabajo de los jóvenes cineastas Carlos Piñeiro, Kiro Russo, Pablo Paniagua, Miguel Hilari y Giomar González, quienes se agrupan en el colectivo Socavón Cine. La obra, producida por Cinemas Cine, tiene sustancialmente tres partes: la primera presenta escuetamente la filmografía del grupo, la segunda reúne las opiniones y críticas que han aparecido en torno a los cortos de Piñeiro, Russo, Paniagua e Hilari, y la tercera, la más enjundiosa, presenta una buena parte de la profusa literatura que se ha publicado en distintos medios de expresión sobre «Viejo Calavera», el primer largo de Russo, que algunos han considerado la película más interesante del cine boliviano filmada después de «La nación clandestina» (1989).
Como toda colección de artículos, «Socavones» es un libro variado y desigual, a ratos mejor escrito y más digno de ser leído que en otros momentos. Lo que le da unidad es su carácter de escrito o título consagratorio de Socavón Cine y, en particular, del director Russo. De las múltiples críticas incluidas, solo una es propiamente negativa, la de Mónica Heinrich. Las demás, o se congratulan por el genio de los cineastas (Sergio Zapata), o plantean algunos «peros» a los filmes, «peros» que ellas mismas se ocupan de relativizar en el balance final (Diez de Medina, Paz), o se abstienen de valorar el trabajo de aquellos con el ardid -que quienes escribimos reseñas conocemos muy bien- de describirlo sin usar juicios de valor y de inscribirlo en un cuadro cinematográfico mayor, es decir, apelando intensamente a la digresión.
En suma, puede decirse que son textos «a favor» antes que «sobre» la obra que los convoca. Por mucho que uno los leyera no podría extraer de ellos una visión convincente sobre los desafíos y los problemas que debe remontar este grupo de cineastas sin duda talentosos-quizá incluso más talentosos que los de la generación previa-, pero que pese a ello aún deben recorrer mucho camino y no cometer los mismos errores que sus predecesores. Porque la bandera que les atribuye la «Introducción» de Zapata y Mary Carmen Molina, esto es, una «política social» de índole individualista, también ha sido el estandarte de la generación de Valdivia, Loayza, Ayala, Antezana, etc., y por tanto no resulta garantía ni de distinción ni de originalidad ni de factibilidad artística.
Mi interés personal en el libro reside en su condición de útil instrumento para cartografiar el nacimiento de una red intelectual. Una red que recién nace, que es joven a rabiar. Los editores del texto no solo han excluido las críticas malas, sino también, según parece, a los críticos de más de 50 años, pues en él no aparecen ni Mauricio Souza ni Pedro Susz, los dos comentaristas del séptimo arte más reconocidos de nuestro medio, quienes publicaron sendas columnas favorables sobre «Viejo Calavera». Los que están, en cambio, son casi todos jóvenes. Y la edad no es el único rasgo que tienen en común. Comparten también un mismo posicionamiento frente al cine nacional (referencia negativa: Juan Carlos Valdivia, referencia positiva: Jorge Sanjinés) y el cine internacional (son fans de los distintos tipos de cine arte); comparten una misma temática, que Alfredo Grieco y Bavio llama, con expresión feliz, «etno-chic»; un mismo origen de clase media intelectual paceña; cierto vínculos con la carrera de literatura de la UMSA, en fin… comparten un mismo «campo cultural». De ahí que sus conexiones mutuas sean tan numerosas.
Los críticos son amigos de los cineastas y amigos entre ellos mismos, así como amigos de los escritores que, sin ser especialistas, colaboran en el volumen. Grieco, por ejemplo, es autor de la novela «Plato paceño», el mismo título de un corto de Carlos Piñeiro. Uno de los personajes de esta novela dice que la mejor literatura boliviana que ha leído es la de los «hermanos Loayza», heterónimo de dos autores paceños que no es injusto asociar con el escritor Juan Pablo Piñeiro, hermano de Carlos. A su vez, el hermano de uno de estos escritores, Mauricio Murillo, contribuye a «Socavones». Murillo es docente de literatura en la UMSA, igual que Mónica Velásquez, autora de otra crítica del libro. Y así sucesivamente…
No es el fin del mundo, pasa en todas partes. Da material, eso sí, para un estudio de estilo bourdieano sobre la élite cultural boliviana, ya que siempre será más fácil estudiar a una élite cuando esté naciendo y aún encuentre cohesión en ambiciones e ilusiones comunes, que cuando ha envejecido y se ha vuelto más compleja por las desavenencias personales que inevitablemente van estallando en su seno.
Esta red en concreto no solo se proyecta positivamente, en torno al análisis y la admiración de Socavón Cine (a veces solo análisis, sin crítica, y a veces solo admiración, sin análisis), sino también lo hace negativamente, delimitándose respecto de un conjunto de «otros». Ya hemos dicho que en cinematografía el adversario parece ser Juan Carlos Valdivia. Pero como la red tiene muchas ramificaciones literarias, también tiende a chocar en este terreno, y lo hace con otra parte de la misma generación artística, formada por escritores como Colanzi, Baudoin, Barrientos, que gravitan en torno al estilo deslocalizado, la temática universalizante e intimista y la temporalidad inmediatista que en los años 80 instauraron los autores de la generación de la democracia: Edmundo Paz Soldán, Juan de Recacoechea, Gonzalo Lema, Cé Mendizábal, Ramón Rocha Monroy, etc. Si hemos de creer a Grieco, estos escritores no son admirables para Socavón Cine y adláteres por su pretendida «ruptura» con la peculiaridad boliviana y con la temática social, que para los de Socavón no hay que dejar de incorporar al programa de ofrecimientos, aunque esta incorporación se haga de una manera distinta a la llevada a cabo por los artistas de los años 60 y 70 del siglo pasado. «Interés social sí, pero sin compromiso y en especial sin militancia política», tal podría ser su lema.
Se trata de un libro que es necesario leer, ya sea con este o aquel propósito, y que además -pese a ciertas partes no muy largas llenas de palabrería abstracta- resulta un libro bastante legible.