Una biografía conversada: “Alberto Villalpando. Profeta de sí mismo”, de Cergio Prudencio
El gran compositor Alberto Villalpando (1940) sí tiene quién le escriba. “Alberto Villalpando. Profeta de sí mismo” (2025), de Cergio Prudencio, es su segunda biografía, algo de lo que pocos personajes bolivianos pueden jactarse. Todavía más si consideramos que ambas vieron la luz en vida del personaje.
La primera la escribió Blanca Wiethüchter, a la sazón esposa de Villalpando, y se publicó póstumamente en 2005 con el bello nombre de “La geografía suena”. Esta frase no pertenece a Wiethüchter, que como se sabe era una importante poeta (y, además, una gran biógrafa, un aspecto de su obra que no se ha trabajado hasta ahora), sino al propio biografiado.
En ella se resumen los esfuerzos de este por descubrir una identidad para Bolivia en el campo de la “música de tradición escrita”, que es como hay que llamarla porque los apelativos coloquiales (música culta, erudita, clásica) son todos incorrectos. Bueno, esto lo aprendí leyendo un libro previo de Prudencio (2010), que también tiene un nombre muy lindo: “Hay que caminar sonando”.
La tesis de la biografía de Wiethüchter y de su coautor, el músico Carlos Rosso, era que Villalpando es algo así como el continuador de la principal corriente cultural boliviana de los años 40-50, la “mística de la tierra”, que propugnaba el nacionalismo telúrico. “Somos el paisaje”. Solamente que en unos términos desprovistos de la fuerte intencionalidad política de los “místicos” (Jaime Mendoza, Roberto Prudencio, Fernando Diez de Medina), que, junto a los artistas Cecilio Guzmán de Rojas, Carlos Medinaceli y otros, constituyeron la primera fase (elitista y culturosa) del proceso de la Revolución Nacional.
Desgraciadamente, esta biografía quedó incompleta por la muerte de la autora principal en 2004; ella solo dejó una primera parte muy linda que se publicó igualmente. Como las otras dos biografías de Wiethüchter, esta es heterodoxa pues combina la narración “objetiva” con el impresionismo de su mirada poética.
Cergio Prudencio ha completado la tarea de retratar a Villalpando de una manera también heterodoxa, pero de otra clase de rareza. Tuvo largas charlas con Villalpando, como suele hacer el biógrafo de alguien que puede responderle, pero no las usó para construir una narración de su vida, como habría hecho otro. En cambio, convirtió esas conversaciones –agrupadas por temas y contextualizadas– en el eje estructural de la obra. Impuso así una estructura radial, que comienza en distintos puntos (esoterismo, fuentes de inspiración, formas de escritura de las partituras, los maestros del maestro, la relación ideológica y técnica con las potencialidades y limitaciones de lo boliviano, las bandas sonoras de cine y teatro, la literatura, las mujeres, los lugares en que vivió, etc.) los cuales confluyen en un mismo centro que, por supuesto, es Alberto Villalpando como un todo.
En razón de esta estructura, a menudo el lector piensa que algún tema se ha quedado en el tintero (por ejemplo, se dice que su estadía de tres años en París fue un hueco en su existencia sin señalar al mismo tiempo por qué viajó allí), pero luego este tema hace su aparición (más adelante Villalpando cuenta cómo el escritor y diplomático Raúl Botelho lo nombró casi casualmente para un puesto en la legación boliviana en Francia).
Esta estructura funciona bastante bien gracias a la elegante pluma de Prudencio (solo lastrada por el formato árido y el excesivo número de las notas), y otros dos factores tan inusuales como ella: Primero, la profundidad del retratado, que posee cultura y “mundo” en una magnitud que solo era frecuente en los intelectuales del periodo prerrevolucionario (léase sus recuerdos de Potosí de los 50), y que me hizo recuerdo a otros artistas potosinos que conocí bien y que se habían “hecho” antes de Abril, Enrique Arnal, Alfredo La Placa y Gonzalo Rodríguez, algo mayores que Villalpando, pero que en varios momentos se relacionaron con él.
Segundo, la personalidad y los conocimientos del autor, Cergio Prudencio, que aparece como otro protagonista de la obra, en un discreto segundo lugar, pero protagónico finalmente con su conocimiento musical y sus interesantes posiciones sobre la historia y la cultura boliviana. Ambos músicos se complementan hilando una fina y elevada charla que podemos disfrutar todos los que, gracias a Dios, gustamos de leer.
Como ocurre también cuando conversamos en la vida real con intelectuales, puede haber algunos momentos (escasos) en los estos dos se ponen a hablar demasiado técnicamente de la música, pero eso no debe preocuparnos; uno se puede saltar esa (pequeña) parte y listo. En todo caso, es posible aprender de estos intercambios sobre música, entender por qué suenan como suenan las composiciones de Villalpando, por qué fueron “vanguardia” desde los 60 hasta los 80, dejaron de serlo en los 90, aunque sin retroceder a la música tonal o convencional, que se considera un lenguaje del pasado.
Resulta también muy aleccionadora la conversación de estos músicos sobre un interrogante propio de los estudios subalternos: si es posible o no ser un artista, un escritor o un pensador latinoamericano y boliviano y al mismo tiempo seguir –como es imposible no hacer– las tendencias europeo-estadounidenses en música, pintura, literatura o pensamiento. La obra musical de Villalpando (y también la de Prudencio) puede ser una respuesta a esta cuestión aparentemente irresoluble.
Las preguntas de Prudencio a Villalpando son siempre competentes, pero algo recatadas o retenidas cuando deben entrar en los temas privados, como los amores o la familia del biografiado. No sé si atribuirlo a que el autor pretendía hacer una “biografía intelectual” (sobre la cabeza antes que sobre el cuerpo), o a que, como dice Villalpando en una parte del libro, la distancia respetuosa que hay entre un discípulo y su maestro es imposible de remontar.
Este importante aporte a la bibliografía musical boliviana es el tomo 14 de la Biblioteca Biográfica de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia.