X-Men y la filosofía
Este mes pudimos ver en el cable todas las películas de la franquicia X-Men, despachadas por orden de producción: primero las tres sobre los mutantes en edad adulta, luego las tres de Wolverine y, finalmente, las cuatro de la “nueva generación”; o según su orden narrativo, desde la irrupción de Charles Xavier (Profesor X), Erik Lehnsherr (Magneto) y otros mutantes en la crisis de los misiles de 1964, hasta la muerte del primero de ellos en nuestros días. (Obviamente, puesto que hablamos de muchas películas, la lógica de este último orden es dudosa).
Vista así, panorámicamente, esta serie de historias creadas en los cómics de Marvel revela lo que la hizo tan atractiva para millones de lectores y espectadores. Hablo del mismo “deseo de extrañeza” que motivó la conservación a través de los milenios de los libros de viaje (comenzando por La Odisea); o de la redacción de bestiarios de criaturas reales y exóticas, y también de otras imaginarias; o del atesoramiento de reliquias físicas, objetos de taxidermia y recuerdos fotográficos de hombres y mujeres extraños, “fenómenos”, “rarezas”, “frikis”, etc.
La curiosidad por lo extraño, por lo extraordinario, por lo diverso, es universal y perenne. Como nos dice Umberto Eco en Arte y belleza en la estética medieval, resulta más fuerte en las fases más genuinas y vitales de una cultura: Los griegos clásicos buscaron con gran ímpetu asombrarse, mientras que esta tendencia se hizo más débil –o más histérica, pues “todo ya se había visto”– en la etapa helenista. Algo de este efecto de atenuación –y el creciente histerismo– lo hemos comprobado nosotros, en pocos años, en el cine de superhéroes y, en general, en el que usa animación por computadora.
Siguiendo con Eco, tenemos que el cristianismo medieval retomó la actitud clásica y, aunque obsesionado con la unidad del mundo, admitió las formas disonantes y excéntricas de este porque connotaban la infinitud del poder creativo de Dios. “Una misma realidad sobrenatural, como el Cristo y su divinidad, podrá tener múltiples y multiformes criaturas para significar su presencia en los lugares más diversos, en los cielos, en los montes, entre los campos, en la selva, en el mar: el cordero, la paloma, el pavo real, el carnero, el grifón, el gallo, el lince, la palma, el racimo de uvas. Polifonía del pensamiento”.
El aprecio, aún más, la exaltación de la naturaleza polifónica de la realidad es uno de los discursos ideológicos de X-Men. Forma parte del pensamiento convencionalmente liberal de Hollywood.
Una persona del siglo XIII o XIV, enfrentada a estos personajes contemporáneos dotados de poderes telequinéticos, flamígeros, hídricos, eólicos, telúricos, y un largo etcétera, los hubiera considerado puestos a posta en la Creación para significar que el poder de Dios trasciende los otros imaginables. Un griego, en cambio, habría pensando directamente que eran dioses o titanes. Hay, en efecto, poca distancia entre la “Escuela X de niños con talentos especiales” y el Olimpo. En realidad, era justamente así como los griegos veían a sus dioses: como guerreros con poderes sobrehumanos, no necesariamente inmortales, o no todo el tiempo, tanto virtuosos como duales o perversos, y proclives a ayudar a los humanos, pero solo cuando estos los trataban bien, cuando oraban e inmolaban en su homenaje.
X-Men, claro está, no toca explícitamente asuntos religiosos: es una serie “moderna”. Solo uno de sus personajes secundarios profesa abiertamente una creencia supernatural, el catolicismo. Esto no significa, no obstante, que la religión esté completamente ausente. O, mejor, que lo esté la fe. La de todos los protagonistas, buenos y malos, es la fe en la evolución.
¿Por qué debería sorprendernos? Estamos hablando de “ciencia-ficción”. Se sabe que para hacerla se necesita creer que la ciencia se equipara con la divinidad. Que, además, cada acto de imaginación (Mystic, una chica que adopta la forma de otros) debe estar justificado con argumentos científicos (tiene ADN de camaleón). O, mejor, argumentos que parezcan científicos. Hace poco leí una columna de Rodrigo Fresán en la que se citaba al gran clásico de la ciencia-ficción Philip K. Dick. La cita era esta: «La mala ciencia-ficción predice, la buena ciencia-ficción parece que predice». No es posible creer que la evolución vaya a terminar generando seres capaces de tragarse granadas explotando; pero con una apoyatura bien elaborada… En cambio, si los creadores de X-Men se hubieran basado en predicciones realmente científicas, sus creaciones sería seres calvos adaptados al sedentarismo con más coordinación y con dedos más largos.
Así que retornemos a la buena ciencia-ficción. La mecánica de X-Men gira en torno al eje de la evolución. No es extraño, entonces, que los villanos sean, si humanos, científicos locos que hacen experimentos para detener el curso natural de las cosas y, si mutantes, “darwinistas sociales”.
La teoría de la evolución fue comenzada a principios del siglo XIX por el francés Jean-Baptiste Lamark; coronada en 1859, año de publicación de El origen de las especies, por el inglés Charles Darwin, y posteriormente divulgada, en escala mundial, por el alemán Ernst Haeckel (de su mano llegó a Bolivia).
Lamarck pensaba que las variaciones de los individuos tenían perfiles directamente adaptativos; que las especies se moldeaban generación tras generación hasta coincidir con los requerimientos que les planteaba el medio; que la evolución iba de lo inferior a lo superior, por lo que un organismo más complejo era también, necesariamente, un organismo mejor adaptado. Darwin, en cambio, sostenía que las variaciones se producían al azar, que sobrevivían las que mejor correspondían con el entorno, mientras que las demás desaparecían, y que por tanto no existía ninguna “orientación” evolutiva, como probaba el hecho de que a veces la naturaleza rechazara las variaciones más complejas o a veces ciertas especies bien adaptadas se extinguieran a causa de cambios en el ambiente. A diferencia de Lamark, Darwin pensaba que el “transformismo” de la naturaleza no necesariamente poseía un sentido progresista. Para él la “selección del más apto” resultaba de un conjunto muy complejo de causas, no solo de una mayor calidad intrínseca de los especímenes (o las especies) seleccionadas. En cambio, para Lamarck la naturaleza tenía una suerte de “intencionalidad” no consciente. Los rasgos más complejos se imponían a los rasgos de menor complejidad. La evolución adquiría un sentido ascendente, que premiaba lo superior.
Esta concepción pasó de Lamarck al pensador y escritor inglés Herbert Spencer, quien la observó no solo en el mundo natural, sino también en el social. Sin embargo, la proximidad que Spencer tuvo con su paisano y contemporáneo Darwin (quien al parecer tomó de él el concepto de “selección del más apto”) haría que su teoría fuera recibida en Latinoamérica con el nombre de “social-darwinismo” y no de “spencerismo”, como debería haber sido.
Los darwinistas sociales consideran la historia como un proceso evolutivo similar al natural, en el que las fuerzas rectoras son también la “adaptación al medio”, la “lucha por la existencia” y el triunfo final de “los más aptos”. Los más aptos, claro está, son los que pertenecen a las “razas superiores”. El “darwinismo social” ha alimentado largamente el racismo. En nombre de él, entre nosotros, Gabriel René Moreno defendió la superioridad de los blancos sobre los indios y los cholos en Nicomedes Antelo (1880). Para Magneto, por otra parte, los más aptos, mejor adoptados y, por tanto, merecedores de la supervivencia y el dominio son los miembros de su “especie”, los mutantes.
Jilata Molina:
Por favur, no queme sos lebros de aprendizaje gramatical dil ispañol. Ayuda puis en las carreras acadimicas di nuistros hejos, ¿o conoce usted universidad de pristigio qui inseñe el aymara? Janiw, ¿no es cierto? Jilata, il problema dil lenguaje tiene puis largo data. Y es un hipocresía colonial global tambin puis: ¿o acaso se puide uno ir bicado al exterior, a España u Argentina así nomás? Janiw, ¿no ve? Hay qui discolonizar primero al mundo antes qui a Bolivia, puis. No se arripienta de su alienación, tambin nos ayuda a nosotros los que queremos y podimos aprender un buen castillano; incluso si no es bueno a nivel oral, será weno a niwel escrito, como el del Jach’a Jilata Reinaga.
Si se arripiente de sos lebros de castillano correcto, regálelos a colegios, puis, por favor, jilata. De manual de linguaje bonito podemos enseñar los yatichirinaka de castillano que no somos nativos de ese lengua.
Por último, no olvidi qui la leteratura que quiere ser la más popolar e plebeya es la que más imita socarronamente nostro español motoso y aymarizado, jilata. Il Cardenas, la Spidding, il Camacho, los Awerangas y Urquiolas, toditus le «sacan rico jugo» a nuestro dialecto, Jilata, no todo es racesmo, puis. También hay orgollo.
Un salodo cordial de su jilata ayamara,
Faustino Mayta
Ollshe, Molina, escúchame una cosita, che. ¿Qué sabes vos de la colonia de migrantes en la Argentina, bolú? Acaso has venido a visitarnos o has venido a ver nuestras majestuosas entradas folclóricas. ¡Carajo, de seguro ni siquiera has bailado una sola vez una danza folclórica bolita, bolu! ¿O me vas a decir que sabes bailar caporales, que has ensallshado horas de horas en lugar de estar leshendo tus cagadas de nerds, bolú? ¡No hinches las pelotas! Además, ¿sos hincha de algún equipo de fútbol? Me imagino que en tu vida has pisado la Bombonera, el Hernando Siles y menos te has servido un rico platito en el medio tiempo. ¡No me jodás, bolú! No podés defender lo plebesho si sos un elitista nomás. Cuando gustés te das una vueltita por acá por el mercado bolita en Baires y te enseñamos unos pasitos de caporales; si sos muy desco, bolu, bueno, comenzás con saya nomás. Y luego nos vamos a la cancha a un picadito para que no hinches más. Pero guay de lloriquear por la rudeza del deporte, aquí los boligauchos jugamos duro.
Eso Molinita, no te amargués tanto la vida. Leéte esa serie sobre la fiesta paceña y el greit pawer que publicó la gente letrada de la UMSA. Y no te hagás al plebesho, bolú, no te sale; sos un letrado y ni modo. No te avergoncés, pues, no seás acomplejado, bolú.
Un abrazo fraterno desde la Argentina,
Omar Nicolás Mercado Recoaro
P.S: ¡aguante la AKD, mueran esos tigres jailones de Achumani!
Fernando, hijo mío, aquí el viejo YAWEH. Adopto la lengua de Cervantes, Quevedo, pero también la de Paz Estenssoro y Zavaleta, para comunicarte unas ideas importantes. Primero, la discriminación por lenguaje existe desde siempre, pues, hijo mío. ¿O no recuerdas en mi libro la historia famosa del Shibboleth? ¡Ay, qué gran autor que soy! ¡Ese sí que es un libro memorable, aunque lo usaran para colonizar como bestias!
Segundo, no debes ser tan duro con tus hermanos bolivianos, hijo mío. Por muy racistas que sean, no metas a todos en una misma bolsa, hijo. Por ejemplo, ¿qué tienen que ver en esto esos laboriosos profesores de lenguaje que enseñan con tanto esmero el castellano a los pequeños y adolescentes? ¿Acaso es su culpa querer que esos jóvenes tengan un futuro académico? Tercero, el pueblo boliviano -sin duda uno de mis favoritos en Mi Creación, por eso lo trato con tanta dureza- merece ser un pueblo políglota, hablando un correcto castellano y un correcto aymara (o cualquier otra lengua de las otras naciones indígenas de esa mi hermosa Creación diversa). Quizás mi hijo Mayta que escribió más arriba apuntaba a eso: ¿no desprecias un poquito a tus hermanos aymaras al postular que es necesario que por ser aymaras no hablen o escriban en castellano correcto? Ahí tienes a mis hijos queridos Fernandito Untoja (tu tocayo), Victor Huguito Cárdenas (aunque este no es un buen hijo mío porque odia mucho a los de otros gustos sexuales), el mismo Felipe Quispe (mi segundo hijo Jesús, vendido por los Judas Linera); todos esos aymaras hablan y escriben un castellano casi perfecto. ¿Acaso no es más bonito así, con bilingüismo la vida?
Bendiciones, querido Fernando, bendiciones.