“98 segundos sin sombra”
La segunda película de Juan Pablo Richter, “98 segundos sin sombra”, es una adaptación del libro homónimo de Giovanna Rivero. Una decisión audaz, ya que el atractivo de la novela no es otro que la potencia de la voz y de la retórica de su protagonista y narradora, Genoveva. Una adolescente sarcástica, insolente y extraña, que hace escarnio de todo y todos, que se escora hacia los juegos verbales, y que por todo esto parece difícil de traducir al lenguaje de la imagen.
El guion de Richter intenta esta traducción por varias vías: a) recuperando algunos pasajes de la perorata literaria de Genoveva, que son los más divertidos y originales de la película, b) perfilando los eventos que ella vive y cuenta, de modo que resulten más nítidos (pero también más solemnes y dramáticos: la relación de la chica con su padre, por ejemplo, pierde su ambigüedad y se convierte en una clásica de mala paternidad -padre que traiciona a su hija con su decadencia moral-; la madre ya no es una coqueta, sino solamente una ‘volada’, etc.), c) enfatizando la causalidad, para lo que requiere darle más peso al contexto (al papel del narcotráfico, principalmente).
Estos recursos tendrán un efecto en el tono emocional de la película versus el del libro, como veremos.
Richter también mejora en varios aspectos la obra de la que parte: d) evitando las inverosimilitudes y exageraciones ingenuas de Rivero, como que la joven vomite luego de ver al primer hombre que le gusta o que le dé ‘de mamar’ a su hermanito, e) erradicando -y se le agradece- el desliz racista de la novela que ridiculiza al “colla Qishpe”, uno de los villanos de la historia, que en el filme es sustituido por alguien llamado “Pérez”, f) aclarando el lío que se hace Rivero sobre el lugar en el que ambienta su novela, que un rato tiene un nombre, otro rato otro, y siempre es Santa Cruz de la Sierra y no puede entenderse más que como Santa Cruz de la Sierra. Richter lo convierte en un lugar más claro y neutro, aunque no pueda ni quiera evitar los acentos de los actores, que siguen evocando a la capital oriental de Bolivia.
Finalmente, Richter empeora la novela con dos errores que son los principales de su emprendimiento: g) por sus decisiones ‘a-c’ no logra mantener el tono más bien festivo, catártico, logorreico, imprevisible y fuertemente humorístico de la novela; creo que si hubiera logrado esto, estaríamos ante una gran película nacional. “98 segundos sin sombra” es un esfuerzo muy válido y plausible, pero que no llega a ser la gran película que podía haber sido.
Richter también empeora la novela: h) dándole a su película un final diferente, más piadoso, que corresponde con su abordaje más bien pedagógico del texto de Rivero. No puedo explicar en qué consiste este cambio, por motivos obvios, pero invito a los espectadores a que lean también la novela de Rivero, que está bastante bien lograda.
Si salimos de la cuestión de la adaptación (ya se sabe que tengo una manía por la cuestión del libreto), la siguiente es mi lista de valoraciones sobre este largo:
-Es un filme de un solo personaje, que podría haber naufragado sin la excelente interpretación (lastrada por las decisiones a-c de Richter) de Iran Zeitun en el personaje de Genovena. Además, el casting de Adriana Lea Plaza (con Geraldine Chaplin como la abuela, Fernando Arze, como el padre, y Luciana Carrasco, como la amiga, entre los actores más llamativos) fue muy acertado.
-La película fluye muy bien y llega a un clímax emocional cuando se produce el encuentro musical entre Genoveva y su amiga anoréxica. Luego entra en un anticlimax que el director ya no logra remontar hasta el final. En ese momento la película, cuando ya hemos entrado en ella plenamente, deja de ofrecernos novedades y se repite a sí misma. Con ello, el final es lo menos interesante de la obra, pese a los esfuerzos expresionistas del director por crear sensaciones (con el recurso siempre dudoso de las ensoñaciones terroríficas sobre persecuciones nazis, muertos, etc.) -Si se compara esta película con la anterior de Richter (“El río”), se nota una maduración y un aumento de su seguridad como creador que no deja dudas respecto a su talento y, si se me permite una de expresión boba, sobre su destino como gran narrador de historias cinematográficas.