“Coco” y el efecto Disney
Por qué el autor de esta crítica no lloró viendo la última y deslumbrante creación visual de Pixar (como subsidiaria de Disney).
La última película animada de la mítica casa productora Pixar (“Toy Story”, “Buscando a Nemo”, “Monsters Inc.” y muchas más que todos recordamos) es la mejor de las que ha realizado desde que ésta fue comprada por el pulpo Disney. Recordemos la lista: “Buscando a Dolly” y “Car 3”. Esto significa que el filme pretende ser memorable antes que un gran artefacto de mercadotecnia pensado para poder vender, ya se sabe, grandes cantidades de tickets, pipocas y juguetes.
Pero que sea el mejor filme de esta nueva etapa no significa que haya alcanzado los hitos logrados por sus mejores predecesores de la primera fase, como intentaré mostrar aquí.
En día de muertos
La historia nos toca de cerca pues está ambientada en la que sin duda es una de las más internacionales y cinematográficas fiestas latinoamericanas, la celebración del día de muertos en México. Ya desde la última película de Einsenstein, realizada hace como 80 años atrás, vemos que el asunto le fascina a los realizadores extranjeros, lo que no resulta extraño: difícil imaginar otra celebración tan colorida, pintoresca, fervorosa, artística y, en suma, única como ésta.
Esta tradición ha inspirado a los dibujantes de Pixar, sin duda. Estos hacen una representación más bien consabida, pero de todos modos encantadora, del México rural de mediados del siglo XX (vamos a suponer que la historia sucede entonces, ya que Frida Khalo ya está muerta), pero sobre todo despliegan una grandiosa fantasía para presentar la Tierra de los Muertos, una suerte de limbo construido con los elementos estéticos del “necro-arte” del que los mexicanos son consumados maestros, y que tiene como punta de lanza a las catrinas de Posadas y Rivera.
El resultado es una sin duda hermosa combinación de imaginación y tradición, empalmada con una argamasa de colores, cuyo único defecto mencionable podría ser el exceso (muy grandes, muy físicamente poderosos) de algunos “seres espirituales” que están allí puestos como mascotas y guías de los muertos.
A caballo entre estos dos escenarios, un niño de 11 años, Miguel, debe enfrentarse con los prejuicios familiares y reafirmar su compromiso con la música, que constituye su felicidad y su destino.
Se trata de una historia, el lector ya lo habrá visto, someramente influida por el mito de Orfeo, el héroe griego que también visitó los infiernos gracias a su talento musical con el propósito de liberar a un pariente suyo, en este caso su mujer, Eurídice. ¿Salvarla de qué? De la condena del olvido, porque en el Tártaro, como en la Ciudad de los Muertos, éste es el gran y definitivo castigo.
Demasías
Las deficiencias de la película son principalmente argumentales. O, más bien, expresan en el guion un defecto de fondo: la pretenciosidad. “Coco” quiere ser, además de la ya mencionada reelaboración mítica, un apunte sobre la fidelidad familiar, en tanto “virtud de la memoria” (que es como la filosofía considera a la fidelidad). Y adicionalmente quiere ser y en verdad es un “melodrama”, un producto del género mexicano por antonomasia, un homenaje a las películas de mariachis y actores bigotones y “mero machos”, de esas que veían nuestras mamá y/o abuelas. Por eso termina como la película más musical de Pixar, que por cierto nació, no digamos que directamente “en contra”, pero sí de espaldas a los musicales típicos de Disney.
Ahora bien, como todo melodrama, “Coco” intenta manipularnos para que nos emocionemos y lloremos. Y lo logra (bueno, no conmigo pese a que soy un llorón en serie; eso sí, no derramo una lágrima cuando noto que alguien me quiere engatusar para que lo haga).
Demasiadas pretensiones, lo sabemos, normalmente no terminan bien. Estamos ante una película, entonces, que tiene demasías. Pero que, más grave, resulta además previsible, pese a que los críticos estadounidenses –que suelen ser blandos con los grandes “blockbusters”– hayan considerado que la trama resulta “interesante” y se hayan dejado sorprender por su giro final. Y probablemente –a juzgar por la cantidad de estrellas que le dieron a la película– también hayan llorado.
Nosotros vayamos con más calma, que no es para tanto. “Coco” es sin duda un lindo espectáculo para toda la familia, tiene un tema muy respetable (nada menos que el amor enfrentado a la muerte), pero al final termina confirmando la declinación, digamos “histórica”, de Pixar. Ahora esta casa productora, igual que su propietaria, Disney, tiende a brillar más por su excelencia técnica que por el humor, la construcción de personajes, la inteligencia de sus intrigas.
Y en esta película, igual que en muchas otras de Disney, recurre a golpes bajos para emocionarnos.
¿Y acaso Pixar no hacía exactamente lo mismo?, preguntará algún lector escéptico. Pues yo diría que no. Puede que esté siendo bobamente nostálgico, pero yo sí lloré viendo “Toy Story II” y “Up”.