Dos memorias políticas, un estilo autobiográfico
Con la distancia de un año, han aparecido dos obras en un género muy poco frecuentado en la literatura nacional: la memoria personal o la autobiografía. Las dos pertenecen a políticos de la izquierda boliviana y, pese a sus diferencias, que ya anotaremos, se parecen en que permiten una aproximación personal, de carne y hueso, a la historia contemporánea de Bolivia. Puesto que ambos autores están vivos, el periodo al que se refieren es similar: desde los años 50, cuando ellos eran estudiantes, hasta la actualidad, aunque con mayor énfasis en la etapa previa a la llegada del neoliberalismo a fines de los 80.
Las obras a las que me refiero son “La política como opción de vida”, de Antonio Aranibar (2021) y “Recordatorio”, de Carlos Soria Galvarro (2022).
Pese a la inusitada y positiva personalización de la relación historiográfica nacional que estos libros entrañan, ambos no dejan de ser bastante reticentes en confesiones e infidencias, reflejando la idiosincrasia local que también convierte la autobiografía en una rara avis literaria en nuestro país. La causa directa de esta escasez de revelaciones íntimas es distinta en cada caso. Araníbar se cuida de dejar una buena imagen de sí mismo a la posteridad; la de un hombre ecuánime sin otra gran pasión que el bienestar del país. Soria Galvarro, que es más autocritico y escribe con menos cálculos, elude muchos temas íntimos por el carácter fragmentario, por una parte, y, por decirlo así, monográfico de su trabajo. Este se halla centrado en el hecho que podríamos llamar el “cráter” de su vida: la militancia comunista que le posibilitó vivir de cerca la más formidable actuación del comunismo boliviano a lo largo de toda su historia, su relación con la guerrilla del Che Guevara, la posición que el partido adoptó frente a ella y las importantes consecuencias de esta posición en el desenlace de los sucesos de toda una época.
Sin embargo, ni siquiera en este tema Soria Galvarro —un periodista entrañable y digno del homenaje que se le está prodigando en estos días— llega a decir lo que el lector está esperando; algo así como “yo creí que era un error enrolarse con la guerrilla del Che, o defendí lo contrario; me opuse a la posición oficial del partido o no lo hice; cambié de opinión exactamente en este momento. Me arrepiento de esto. Me equivoqué por aquello, etc.” En lugar de esto presenta los hechos de manera objetivista, pero como lo sucedido es contradictorio y misterioso, el lector se queda con la impresión de que el protagonista no tuvo una posición propia, que fue un mero testigo de tiempos confusos y llenos de secretos. Es obvio que este es el resultado del deseo del autor de no decirlo todo o al menos de no decirlo de manera frontal. La excepción es su retrato de Humberto Ramírez, el eterno secretario de organización del Partido Comunista, al que deja como un burócrata cerril con aires de tirano.
Araníbar, por su parte, luego de contar sus inicios como militante democristiano, memorias que son útiles para reconstruir las formas de militancia de la mitad del siglo XX (lo mismo puede decirse de Soria Galvarro y su rememoración de la “educación comunista”; en ambos casos los partidos bolivianos estaban insertos en estructuras internacionales y eso se traducía en viajes y medios de profesionalización), se defiende a sí mismo al punto de seguir suponiendo la certeza de las posiciones de su grupo en el MIR frente a la crítica de René Zavaleta, en 1971, que acusó a este de una “desviación nacionalista”. Después de todo lo que pasó posteriormente, el “entronque” del MIR con el nacionalismo revolucionario de 1978, la formación de la UDP, la alianza de Araníbar con Gonzalo Sánchez de Lozada, etc., uno esperaría que el autor de esta memoria cediera al menos esta vez en su necesidad de haber tenido la razón. Pero no, le discute a Zavaleta, no le reconoce los méritos literarios que le conocemos, etc. Y así sucesivamente con cada parte de su vida posterior. Su autobiografía no es aburrida, pero uno no puede esperar leer en ella algo como: “Paz Zamora era un imbécil”.
¿Por qué somos así los bolivianos? La nuestra es una sociedad de montaña, donde los sentimientos deben ser adustos y medidos para evitar la autocompasión y convocar a la entereza contra la adversidad. Una sociedad provinciana, donde no conviene ser piedra de escándalo. Y una sociedad machista, donde el error y la transformación ideológica se consideran debilidades. Luego, por haberse impregnado nuestra cultura de una mentalidad leguleya, dada la condición de Bolivia como “Audiencia” durante tantos siglos, preferimos, por prudencia, no anotar ninguna falta en el “prontuario”.
Hay pasajes en las memorias de Araníbar en los que hasta parece seguir defendiendo la lucha armada en la que su partido creyó en algún momento. En todo caso, no la condena como debiera. No habla de manera personal, concreta, de las pérdidas que produjo, ni de su responsabilidad, si existió, en ellas. Y me quedé con las ganas de saber lo que Soria Galvarro opina finalmente de la decisión de sus compañeros de sumarse a la guerrilla versus la suya de no hacerlo hasta que fue tarde para que tal cosa fuera posible. ¿No hay responsables del holocausto de sus amigos? ¿Puede considerarse la suya una decisión meramente personal? ¿No fue responsable de nada el propio Che, que interpuso su enorme prestigio para incitar a los jóvenes a una acción descabellada? Ya que ambos caminos —la guerrilla o la búsqueda de la insurrección a través del Partido Comunista— se mostraron igualmente ilusorios para cambiar al país, ¿cómo evalúa el autor su larga y sacrificada militancia en un aparato político ya desaparecido?
Las memorias son fundamentales para la reconstrucción completa y compleja de la historia. Además, suelen ser literatura muy entretenida, en especial si tienen la inmediatez de estos dos libros. En efecto, uno puede leerlos en pocas sentadas. Sin embargo, en Bolivia el género está como lastrado por un miedo inconsciente a verse mal en los ojos de la posteridad o por uno más consciente de reconocer que la vida de uno —y de ninguno— no ha tenido tanto sentido como se podía haber deseado.
Se trata de una carencia general (carencia de afectividad, si se quiere) y no de los escritores reseñados, como puede verse por lo siguiente. En estos días, el sociólogo Yuri Torres está publicando una serie de entrevistas con intelectuales sobre sus vidas y obras. Pues bien, la inmensa mayoría de ellos habla exclusivamente de estas y se resiste implícitamente a siquiera mencionar aquellas.