“El planeta de los simios: nuevo reino”: aventuras conocidas con muchos pelos
Una franquicia se reconoce porque, al final, siempre se renueva. Ciertas historias se están convirtiendo en los sueños repetitivos de la civilización occidental. En síntomas aparentes de algo que falta, aunque en realidad nada falte fuera de la pulsión del consumo. Estas repeticiones son ideológicas: el discurso contemporáneo tartamudea una y otra vez las mismas parrafadas sobre una humanidad en guerra contra una serie de “otros”, conflagración perpetua que sirve de mecanismo de cohesión social. Tras ver la enésima entrega de una franquicia, ya no nos cabe duda de que “nos caemos, pero nos levantamos”, emplasto ideológico donde los haya.
Quizá la primera franquicia que ha habido es “El planeta de los simios”, que comenzó con una película de 1968 sobre la novela homóloga del escritor francés Pierre Boulle. Este pensaba que la historia que había inventado no era suficiente para inspirar un filme; curioso: ya en su época se produjeron cuatro películas más y dos series de televisión con la idea de una Tierra gobernada por nuestros primos simios; en este siglo, tal idea ha alimentado ya cinco películas: la recreación de la historia original por Tim Burton, en 2001; la trilogía que readapta el tema en un ambiente distópico, siguiendo la moda contemporánea, y el filme en cartelera, que también está escrito por los guionistas de las tres películas previas Rick Jaffa y Amanda Silver, entre otros (la proliferación de escritores siempre da mala espina).
Se llama “El planeta de los simios: nuevo reino” y está dirigida por Wes Ball, cuya carrera es tan simple como contundente: ha hecho ganar mucho dinero a la industria con otra trilogía de ciencia ficción.
“El planeta de los simios: nuevo reino” es también el inicio de una trilogía que, según amenazan, “calzará perfectamente” con la previa. (Espero no haber mareado al lector con tantas referencias a trilogías; es que en las industrias culturales hoy todo viene de a tres).
“El planeta de los simios: nuevo reino” ha perdido el interés que movilizaba la saga previa, que podríamos llamar “el ascenso y la inmolación de César”, el chimpancé que surgía de la animalidad y se convertía, ay, en un humano con pelos. Bien pensado, este destino era imposible de eludir. Puesto que quienes hicieron las películas son humanos, ¿qué más podrían proyectar como el opuesto a la condición animal que su condición propia? Igual que la escala antropológica de la Ilustración, que ponía en la punta al “hombre civilizado” y consideraba el “ascenso” hacia este el único camino posible, ya desde el principio estas historias nunca pudieron imaginar un camino evolutivo propiamente simiesco, que no fuera una copia del humano europeo.
En todo caso, el proceso de transformación de César en “ser racional” tenía el interés de la ambigüedad: él luchaba contra los humanos al mismo tiempo que los amaba, pues los había conocido antes de su caída y, de alguna manera, había surgido de ellos.
Pero César tuvo que morir tras muchas aventuras y desventuras y, aunque “El planeta de los simios: nuevo reino” no deja de recordarlo, tampoco lo puede revivir.
En realidad, la película sucede “muchas generaciones después” del final de César, cuando todos los simios ya pueden hablar (si bien en un ritmo de maestra de parvulario que enseña a leer a niños: una caricatura risible del desarrollo cognitivo y lingüístico). Cuenta la historia de Noa, joven heredero de la dirección del “Clan Águila”, uno de los muchos grupos simios de cultura primitiva. Su vida es amenazada por la aparición de un señor de la guerra, Proximus, que se imagina la posibilidad de crear un reino y evolucionar más rápido por medio de la tecnología dejada por los humanos. La historia prosigue según los antiquísimos patrones de la narrativa de aventuras: conflicto, viaje, prisión, toma de consciencia del personaje y desenlace. No voy a contar la trama, pero diré que es una mezcla de “INDEH. Una historia apache”, “Peter Pan” y “Apocalipsis Now”, solo que en clave ingenua. Sería una historia de aventuras como mil otras; la única diferencia reside en que la protagonizan unos seres peludos que dan grititos y se golpean el pecho.
A esto se ha reducido el “Planeta de los simios” y sus apuntes al menos curiosos sobre los caminos repetitivos y fatales de la evolución: ahora se trata solamente de un prodigio del departamento de maquillaje.