“Historia de Bolivia”, la edición del Bicentenario de la gran síntesis de Herbert Klein

43 años después de la primera edición boliviana de la “Historia de Bolivia” de Herbert Klein, realizada por la clásica Librería y Editorial Juventud, apareció este año, como otro regalo bibliográfico por el Bicentenario, una nueva versión corregida y aumentada (Plural Editores). En el tiempo que nos separa de 1982, Klein ha corregido y extendido algunas veces su obra, que además ha sido reimpresa sistemáticamente. Casi podría decirse que existe un ejemplar de la misma en cada biblioteca familiar bien provista del país.

La razón de este éxito perdurable se encuentra en que esta obra junta la erudición de sus fundamentos con una forma expositiva que es única en la historiografía nacional: a la vez estructural, enfocada en los procesos de fondo de la historia, y poderosamente sintética.

Klein es el autor de la gran síntesis de las tendencias históricas profundas de Bolivia. Lo logra porque no teme hablar de causalidades (algo a lo que son alérgicas las monografías académicas), porque no cae en la tentación de entrar en detalles farragosos y porque su principal objetivo es hacer comprensible la historia, para lo que plantea relaciones inusuales (entre el origen de clase de los colonos españoles y la relativa flexibilidad del orden social americano, por ejemplo) y recurre sin prejuicios a información multidisciplinaria de donde extrae los reveladores datos estadísticos que son la marca particular de su trabajo. ¿Cuántos españoles llegaron a Charcas? 10.000. ¿Qué porcentaje de la fuerza de trabajo indígena laboraba en las haciendas en el siglo XVII? Un tercio. Sin datos como estos no le sería posible sintetizar ni hacer inteligible la historia de una nación en 300 páginas.

En particular los capítulos sobre Charcas colonial son probablemente la mejor “historia mínima” de este periodo con que contemos. También hay que anotar que el capítulo final, sobre el “proceso de cambio”, sin ser tan profundo como los de historia más antigua, resulta en cambio de una honestidad ejemplar para este tiempo en el que la mayor parte de los intelectuales bolivianos ha preferido la parcialidad.

En el nuevo prefacio (que sustituye a la anterior introducción que por alguna razón no se reproduce en el libro), Klein reconoce que “Desde que comen[zó] a investigar la historia de Bolivia en 1958, los estudios históricos [sobre el país] tanto en Bolivia como en el extranjero han cambiado enormemente”. Se refiere a que ahora hay una importante comunidad de estudiosos que antes no había y también, una bibliografía mucho más amplia que entonces. Esto implica, como es lógico, la ramificación y la fragmentación del conocimiento, que ahora solo puede ser adquirido por especialistas, y aun así de manera parcial. Puesto que este proceso es inevitable, emerge como necesaria la labor encargada a los generalistas: hacer recuentos y síntesis para consumo de los estudiantes, las gentes comunes y los extranjeros interesados en Bolivia. Si debo juzgar por mi propia experiencia, incluso quienes están dispuestos a abordar los textos específicos deben primero leer panoramas que les permitan situarlos y comprender sus referencias y sobrentendidos. 

La tendencia actual es que estos panoramas sean escritos por equipos de historiadores que, sumando sus conocimientos especializados, logren una visión de conjunto. Esto es más expedito, a veces también más erudito, pero presenta un problema. No puede lograr lo que un escritor en singular, un solo autor, en este caso Klein, sí logra: escribir “un libro que se lee de un tirón, como una novela en la cual cada capítulo se engarza con el siguiente para contar una misma historia por medio de los hilos subterráneos, vale decir, de las estructuras básicas que subyacen y despuntan intermitentemente a lo largo de su trama”, como dice en su encendido prólogo el historiador boliviano, exestudiante de Klein, Antonio Mitre.

Esto, la articulación orgánica de una obra, su fluidez narrativa, su elegancia formal, es muy difícil o imposible de conseguir por parte de equipos, por muy bien compenetrados que estén. En ese sentido, existen pocas historias generales sobre Bolivia con tal rango autoral: la de Klein es la única que al mismo tiempo se halla plenamente respaldada por los procedimientos modernos de investigación historiográfica, puesto que la aplicación de los mismos ha implicado generalmente, como hemos visto, el trabajar en equipo.

¿Por qué se necesitan historias generales que “se lean como novelas”? Para que se lean, justamente, y con ello los ciudadanos que lo hagan, los jóvenes, en especial, pero también los adultos que buscan entender su entorno y entenderse a sí mismos, aumenten su “conciencia nacional”. Como decía hace poco en la revista Letras Libres el historiador cubano Rafael Rojas, debemos rechazar las historias oficiales, escritas a la sombra del poder, pero requerimos urgentemente de “historias públicas” de alcance ecuménico. Sin conocimiento y debate históricos, decae el nivel y el rendimiento del intercambio democrático; el demos tiene más dificultades para constituirse, deliberar sobre sí mismo y tomar decisiones para el futuro que sean consistentes con su pasado. Es algo a lo que solo pueden contribuir historias generales que sean comprehensivas, compactas y legibles como la de Klein.

La última edición de “Historia de Bolivia” está acompañada de un nuevo y exhaustivo “Ensayo bibliográfico” sobre la literatura en torno a Bolivia preparado por Klein y otro exdiscípulo suyo, el historiador boliviano Manuel Contreras, y de un “Índice analítico” de Alfredo Ballerestaedt.

Por alguna razón que se me escapa, esta edición no recupera la excelente traducción que de las anteriores realizó Josep Barnadas, por lo que ahora tiene giros (como “frecuentemente raro”, “eventualmente” por “finalmente” o “a gran escala” por “numeroso”) que, sin ser incomprensibles, le dan al texto un cierto acento gringo.

La publicación de Plural Editores, con una tapa basada en un hermoso óleo de los Andes del pintor potosino Enrique Arnal, se diferencia por su calidad de la mayoría de las ediciones anteriores, que en su rusticidad tenían cierto encanto, pero que ahora han quedado de algún modo, podría decirse, superadas por este último eslabón de una cadena de una extensión (felizmente) indeterminada.

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