Los microcuentos de Gonzalo Llanos
por Coral Salazar.

“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”: estas son las siete palabras del
microcuento más famoso en idioma español, del escritor guatemalteco Augusto Monterroso,
texto que Mario Vargas Llosa llamó “una mínima joya narrativa”. Y se conoce el microcuento tal
vez más célebre de todos, aún más breve, de Ernest Hemingway: “Vendo zapatos de bebé. Sin
usar”. No son pocos los escritores bolivianos que han practicado o practican el género: Homero
Carvalho, por ejemplo, que además de escribirlos es autor de una Antología iberoamericana de
microcuento (2017) y, antes, Alfredo Medrano (con su Cuentos en escala de 1984). Pero es
Gonzalo Llanos quien le ha dedicado todos sus esfuerzos.
Además de cuentista, Llanos es cronista e ilustrador. Nació en La Paz en 1964 y fue parte
del taller de cuentos Correveidile. Dirigió por tres años el grupo de lectura los Chavelos. Estudió
en la escuela de Bellas Artes Hernando Siles y en la UMSA. Ha publicado una serie de
colecciones de microficción: Cuento feroz I (2007); Cuento feroz II (2008); Cuento feroz III
(2009). En 2010 publica la primera edición de Cuento feroz. Antología, que ha aparecido, en una
segunda edición ampliada, hace poco. Esta nueva edición es la que aquí comentaremos.
La segunda edición de Cuento feroz. Antología es una edición de autor y se publicó
durante la pandemia. Añade diez relatos a la primera edición y fue ilustrada por el autor y por la
artista gráfica Claudia Quilali. Luego de unas “Instrucciones para el despegue”, se reúnen en el
tomo 127 microcuentos con sus correspondientes ilustraciones. El libro se cierra con unos “textos
acerca del microcuento”: sobre las pautas del género, se dice, por ejemplo, que sus claves son la
vertiginosidad de sus giros (que encuentran a un lector desprevenido), o que son historias
contadas en un abrir y cerrar de ojos, o que, además de su brevedad, son relatos que dependen de
la creación o sugerencia de un enigma.
Para Llanos, la microficción depende en buena medida de lo que autor demanda o espera
del lector: es este último el que complementa los escenarios y tiene que crear los cierres o finales
argumentales. Ninguna explicación es mejor, sin embargo, que la lectura de uno de los
microcuentos de Llanos, que, claro, podemos citar en su totalidad. Leemos en “Mundo chico”:
“Yo le dije que el mundo ya no era lindo. Le pidieron la visa de trabajador legal, la consiguió, y
todas las vacunas. Su madre lo alimentó bien, era el más fuerte. En la frontera también la policía

le cobró sin darle recibo. Ayer, la embajada lo devolvió en un bolso. Nadie vio nada. Le
escribieron en el pecho: ¿a qué viniste?”.

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