Instrucciones para un cine doméstico
1. Cuando a mi señora esposa le preguntan cuáles son las películas que le dejaron una impresión inolvidable, suele mencionar tres: la norteamericana El hombre cobra (Bernard Kowalski, 1973), la italiana Desventuras de un funcionario (Luciano Salce, 1975) y la francesa La mujer de al lado (François Truffaut, 1981). Esta breve selección es, como la mayoría de las listas que usamos para definirnos o presentarnos al mundo, menos un ejercicio crítico (o de posicionamiento estético) que un gesto confesional, biográfico: los misteriosos capítulos de una educación sentimental.
2. Cuando vio estas películas, mi señora esposa tenía 9, 11 y 18 años, respectivamente. Con cada una de ellas quizá descubrió algo: ¿El horror de las transformaciones involuntarias en El hombre cobra? ¿Una fobia andina y minuciosa a las víboras? ¿Una suerte de metafísica kafkiana en las desventuras sinfín del funcionario público Fantozzi (al que todo le sale mal)? ¿La posibilidad de las pasiones trágicas –esas en las que dejamos de ser violentamente lo que somos– enLa mujer de al lado?
3. Antes, hasta hace poco, cada uno cargaba con sus recuerdos cinematográficos como si fueran privados, pedazos de una experiencia perdida solo recuperable clásicamente, es decir, en tanto traumas. Hoy, en cambio, y con una facilidad obscena, podemos organizar esta ilusión: la de un ciclo casero de cine que nos regrese –con intenciones torpemente terapéuticas– a esos recuerdos. Podemos conseguir cualquier película de nuestra infancia o adolescencia y armar un ciclo: “Las películas que nos jodieron la vida”.
4. Esta, la terapéutica, es una de varias maneras de pensar para qué sirve el cine doméstico. Menciono otras: a) para ahorrar plata; b) para tener, en casa, lo que no hay en Bolivia fuera de ella: una cinemateca; c) para estar al día; d) para ir a festivales; e) para remediar los inmensos vacíos de nuestra educación cinematográfica. Etc.
5. Se suelen nombrar dos grupos de condiciones míticas que el cine en casa es incapaz de reproducir: a) las técnicas; b) las sociológicas. Entre las primeras: la calidad de imagen y sonido, el gran tamaño de la pantalla, la oscuridad completa. Entre las segundas: el acto social de compartir la sala con extraños, de reaccionar al cine colectivamente. Hoy, todas las primeras se pueden reproducir, sin mucho dinero, en casa; a las segundas nunca les vi el encanto (¿es parte de “la magia del cine” aguantar gente que no deja de hablar, comer, jugar con su celular?).
6. Los materiales básicos para construir un cine en casa son los siguientes: a) una pared blanca y lisa de buen tamaño; b) cortinas pesadas; c) un proyector básico de alta definición (por ejemplo, un Epson PowerLite 2040); d) un aparato de sonido decente; e) conexiones a un reproductor de Blu-Ray y a una computadora. ¿El costo? Se puede obtener todo esto por menos de lo que cuesta una salida semanal al cine, con pareja, durante dos años.
7. Son tres las fuentes de alimentación del cine doméstico: el DVD, los clubes de streaming por subscripción y las tiendas virtuales de alquiler.
8. El DVD tiene entre nosotros un lugar que no tiene en otros lados: en el primer mundo, el DVD es de alcance limitado (lo que está a la venta en un país no lo está en otro) y es caro (el precio estándar de una copia de la magnífica Criterion Collection es: 24 dólares el DVD y 32 dólares el Blu-Ray). Aquí, hay DVD de todo el mundo, de todas las épocas y a precios que fluctúan entre los 2 y 10 Bs. Para cualquier cinéfilo que se precie, los problemas en Bolivia son otros: ¿Dónde almacenar tantos DVD? ¿Cómo organizarlos? ¿Conservamos el DVD cuando adquirimos el Blu-Ray de la misma película?
9. La oferta de los gigantes por subscripción (Netflix, Hulu, Vudu, Amazon Prime) –ricos en series, pobres en películas–, hay que complementarlos con sitios que operan como cinematecas: exhiben un número limitado de películas, organizadas según curadurías y ciclos, con numerosos beneficios “extras”. En mi experiencia, el mejor de estos sitios es Mubi: por un subscripción mensual razonable (yo pago 40 Bs.), puedo ver siempre 30 películas diferentes, que rotan, como en una sala, al ritmo de una al día (o sea: cada día se estrena una película y cada día deja el sitio otra). En esta oferta de casi 400 películas al año se nota la mano de programadores inteligentes: ciclos completos dedicados a directores (la filmografía completa de Chris Marker, por ejemplo), a temas, a lo mejor de festivales, al nuevo cine de áreas geográficas (he visto magníficas películas chilenas, argentinas, colombianas, ecuatorianas). Y la revista de Mubi, Notebook, es una de las mejores revistas de cine en el mundo (se actualiza diariamente). El único defecto de Mubi es el de toda buena cinemateca: provoca la ansiedad constante de saber que, por falta de tiempo, nos estamos perdiendo algo. (Y nada augura su sobrevivencia: dos sitios similares, FilmStruck y Fandor, se cerraron en 2018).
10. Una variante del streaming por subscripción es la de Kanopy, un buen lugar para ver documentales (además de cine clásico). El ingreso a Kanopy es gratuito a través de bibliotecas públicas en Estados Unidos (que son las que pagan). Hay una forma de evitar este obstáculo: hacerse miembro virtual de una biblioteca pública gringa. La Free Library of Philadelphia, por ejemplo, permite el uso de sus inmensas colecciones, servicios y archivos virtuales (de libros, música e imágenes) por 25 Bs. mensuales.
11. El otro gran sistema de acceso virtual al cine (presente y pasado) es el alquiler on demand. En este modelo, uno paga solo por lo que ve, sin membrecías, a precios que fluctúan entre 7 y 35 Bs. por película. El sitio con mayor cantidad de títulos es Amazon (más de 200.000). Pero hay alternativas. Por ejemplo, Pantaflix. Podemos ver en el sitio de esta compañía alemana de todo un poco y hasta rarezas, como los documentales, restaurados, de Krzysztof Kieslowski, o, si se quiere algo diferente, un ciclo titulado “Teatroteka” de 16 obras de teatro polaco contemporáneo, bellamente filmado, con subtítulos en inglés. (Pantaflix es además interesante porque es una plataforma abierta de distribución: cualquier cineasta puede subir su película, determinar el precio de alquiler y recibir el dinero generado).
12. Un placer final del cine doméstico: asistir –en tiempo “real”– a festivales. Es lo que nos permite el sitio Festival Scope. Ahora mismo, si queremos, podemos ir virtualmente al Festival de Rotterdam 2019 (incluyendo el estreno de la última cinta del argentino Gastón Solnicki, Introduzione all’oscuro). Hay “pases”: 5 pelis por 80 Bs.