Lost: El “gnosticismo” televisivo
La bibliografía dice que el gnosticismo tuvo su apogeo en los primeros años de la era cristiana, en los que se mimetizó durante algún tiempo con la religión de Jesús. Sin embargo, poco después fue apartado por «herético”, seguramente como parte del largo proceso de depuración doctrinal vivido en aquellos siglos.
En periodos más recientes, innumerables sectas han querido resucitar lo «gnóstico”, aunque sin demasiado impacto; sin embargo, hay que decir que la «Iglesia de la Cienciología”, famosa por sus conexiones con las estrellas de Hollywood, parece tener una clara filiación en este terreno, ya que, según testimonios de varios de sus exmiembros, sus profesantes atraviesan el ascenso por numerosos grados, solo para enterarse en los finales que los humanos somos producto del asesinato de millones de seres extraterrestres ocurrido hace mucho tiempo, merced a la crueldad de un rey interplanetario llamado Xenu (suena increíble pero parece que es verdad).
En todo caso, de manera gruesa podríamos decir que lo «gnóstico”, en sus diversas variantes y con varios grados de complejidad, juega con un concepto atractivo, aunque francamente simplista: podemos encontrar la salvación a través de una «verdad” que en algún momento alcanzaremos o que, mejor aún, nos será «revelada” (en las sectas más elementales ese «conocimiento” es administrado por los altos jefes, lo que garantiza altos grados de sumisión por parte del resto de los miembros).
Esa es probablemente la razón por la que el gnosticismo no pudo cuajar en ninguna de las grandes religiones del planeta, ni consolidarse como un sistema filosófico central en la historia del pensamiento, a pesar de sus éxitos iniciales. Sin embargo, la fórmula que no funcionó en la ideología mundial, sí ha obtenido resultados espectaculares en la televisión contemporánea; un ejemplo es la serie de televisión Lost (2004 -2010), objeto de esta crítica.
La delgada línea
Los 121 capítulos, divididos en seis temporadas, de los que consta la serie, constituyen una travesía continua para llegar a develar el misterio final. En cada capítulo sentimos que nos acercamos a la revelación, aunque encontrando nuevas interrogantes, de ahí que la propuesta sea verdaderamente atrapante.
Sin embargo, un mecanismo de ese tipo tiene un costo: los guionistas tienen que esforzarse para que los nuevos personajes o elementos que van apareciendo no revelen más de lo necesario, a fin de seguir manteniendo el misterio, aunque contradigan la lógica y la probable curiosidad de los protagonistas. Hay momentos en que da ganas de gritarle al personaje que está en la pantalla «¿Por qué no preguntas más?” o «¿por qué no averiguas eso, si lo tienes al alcance de la mano?”.
Hay una delgada línea entonces que separa el mecanismo del misterio, de la verosimilitud y, a pesar de que hay momentos en que dicha deficiencia se hace patente, la mayor parte de las veces la ignoramos merced a la habilidad narrativa de guionistas y realizadores.
Para sostener una trama tan intensa la serie recurre a permanentes flashbacks (retrocesos en el pasado), flashforwards (adelantos en el tiempo) y flashsideways (retazos de una realidad alternativa). Como es lógico, todos esos elementos van contribuyendo a armar el rompecabezas que nos acerca a la solución final.
Villanos cambiantes, personajes entrañables
En el esquema narrativo propuesto, a medida que avanza la trama y sobre todo al ir surgiendo nuevos misterios, los antagonistas pueden ir cambiando; a momentos son los propios sobrevivientes del vuelo y, después, los elementos «nativos de la isla” los que van tomando ese rol (a los sobrevivientes de la cola del avión los sustituyen «los otros”, en determinado momento aparecen «los hostiles”, los miembros de la «iniciativa Dharma”, los gangsters contratados por Charles Widmore y finalmente el mismo «hombre de negro”). De ahí que se vuelva común el ver convertirse a determinados «villanos” en parte de los «buenos”, y que también en determinados momentos los que están al lado del bien tomen decisiones confusas o contradictorias.
Sin embargo, en lo que no varía Lost respecto a otras construcciones exitosas, es en el desarrollo de un grupo de personajes entrañables, los que desde los momentos iniciales constituyen un conjunto emotivo, casi indestructible en sus lealtades. Para hacer interesante ese grupo, los creadores contraponen su tipificación (definida por su pasado), con las características que adquieren en la trama; de esa manera algunos de los personajes más queridos son un torturador iraquí (Sayid), un estafador (Sayer-Ford), un machista aprendiz de gangster coreano ( Jin) y una parricida (Kate). El eje de este equipo está constituido por el práctico y voluntarioso Jack y el místico Locke, quienes dan pie a una de las contradicciones principales en la trama. Un acierto atípico en el universo de las series es la inclusión de un personaje como el de Hurley, obeso, desagradable o gracioso, según quiera verse, pero que a medida en que avanza la trama deja de ser una comparsa y adquiere un protagonismo central.
Lost tiene la virtud de mantener la tensión a lo largo de su desarrollo y a pesar de su complejidad temática puede mantener la coherencia en la mayor parte de los casos (quizás la mayor excepción a esta regla sea la del personaje de Walt, el niño con poderes sobrenaturales, respecto al que desarrolla una enorme expectativa en las primeras dos temporadas, para que luego se diluya de manera inexplicable en las restantes).
Lost es una serie fundacional de la edad de oro de la televisión comercial que hoy día vivimos (el proceso de construcción de ésta está explicado en el artículo «Elogio de la Televisión” de Mauricio Souza que se encuentra en la web de Tres Tristes Críticos). Dado su éxito, sus 121 capítulos pueden ser encontrados en cualquier puesto de venta de películas y lo más seguro es que el comprador terminará consumiéndolos en pocas semanas, tal como le ocurrió al autor de estas líneas.