Mi buen amigo el gigante

Steven Spielberg es sin duda uno de los mayores narradores contemporáneos. Otro fue Roald Dahl. Uno esperaría que la película en la que el primero adapta un cuento del segundo fuera una fiesta narrativa, aunque tuviera como público objetivo a los niños. El resultado es completamente el contrario: estuve a punto de dormirme. La estructura de la trama de «Mi buen amigo el gigante» es débil y lenta, y el sentido del humor naif en extremo. En suma, la adaptación muestra un cierto menosprecio por la mentalidad de los niños que justamente no sentía Dahl.

La crítica ha felicitado los efectos especiales, que en efecto son soberbios. Pero no sé si este es un halago para un artista de la talla de Spielberg.

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