Microreseñas: «Belleza Inesperada»

Ya se sabe que Will Smith aparece en dos clases de películas: blockbusters y unos dramones que te mueres. «Belleza inesperada» pertenece al segundo grupo. Su tema es el más grave y el más sensible: la pérdida de un hijo. Un tema que quizá no sea posible tratar adecuadamente, que quizá trascienda las posibilidades del arte. En todo caso este filme no lo logra. 


Smith representa a Howard, un exitoso publicista que cree que los seres humanos pueden contactarse entre ellos porque tienen en común su necesidad de tiempo y amor y su miedo a la muerte. Luego del fallecimiento de su hija de seis años, Howard está paralizado por la pena y lo único que hace es formar estructuras con dominós y escribir cartas al tiempo, el amor y la muerte. Sus socios y amigos intentan aprovechar esto último para obligarlo a reaccionar y a acceder a la venta de la compañía que poseen entre todos. Sin reparar en la crueldad intrínseca a su acción, contratan a tres actores para que representen a los tres corresponsales de Howard, a fin de filmarlo en los momentos en que se encuentre con ellos y, probando así su inestabilidad, obligarlo a acceder a la venta de la empresa. Esta triquiñuela es demasiado compleja y metafórica (brutalmente literaria) como para no desplazar la película hacia un plano de irrealidad, de fábula, que comprometa su credibilidad. Al final, comprobamos que no se trataba de reflexionar sobre la pena más grande que un ser humano pueda sentir, sino de la monserga de siempre acerca de la «belleza inesperada» de la vida. Con final más o menos feliz y todo. 


Ha dicho un crítico estadounidense: hacer un espectáculo de un asunto tan delicado, y hacerlo por lucro, es cínico en grado supremo. Pero este es un juicio moral y político, no estético. Desde el punto de vista estético el punto es que la película no logra hacer el espectáculo. Su aproximación al asunto que trata es demasiado artificiosa para ello. Y el asunto que trata es demasiado grave para admitir una aproximación artificiosa. 


Repito: algunos dolores son tan fuertes y sagrados, que quizá ante ellos solo quede callar.

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