Rey Arturo: La Leyenda de La Espada
Es imposible ver esta película sin compararla a cada instante con Excalibur (1981) de John Boorman, la mejor adaptación que se ha realizado de la leyenda clásica para el séptimo arte.
Rey Arturo: La Leyenda de la Espada, pretende ser el inicio de una saga, pero al parecer, por sus primeros resultados de taquilla, será difícil que lo consiga. La cinta está dirigida por Guy Ritchie, uno de los realizadores más conocidos del Reino Unido, que comenzó su carrera a finales de los años noventa bajo la fuerte influencia de “Pulp Fiction”(1994), la cinta más importante de Quentin Tarantino. Ritchie en sus primeras películas, Juegos, trampas y dos pistolas humeantes (1998) y Snatch: Cerdos y Diamantes (2000) adopto varias de las características del cine del director norteamericano: historias corales llevadas adelante por una variedad de personajes callejeros, largos diálogos y cierto tipo de innovaciones en el tratamiento de la imagen y la edición.
Precisamente a partir de esa experiencia, Ritchie desarrolló lo que posteriormente ha sido uno de sus rasgos narrativos característicos: la imagen que primero se ralentiza y luego se acerca rápidamente a personajes y situaciones. Esa técnica le sirvió al director en sus adaptaciones cinematográficas de Sherlock Holmes (2009 y 2011) para describir la capacidad predictiva del personaje, aplicada a situaciones de violencia. Estas cintas fueron su primer intento para involucrarse en el cine de grandes presupuestos, aunque su resonancia entre la crítica probablemente fue mediatizada por la aparición de Sherlock (2010) la serie de televisión de la BBC, que a juicio de la mayor parte de las opiniones constituye una de las cumbres en la representación del detective inglés.
En Rey Arturo: La Leyenda de la Espada, Ritchie retoma algunos de elementos de sus primeras películas. El segmento inicial, en el que se narra el proceso mediante el cual Arturo se convierte en una suerte de jefe mafioso local, parece calcado de Snatch: Cerdos y Diamantes; solo los trajes y el decorado cambian en la descripción de los bribonzuelos de la nueva y la antigua ciudad de Londres. Por otra parte en la totalidad de la cinta el realizador juega a comenzar secuencias narrando la acción en dialogo y luego adelantarlas, trasladándolas a la imagen. A momentos, aunque no de manera estructural, la película parece un juego de rompecabezas, ya que determinadas situaciones que parecieran inacabadas en un momento, luego se explican mediante escenas complementarias. Con todos esos elementos Ritchie hace un esfuerzo enorme por agilizar la trama, y por lograr que el público se deje llevar por un ritmo que quiere apresurarse constantemente.
A las piezas mencionadas, el director suma varios golpes de efecto basados en el impacto visual. Estamos ante una película de imágenes grandilocuentes: La “Londinum” reconstruida de innumerables callejuelas y de ruinas romanas semi abandonadas, la gigantesca torre en Camelot, las secuencias de efectos especiales que muestran a gigantescos elefantes y enormes ejércitos, el monstruo de la caverna (quizás el diseño más logrado de la película), que combina los tentáculos de un pulpo gigantesco con cuerpos de mujeres, uno de ellos grotesco y otros dos hermosos.
La pregunta clave entonces es, ¿si Ritchie se ha esforzado tanto en los aspectos narrativos y visuales, porque Arturo: La Leyenda de la Espada, fracasa?, básicamente creemos, por la chatura conceptual a la que ha reducido la estructura general de esta historia representativa del imaginario del medioevo.
En su larga evolución, el mito de Arturo representó temas centrales para el cristianismo de la época tales como la legitimidad del poder real (representación de Dios en la Tierra), la búsqueda de la santidad (búsqueda del Santo Grial), exaltación de valores (valentía, generosidad, lealtad, etc.) encarnados por los distintos caballeros de la mesa redonda, etc.
En Excalibur, por ejemplo, Boorman hacía una representación de la leyenda escenificando el ciclo completo de la vida: nacimiento, apogeo y declive. El nudo de la cinta se centraba en los conflictos más importantes de la época, especialmente el de la legitimidad – ilegitimidad del poder, ilustrado por el nacimiento, moralmente cuestionable de Arturo (Merlìn mediante la magia, dotaba a Uther su padre, de otra identidad, para que pudiera fornicar con la esposa de su enemigo) y el de la contradicción amor platónico – amor carnal, expresada en el triángulo amoroso establecido entre Arturo, Guinevere y Lancelot. Con esos elementos, el hoy octogenario director, construía un relato de dimensiones épicas, asentado en momentos portentosos; la muerte de Uther, las cabalgatas de los caballeros, el descubrimiento de la infidelidad de Guinevere, etc.
Ritchie en Arturo: La Leyenda de la Espada, reduce la trama a un planteamiento Shakesperiano básico (en el peor de los sentidos de la expresión): tío mata a hermano, e hijo mata a tío. Y más allá de la simpleza de la trama se encuentra la de los personajes, reducidos a buenos y malos sin ningún tipo de matiz. Finalmente, es peor aún el rol que se le asigna a la espada, convertida en una especie de bastón de Skeletor, que sí es golpeado con fuerza por Arturo, puede hacer volar a los quinientos enemigos que están alrededor.
Alguien podría decir que el director tenía todo el derecho a intentar reinventar la historia y estructurarla con otros códigos. De acuerdo, pero esa estructura tendría que concitar un mínimo de interés. En la película podemos no aburrirnos dado el ritmo (sobre todo si es que nos interesan los efectos visuales y el diseño de arte), pero apenas termina nos damos cuenta de su intrascendencia.
¿Está fracasando esta película en la taquilla debido a sus problemas narrativos?, es difícil afirmar eso cuando sagas como Rápidos y Furiosos se encuentran en el octavo capítulo. Pero lo cierto es que en el cine de blockbuster de estos días, un delito mayor al de no hacer buenas películas, es el de no poder “enganchar” con el público.