El Arzáns de Mariano Baptista
Mariano Baptista Gumucio es cultor de varios géneros, es un polígrafo que ha nutrido su amplísima bibliografía con obras de historia, pedagogía, ensayo político, periodismo, recopilaciones, misceláneas, etc. No sería injusto describirlo, sin embargo, digamos que de forma esencial, como un biógrafo cultural o un autor especializado en la vida y obra de los escritores bolivianos.
En este campo ha producido biografías imprescindibles, como las de Tamayo y Medinaceli. Y otras muchas más, generalmente valiosas. Reconociéndolo, la Biblioteca del Bicentenario le encomendó la antología de biografías nacionales que está proyectado que esta institución publique como uno de los 200 libros fundamentales de Bolivia.
Por tal razón, ha sido una excelente noticia la de la reedición de su biografía de Bartolomé Arzáns, el primero y el más empecinado y suculento escritor nacional. La obra ha aparecido esta vez en Plural, con el título de “Vida y reflexiones de Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela” (sin “El mundo desde Potosí” de anteriores ediciones), en formato más grande que el de la última edición de Kipus, adornada con reproducciones de pinturas sobre la Villa Imperial y aumentada con comentarios de autores bolivianos y extranjeros sobre Arzáns y sus dos libros, la “Historia” y los “Anales de Potosí”. En fin, se trata de un libro típico de Baptista, que debe de ser el más arzaniano de nuestros escritores, tanto por la abundancia de su producción como por su capacidad para traer a colación en cualquier momento a todos los autores que ha conocido, que son muchos y muy variados.
Y pese a ello, diría también que este es un libro distinto o especial del sabio cochabambino, dada la fuerza que su voz tiene en él y la brillantez de la prosa en la que trasmite sus observaciones sobre Potosí y sobre su gran cronista. Baptista busca asombrarnos y lo logra. Sus imágenes sobre la historia inicial del país de Arzáns —del país que este comienza a nominar y por tanto a fundar— se suceden vertiginosas y sorprendentes. Su síntesis de la “Historia” es deliciosa en la forma e ingeniosa en el fondo. Y sus citas del gran libro del potosino son curiosas y breves, por lo que convocan a su lectura. (Esta puede darse en el facsímil de la edición princeps realizada en los años 60 por los historiadores Lewis Hanke y Gunar Mendoza —que publicó hace algunos años la Fundación del BCB— o en los resúmenes que han dado a luz la colección del Sesquicentenario de Bolivia y alguna editorial comercial nacional).
Tal es, por supuesto, el propósito de Baptista: incitar a los jóvenes (que son la última esperanza) a que lean a los autores nacionales y así se hagan bolivianos conscientes y cultos —y por tanto no sé si mejores bolivianos, pero sin duda sí bolivianos más interesantes de conocer y de ver en acción.
Que esto que acabo de decir no nos lleve a malos entendidos, empero: El texto nada tiene de “pedagógico” en el sentido de obligado, vertical, simplificado o a propósito para dar examen. No. Baptista está liberado de las cadenas académicas y academicistas y eso le permite gozar y hacer gozar. Escribe como un escritor, no como uno de esos profesores de los que alguna vez quiso librar definitivamente a los niños bolivianos.
En este libro todo es equilibradamente ameno y valioso (dos valores que a menudo se repelen) y eso lo convierte en una de las obras mejor logradas de nuestro prolífico biógrafo cultural.
Algo sobre Arzáns
Bartolomé Arzáns de Orsúa y Vela es el santo patrono de los escritores bolivianos. No solo porque fue el primero de la cofradía. No solo porque combinó la historia con la ficción, como parece obligatorio de hacer en un país tan novelesco y tan cambiante como el nuestro… Ni tampoco solamente porque fuera el primero en ejecutar un gran proyecto literario (escribir la historia de Potosí desde la fundación de la ciudad hasta el tiempo del autor, a comienzos del siglo XVIII) sin contar con los recursos necesarios para ello (conocimientos suficientes, interacción con “pares”, acceso a libros, etc.), igual que ocurre hasta ahora con todos nosotros. (Con la diferencia de que según parece, Arzáns, que vivía en un tiempo de rentistas inveterados e impenitentes, contaba con bastante tiempo libre).
“San Bartolomé” es el patrono de los autores bolivianos porque fue un escritor sin lectores, uno que hizo lo que hizo —vivir encadenando a su mesa de trabajo durante 35 años— “por nada” o simplemente por la “gana solitaria” de la que habló otro gran galeote literario sin lectores, René Moreno. En efecto, Arzáns nunca pudo publicar lo que escribió y al parecer ni siquiera se esforzó mucho para lograrlo, ya que temía que, siendo leído, fuera también castigado por sus vecinos potosinos, de los que contaba las intimidades y exageraba los vicios y las miserias.
Al mismo tiempo, era suficientemente pobre como para que no pensemos en su actividad como ahora pensamos en los hobbies. Arzáns sufría para comprar las resmas de papel y la tinta que usaba, así como las velas que le permitían trabajar de noche. Por supuesto, no podía esperar nada a cambio.
¿Por qué escribía, entonces? ¿Cuál era el móvil de esta extraña conducta, la de esforzarse por el esfuerzo mismo, sin posibilidad ni oportunidad de recompensa?
La respuesta es a medias sabida y a medias misteriosa. Y en este misterio y en esta obviedad, y en su mezcla, se basa la vocación de todos los escritores bolivianos.