Día de patriotas

Peter Berg, el director de Día de patriotas, insiste en el método que le sirvió para hacer de su anterior filme, Deepwater Horizon, una película muy atractiva. Toma un caso de la vida real (un valor en alza) y lo recrea con habilidad narrativa y un elenco de actores conocidos que trabajan en torno a Mark Wahlberg (quien protagoniza ambas películas). Si hay directores que dan vida a la historia por medio de la cinematografía, Berg hace esto con el periodismo.

Peter Berg, el director de Día de patriotas, insiste en el método que le sirvió para hacer de su anterior filme, Deepwater Horizon, una película muy atractiva. Toma un caso de la vida real (un valor en alza) y lo recrea con habilidad narrativa y un elenco de actores conocidos que trabajan en torno a Mark Wahlberg (quien protagoniza ambas películas). Si hay directores que dan vida a la historia por medio de la cinematografía, Berg hace esto con el periodismo.

Deepwater Horizon cuenta el reciente accidente de una perforadora petrolera marítima de la Shell, que ha sido considerado uno de los peores desastres ecológicos de Estados Unidos, y lo cuenta como si se tratara del hundimiento del Titanic. Me gustó mucho, pese a las inevitables simplificaciones de la trama, las cuales cuestan caro a la imagen de la petrolera británico-holandesa.

Día de patriotas también pone en relieve la integridad de la gente común y corriente cuando enfrenta una crisis colectiva terminal. Esta vez no se trata de obreros, sin embargo, sino de los policías de Boston, lidiando con los efectos del atentado terrorista que en 2013 golpeó al célebre maratón de esta ciudad estadounidense. Como se recordará, el atentado fue responsabilidad de un par de hermanos chechenos, islamistas  radicalizados.

La película sigue los hechos (eso sí, de forma unilateral), pero se estructura en torno a un personaje ficticio, el policía con problemas de control que protagoniza Wahlberg. Homenaje a los policías y a las autoridades de Boston, los presenta como individuos comprometidos y adecuadamente furiosos, dispuestos a todo para dar caza a los criminales.

La motivación de la que hacen gala emerge de su encuentro directo o indirecto con el horror de las explosiones, sus víctimas mortales (una de las cuales ha sido un niño pequeño) y la invalidez que han causado a un crecido número de personas (los terroristas usaron bombas caseras con metralla que, más que matar, provocaron una gran cantidad de mutilaciones).

Todo lo cual resulta, como se supondrá, demasiado obvio para emocionar. Según un crítico bostoniano, filmarlo fue, en el mejor de los casos, innecesario. Y, en el peor, un poco pervertido, ya que implicó la explotación comercial del sufrimiento y de la heroicidad de los vecinos de la ciudad.

La previsibilidad de la película se debe en parte a que deje de lado o toque superficialmente el otro aspecto de la tragedia del maratón del Boston, que reside en el hecho de que dos personas con toda una vida por delante se hubieran metido en un delito tan grave por motivaciones que sólo en parte fueron nacionalistas y religiosas, y que también cabe describir como psicológicas, de inadaptación a la vida moderna, de reacción a la soledad, de identificación con el tipo de existencia supuestamente aventurero que la cultura popular contemporánea achaca a los pistoleros ya los mercenarios.

Hay, sin embargo, una excepción en esta omisión: el interrogatorio a la esposa de uno de los hermanos, momento de gran tensión emocional que nos permite atisbar en el sombrío y misterioso mundo de los occidentales que se han convertido al Islam por razones culturales y políticas antes que por un arrebato de fe.

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