“Robot salvaje”, salvaje pero no insumiso
La última película realizada por el excelente Chris Sanders (“Lilo y Stitch”, “Cómo entrenar a mi dragón”) para DreamWorks Animation está basada en los libros para niños del escritor e ilustrador estadounidense Peter Brown y lleva el mismo nombre que estos: “Robot salvaje”. Igual que los libros, el filme ha recibido el aplauso casi unánime de la crítica. No ha faltado alguno, sin embargo, que lo haya calificado de “máquina de llorar”, aludiendo a su fuerte interés en conmover a los espectadores con sus historias de superación de traumas infantiles y de rebeldía contra el capitalismo, aspecto este que, al final, sin embargo, queda en agua de borrajas. A Sanders le interesa tocar las fibras emocionales como las cuerdas de una guitarra, según puede verse en sus anteriores animaciones.
ROZZUM unit 7134 o «Roz» (Lupita Nyong’o) es la última generación de robots de servicio doméstico en un indeterminado momento futuro. Esta unidad queda intacta tras un accidente del barco que la transportaba, y “despierta” en una isla llena de animales y sin presencia humana. Su programación le impone “no parar hasta terminar su tarea”. Intenta aplicar esta línea de conducta con las criaturas con las que se encuentra, pero, excepto porque logra entenderse con ellas en un idioma indeterminado, fracasa. Solo consigue perder partes y sufrir ataques furiosos. Tras uno de ellos, cae por una ladera y destruye el nido de una gansa, matando a todos excepto a un huevo, que, luego, se empeña en cuidar. De él nace el gansito Brillo (Kit Connor). Una zarigüeya le da entonces a Roz la tarea que andaba buscando: cuidar a Brillo y enseñarle a volar antes del invierno, para que pueda migrar de la isla y salvar su vida. En ello la ayudará el tramposo zorro Fink (Pedro Pascal), interesado en aprovecharse de la capacidad tecnológica de la robot para cazar, pescar, construir, etc.
Con ello tenemos completo el esquema típico de cualquier aventura: héroe (o heroína, más bien), entorno adverso, meta que se debe alcanzar para sobrevivir y “ayudante”. Pronto la aventura, sin embargo, se combina con el melodrama: Como era previsible, Brillo siente que Roz es su mamá, pero esta no puede corresponder a su amor, ¿o sí? Mientras tanto, la robot, igual que cualquier personaje inmerso por mucho tiempo en la naturaleza pura y dura, va convirtiéndose en “salvaje” y su transformación tiene efectos fundamentales sobre el ecosistema insular. Efectos ingenuos, sí, pero no olvidemos que se trata de una película para niños. Aunque, pensándolo bien, al final “Robot salvaje” intensifica el pathos en tal grado que quizá los niños, al menos los pequeños, no podrán evitar ser engullidos por la “máquina de llorar”.
En este final, que, por supuesto no revelaré, se le recuerda a Roz su condición de “mercancía” y ella, con ayuda de sus nuevos amigos, planta cara a la industria que la quiere “normalizar”; pero este connato heideggeriano no dura mucho. La ideología, ya se sabe. La película acepta y promueve la singularidad, pero no la iconoclastia; es liberal, pero al mismo tiempo conservadora; sobre todo, no se atreve a plantear la insumisión frente a las corporaciones.
La animación es excelente, en particular por los dibujos de animales, que tiene el realismo de las creaciones de Studio Ghibli y el antropomorfismo inteligente de los animales de Disney. El montaje, vertiginoso, incansable, también es un punto alto del filme.
Por último, como buen melodrama, “Robot salvaje” tiene poco sentido del humor, que sustituye por una gran cantidad de sensatez y bondad.