“The Mandalorian”, un wéstern en el espacio
El llamado “universo Star Wars” abarca una cantidad impresionante de películas (las que le dieron origen y las precuelas y secuelas), series animadas, series actuadas, novelas y cómics. Ubicarse en este océano de argumentos y personajes, en los exuberantes árboles genealógicos que vuelven primitivo y sencillo el esquema familiar de “Cien años de soledad”; ubicarse en la geografía de los planetas que sirven de escenario a las historias y en la historia de las galaxias y de sus eventos de centralización y descentralización políticas, requeriría de un posdoctorado y un estudio continuo.
Por tanto, la mayoría de los espectadores nos ocupamos de este material de manera más bien errática y discrecional, aunque tal actitud escandalice a los fanáticos de la franquicia, que parecen desear dedicar sus vidas al consumo y análisis sistemático de todo lo que esta incluye. En fin, que eso no nos detenga. También se puede ser un nerd de fin de semana.
Dentro de este tipo de consumo, es evidente que algunas series derivadas de “Star Wars” son bastante mejores que las películas posteriores a las tres clásicas iniciales —las que tampoco son piezas maestras, pero sí clásicos entrañables— y que se pueden ver con otro talante que el que tenemos cuando, con las pelis, nos atiborramos de pipocas junto con los niños que hemos llevado al cine.
Por ejemplo, “Andor”, protagonizada por el buen actor mexicano Diego Luna, tiene múltiples alusiones atendibles a problemas como la burocracia, la ceguera cruel de los sistemas administrativos actuales, los peligros de la mecanización, en fin. Algunos de sus capítulos son cuentos autónomos con valor propio, y su inserción en la gesta imaginada por George Lucas no es determinante para su sentido. Por ejemplo, el capítulo en el que Andor se halla en una prisión controlada por juegos mentales, antes que por una verdadera superioridad militar de los carceleros sobre los internos, es de una factura más seria que la habitual “aventura espacial” sin densidad y con muchas luces a la que remite el sello de “Star Wars”. En estos casos, la ciencia ficción puede convertirse en vehículo de reflexiones interesantes e impactantes sobre el mundo actual. Así ya ocurre, como se sabe, con la mejor cinematografía y literatura de este género.
La excepción que confirma la regla de que las series (animadas y actuadas) son mejores que las películas, es “Obi-wan Kenobi”, que posee un buen actor, Ewan McGregor, pero también un ritmo y una trama tan poco intrigantes como los de los fiascos finales de la gesta cinematográfica original, que disuadieron a la Disney de producir más películas, al menos por ahora. Así fue, aunque los filmes fueran económicamente rentables en sí mismos; pero no generaron expectativas en el público (el normal, es decir, los nerds de fin de semana) sobre lo que vendría a continuación.
Muy distinta fue la suerte de la serie “The Mandalorian” o “El mandaloriano”, que ha tenido un éxito constante, el cual se expresa en el hecho de que ahora mismo se esté publicando la tercera temporada y una cuarta asome en el horizonte.
Concibo “The Mandalorian” como el medio de preservar, en el tiempo contemporáneo, uno de los viejos géneros narrativos. Como el modo de renovarlo…. “The Mandalorian” es un wéstern en el espacio. Trata de un hombre duro, solitario y honesto que viaja por pueblos/planetas y enfrenta pruebas para cumplir una misión. Cada nueva temporada implica, claro está, un replanteamiento de esta misión. Cada pueblo/planeta está habitado por personajes distintos y singulares (en la tercera temporada aparecen bastantes animales descomunales y peligrosos), lo que también es un cliché del wéstern y de los viajes espaciales, desde los primeros capítulos de “Star Treak”.
Lo hemos visto mil veces y lo veremos otras mil.
Lo nuevo de la serie, la clave de su encanto, es Grogu, un bebé (pero que tiene 50 años, lo que es poco para él) de la misma especie que Yoda, el maestro jedi que tan importante papel juega en las películas y que ya desde su primera aparición, en “El Imperio contraataca”, capturó la simpatía de las multitudes. En su versión bebé, resulta todavía más atractivo.
Tenemos, entonces, a esta wawa adorable y, por otra parte, al guerrero cubierto con una armadura de pies a cabeza que de inicio solo debía entregarlo a los jedis, pero que, oh sorpresa, se encariñó con él y lo convirtió en su protegido y, al final, en su hijo.
Así la rueda rueda y zas, el wéstern sigue existiendo.
También contribuye a eso el rollo de la cultura mandaloriana, que se desarrolla extensamente en la tercera temporada. Igual que los humanos proceden todos de Adán, los mandalorianos vienen todos de Boba Fett, el cazarrecompensas que Lucas imaginó como uno de los “hombres de lata” que pueblan su mundo imaginario (otro, muy importante, es Darth Vader, que inicialmente también debía ser también un cazarrecompensas, pero luego se convirtió en un jedi oscuro). Boba Fett tiene su propia serie, generada secundariamente por el éxito de “The Mandalorian”.
El hecho de que la simiente de la cultura mandoloriana sea tan exigua como esta (el esbozo de un personaje) no ha impedido que, en esta serie, el escritor Jon Fraveau logre inventar tradiciones, mitos, objetos característicos hechos de beskar, el metal con el que los cazarrecompensas forjan sus armaduras, e incluso una suerte de religión llamada Credo, que convierte a estas (las armaduras) en algo más que armas defensivas: una suerte de exoesqueletos de los que los mandalorianos no deben prescindir. La suya es una cultura del beskar; son un pueblo de herreros que viven en cuevas y en torno a fraguas y minas. Forjar sus armaduras es como forjar sus cuerpos. Los grabados que hacen en el metal son sus tatuajes. No pueden quitarse el yelmo por ningún motivo, así que (para decepción de chicas y chicos que lo hallen “ demasiado guapo “) rara vez el espectador puede ver el rostro de Pedro Pascal, el protagonista. Solo ve su cuerpo enfundado en placas de metal reluciente y escucha su voz de cowboy espacial repitiendo una y otra vez el mantra mandaloriano: “This is the way (Este es el camino)”.
Todos estos condimentos han hecho de esta serie una buena forma de pasar el tiempo para decenas de millones, aunque las señales de agotamiento el producto ya han comenzado a notarse. Si bien todavía conserva su interés, la relación entre el caballero de armadura y el bebé Yoda ha perdido la sorpresa del principio y la verdad es que los guionistas no saben muy bien qué hacer ahora con el niño. Y eso se nota, claro. La redundancia aburridora es el destino casi inevitable de todas las series largas. This is the way.