John Wick mata a otros 150
- John Wick avanza lentamente porque en el camino, para abrirse paso, tiene que deshacerse de legiones enteras de enemigos. Comprobamos a los 40 minutos de esta matanza sin respiro que si uno ha visto diez asesinatos ya ha visto los suficientes. Es decir, nos aburrimos, irremediablemente. Pero ni modo, pues no nos queda otra que terminar la película si queremos escribir un comentario (el que usted está leyendo). Algo hay que hacer, sin embargo, para combatir ese tedio hipnótico, mántrico, de cuerpos que caen uno tras otro, uno sobre otro. Obseso-compulsivos, decidimos distraernos como en la infancia, contando: un muerto, dos muertos, tres muertos, cuatro muertos…
- ¿Cuántos hombres mata John Wick por película? (y digo “hombres” porque Wick casi nunca mata mujeres; y animales no mata ninguno, quizá porque eso sí que le parece criminal). En esta, la cuarta parte de una saga exitosa, son 150 los caídos en refriegas cuerpo a cuerpo. Esa es de hecho la buena noticia: que la cuarta parte ofrece más que las tres primeras, en las que Wick –aseguran otros obseso-compulsivos con más tiempo libre– asesinó, él solito y con sus manos, 77 (en la primera), 128 (en la segunda) y 94 (en la tercera). El gran total de las cuatro: 439. Si consideramos que toda esta carnicería empezó solo porque Wick buscaba vengarse del sacrificio de su mascota, un perrito, es difícil no imaginar una solución retrospectiva: ¿no era mejor que se suicidara entonces y así nos ahorrábamos medio millar de muertos?
- Pero estos muertos no mueren en vano: son acribillados en aras del espectáculo. Que es solo ese: el de sus rápidas y malas muertes. En una epifanía de Perogrullo, hace unas décadas el filósofo Gilles Deleuze propuso la distinción entre dos formas principales en el cine, formas que llamó la “imagen-acción” y la “imagen-tiempo”. Si acudiéramos con irresponsable soltura a esas categorías, habría que decir que la saga de John Wick es un ejemplo del primer tipo: lo que vemos son imágenes en las que el movimiento es el único gancho. Como las pornos, son las de Wick películas sin trama (meros pretextos para dejarlo suelto en el campo de batalla), sin personajes, sin motivaciones, sin actuaciones (o solo gesticulaciones y caras de palo), con diálogos que recuperan frases de algún imán de refrigerador: “Las segundas oportunidades son el refugio de los que fracasan”; “La amistad se prueba en la adversidad”, etc. El tiempo, en cambio, se detiene: lo que tenemos delante son los consuelos hipnóticos de la repetición. Podríamos seguir con la misma atención y menos gasto el segundero de un reloj o quedarnos igualmente satisfechos contemplando uno de esos gatos orientales de la buena suerte que, sin parar, suben y bajan el brazo izquierdo (o derecho), como en una ceremonia del proceso de cambio.
- Sin vacaciones ni descansos entre película y película, casi un Jesús en esteroides, John Wick ha muerto varias veces y ha resucitado otras tantas. Y entre deceso y deceso, consigue una manera de cine indiferenciado: porque podemos consumir la saga en desorden y no nos perdemos nada y podemos mirar cualquiera de las películas a medias y tampoco nos perdemos nada. Dramáticamente, las persecuciones y los duelos no son aquí el clímax de una historia sino más bien la rutina misma; y la trama, decíamos, se reduce a un solo lema: todos quieren matar a John Wick y John Wick quiere matar a todos. Hay, es cierto, la descripción de un burocrático universo subterráneo de asesinos, pero las reglas de ese universo van apareciendo a medida que se las necesita para darle forma y dirección a la indistinta avalancha de duelos.
- Este cine, más que primitivo, es primigenio: el mero movimiento de las cosas (los cuerpos, los objetos, la cámara) es su mayor atractivo circense y el principal malabarista del show es, extrañamente, Keanu Reeves que, como las grandes estrellas del cine de acción hoy en ejercicio, es un tieso sesentón: piense en Tom Cruise o Brad Pitt o Robert Downey Jr, de la misma edad.
- ¿Hay por lo menos un estilo en esta violencia? Si lo hay, es el siguiente: como jugador de videojuegos, Wick es perseverante y democrático: avanza entre decenas o cientos uno por uno, a golpes y tiros a quemarropa, asegurándose de dedicarle su atención a cada sacrificado. En el proceso, lo golpean, le disparan, lo tiran contra paredes, cae de edificios, lo pisan, lo aplastan. La misma escena se reproduce varias veces por película, con tediosas variaciones en los escenarios de fondo, en el repertorio de armas (pistolas, puños, patadas, sables, cadenas, etc.) y en las nacionalidades de los contrincantes: que “un ruso no pelea como un japonés” es aquí un artículo de fe. Este es un mundo paralelo, de irrealidad deliberada, en el que, por ejemplo, la policía nunca llega porque no existe. Y aunque no sean superhéroes, los asesinos matan a decenas sin ningún esfuerzo para poco después, en un duelo clásico, demostrarse incapaces de achuntar tiros a corta distancia (algo que ocurre en este capítulo 4 de la saga).
- En Estados Unidos, hace años que los contadores de la desgracia cuentan más de una matanza por día (se define como “matanza” un incidente en el que son heridos o muertos cuatro o más personas). Miles mueren cada año por armas de fuego, una mayoría por suicidio y el resto en incidentes en el que el instrumento preferido son revólveres. Tal vez John Wick sea un emblema de esto: en sus películas una muerte se parece tanto a cualquier otra que perdemos la cuenta y la noción del tiempo y nos olvidamos de los muertos.
- Entre las perlas de sabiduría que frecuenta la película, en boca de los malos (pues Wick apenas dice tres o cuatro frases en tres horas), consideremos esta: “Hay tres tipos de hombres: los que tienen algo por lo que morir; los que tienen algo por lo que vivir; los que tienen algo por lo que matar”. A todas luces una división de la humanidad incompleta: se me ocurre que también podríamos contar a los que –por una crónica falta de causas y motivaciones– tienen mucho tiempo que perder.
- Como acción ¿es por lo menos interesante? No mucho. Ni siquiera se cumple la primera hora de sus casi tres y empezamos a mirar el reloj. Cada secuencia, se supone, tiene que superar a la anterior, según el principio de que una hamburguesa triple es mejor que una doble, pero ni las armas ni los movimientos son muy diferentes entre pelea y pelea y solo varía el número de muertos.
- ¿Es preferible a otras películas similares? Simplemente en el sentido en que es el ejemplo óptimo de una película minimalista en sus pretensiones y maximalista en su ejecución. Porque las pretensiones aquí no exceden a las del espectáculo de ver a alguien jugando, bien, un juego violento. Hay, en esto, un placer antiguo: el vértigo (y la desazón) que sintieron los primeros espectadores de cine al ver en 1895, sobre la pantalla, la llegada de un tren o el que sentimos ahora al quedarnos mirando a dos personas (o más) agarrarse a golpes en la calle. Pero se sabe que esos son placeres que no duran mucho o dejan de serlo pronto. O que nos avergüenzan.