Una novela que quiere ser un río: El hombre tocado de viento de Guillermo Ruiz

Manuela Ríos del Granado.

Al igual que el personaje Lens del escritor Guillermo Ruiz Plaza (La Paz, 1982-), me siento frente a la página en blanco intentando trasladar al papel mis impresiones sobre una historia hecha de viento. He empezado más de una vez esta reseña sin mucha suerte, sin saber cómo ordenar lo que Ruiz Plaza aborda en las 250 páginas de El hombre tocado de viento (2022), su novela más reciente. Podría decir, por ejemplo, que Ruiz encadena tres distintos relatos y tres tiempos para relatar la vida y obra de Faustino Figueroa. Pero sé que hablar de los tres relatos de la novela es insuficiente porque en ella también se aborda un sinfín de hechos históricos y se convierten en personajes a escritores como Albert Camus, Henri Michaux y Emil Cioran. Llego a la conclusión de que tal vez lo central en la novela sea que, en todos sus niveles narrativos, aborda el oficio del escritor, el ejercicio de la escritura y la necesidad de resistirse a caer en el olvido.

El paceño Guillermo Ruiz Plaza se mudó a Francia el 2001 para cursar una licenciatura en filología hispánica, que luego completó con una maestría en literatura hispanoamericana. Es ya autor de diez libros: la monografía crítica Eduardo Mitre y la generación dispersa; los poemarios: Prosas sacras (2009), El tacto y la niebla (2016); los libros de cuentos El fuego y la fábula (2010), Sombras de verano (2012), La última pieza del puzzle (2016) y Los claveles de Tolstoi (2020); y la novela Días detenidos (2018). Ganó en dos ocasiones el Premio Nacional de Literatura Santa Cruz de la Sierra (2009 y 2012) y el Premio Nacional de Novela 2018. Este año presentó su segunda novela, la ya mencionada El hombre tocado de viento (Editorial 3600).

En el conversatorio “Describo que escribo”, organizado por Casa de América de España en 2019, Ruiz Plaza explicó su proceso escritural y creativo. En su descripción de ese proceso, el autor señaló que se inició en el oficio con la poesía y el cuento que, pese a ser géneros breves, serían –dijo–más demandantes. Con la novela, añadió, encontró un género en el que la escritura era para él mucho más fluida y en el que también podía ensayar todos los géneros en uno. Me refiero a este conversatorio porque ofrece varias explicaciones: en su última novela puede notarse esa fluidez vertiginosa de una escritura que no quiere detenerse. Y sobre todo porque ya se gestaba entonces una idea aplicada luego a El hombre tocado de viento: pensar en un género que lo abarca todo y construir una trama desde la noción de “novela río”, uno de esos relatos largos, con un gran arco argumental y una gran variedad de personajes, que parte de distintos puntos o tramas que terminan confluyendo en una historia principal.

Los tres relatos de El hombre tocado de viento se organizan como una muñeca rusa: un relato contiene a otro. Mientras Jairo se esconde de los paramilitares en los años 70, recuerda la noche en la que don Felipe Lens le cuenta cómo conoció a Faustino Figueroa y el tiempo que pasaron en París entre los años 50 y 60. Estos relatos son enlazados por Lens, que une y habita los tres tiempos de la novela; pero en realidad, la trama gira en torno a la vida y obra de Faustino Figueroa. La novela, de hecho, es como un tejido que une diferentes historias, tiempos y espacios. Por un lado, hay desplazamientos espaciales entre París, La Paz y una hacienda en Santa Cruz. Por el otro, el relato se detiene en acontecimientos y personajes históricos (que fueron parte de la historia de París en la década de los 50) y también se ocupa de retratar concepciones sobre la lectura y la escritura a partir de ciertos personajes representativos, como Albert Camus.

La novela parece oscilar entre dos preocupaciones: la interpretación de una época, pero también la descripción de los avatares y desafíos que enfrentan los personajes al escribir. Ambas recurrencias, claro está, se mezclan y confunden en el relato, pero es la segunda la que es más interesante: cada personaje vive a su manera las tragicomedias de la escritura, lucha que, en todos los casos, termina en el fracaso o en el olvido. Faustino, por ejemplo, es el escritor que pocas veces detiene su proceso y para el que ese proceso es más importante que las obras en sí (que terminan por extraviarse). Lens, en cambio, carece de talento, pero escribe para no olvidar la historia.

El novelista Claudio Ferrufino, en su prefacio a la obra, dice que el gesto de incluir a personajes histórico-ficcionales es la manera en que Ruiz Plaza juega y se emparienta con Marcel Schwob y Jorge Luis Borges. Esto es cierto, sin duda, pero el asunto de las referencias y los guiños a otras obras y autores puede que sea un problema: al ser tantos, un lector no especializado se pierde y termina confudido en un reino en que cada inscripción es un guiño, cada signo una seña. Y es probable que la novela tienda además a otras formas de saturación: me refiero a que las acciones nunca cesan y leemos una secuencia tras otra de hechos que podrían estar relacionados o no. El autor ha hablado de su intento de reproducir “la riqueza vertiginosa de lo real”, pero quizás, en este caso, ese vértigo conduzca a un caudal de acciones que se atropellan en la narración, que no permiten que escenas con muchísimo potencial lleguen a su desarrollo completo y que la novela termine, a ratos, por parecer una mera acumulación de anécdotas.

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