WATCHMEN
Uno puede entender, aunque no comparta completamente, las expresiones del cineasta Martin Scorsese sobre las películas basadas en comics: “eso no es cine”, dijo hace unos meses, de manera concluyente. Debe ser frustrante ser uno de los cineastas más importantes del mundo y ver como los “blockbusters”, las películas dirigidas al gran público, prácticamente han copado los circuitos de distribución y exhibición a nivel mundial, a tal punto que las “otras” películas (dramas, policiales, etc,) en realidad tienen una presencia marginal en dichos circuitos. Y pareciera ser que el propio Scorsese es una prueba viviente de esta situación, dado que por ejemplo, su última producción, El Irlandés (2019) ha sido financiada por una plataforma de streaming, Netflix, y por tanto ha tenido muy poca presencia en las salas regulares de exhibición.
LOS LÍMITES DEL GÉNERO
Sin embargo, la verdadera discusión se encuentra en determinar los límites creativos de este sub género; ¿se puede, profundizar desde un punto de vista narrativo y temático en el cine de superhéroes?, ¿la pesada carga que tienen que arrastrar sus películas (división secante entre buenos y malos, necesidad de arrastrar al gran público debido a sus altos costos, ubicación en un contexto “irreal”), impiden que desde allí se puedan generar ideas cuestionadoras, posturas transgresoras y estéticas que aporten de manera efectiva a la cultura universal?. La experiencia en general, parece decir que no, aunque en los últimos años se han generado varias propuestas que quieren insistir en que la respuesta es sí; Watchmen, la serie, es una de ellas.
La recientemente estrenada, y posiblemente oscarizada, Joker (2019), logró mostrarnos lo cerca que puede estar la realidad contemporánea de una fantasía esquizofrénica (¿acaso un país donde de manera cotidiana hay masacres de civiles y donde su presidente defiende la venta libre de armas, no es absolutamente cercano a una pesadilla de historieta?). Por su parte series como The Boys (2019), han querido deconstruir a los superhéroes, colocándoles en contextos terrenales tales como el del cinismo, el marketing y la demagogia.
Watchmen (2009), la película, dirigida por Zack Snyder y basada en los comics de Alan Moore y Dave Gibbons, fue una pionera en este intento. Allí, en una realidad alternativa, un grupo de estos personajes se debatía depresivamente entre la corrupción, la decadencia personal y la corrupción.
LA SERIE
En el universo de Watchmen los superhéroes en realidad son paramilitares; no tienen superpoderes, y su diferencia con el resto consiste en que usan máscaras, tienen buen entrenamiento para la pelea y no se sujetan a los límites de la Ley. Hay una excepción; el Dr. Manhattan, que representa exactamente el reverso, una suerte de Dios que no tiene ningún tipo de restricción, y su sola presencia tiende a alterar completamente la realidad.
Se trata de un mundo donde gracias a estas presencias, la “derecha” ha ganado. El Dr. Manhattan derrotó a los comunistas en Vietnam (que se volvió parte de Estados Unidos) y Nixon salió bien parado electoralmente. Y sin embargo es un mundo inseguro, donde el cinismo predomina, en el que permanentemente el mundo está al borde de la guerra nuclear y donde los racistas luchan por hacerse con el poder.
Watchmen la serie, tiene la enorme virtud de no repetir la historia original, merced a lo cual desarrolla nuevos elementos; en sus primeros capítulos pareciera estar muy alejada de los personajes y las situaciones iniciales y sin embargo poco a poco y sin que nos demos cuenta, nos va demostrando su íntima ligazón con el estilo y las preocupaciones de los creadores del comic original. En ese sentido, argumentalmente es una suerte de rompecabezas magistral; hasta el quinto o sexto capítulos pareciera tener muchos cabos sueltos, y luego, en los últimos estos se unen sorpresivamente en forma adecuada.
Un segundo mérito de la serie es el del planteamiento estético. Se trata de un ejercicio de estilo, refinado, elaborado hasta los últimos detalles. Es una estética futurista con aíre retro, donde se profundiza en los detalles de acuerdo a la temática tocada; el racismo en los años veinte, la “belleza” nuclear de los setenta, etc. En ese sentido Damon Lindelof, su creador, supera ampliamente el planteamiento que desarrolló Zack Snyder en la película.
Sin embargo, al igual que en los anteriores productos, el mayor mérito de la película está en la construcción de su universo temático. Un mundo de dobles valores, donde las leyes e instituciones son simples fachadas y donde la presencia de la energía nuclear, que ha ocupado el rol de Dios ((representada por Manhattan) constituye una amenaza desestabilizante, aunque quiera negarse a sí misma.
Es curioso el paralelismo entre las carreras de Lindeloff y J.J. Abrahams, el director de la recientemente estrenada Star Wars, el Ascenso de Skywalker (2019). Ambos tuvieron su primer gran éxito al ser co creadores de la destacada serie de televisión Lost (2004-2010). El segundo ha tenido una participación descollante en el cine al ser el “aggiornador” de viejos éxitos como Star Trek y Star Wars los cuales nos dan la impresión de estar cada vez más deslavados. Por su parte la carrera de Lindeloff ha sido en términos mediáticos mucho más discreta; se quedó en la televisión y ha producido poco, pero con una enorme calidad; después de Lost hizo solo la notable serie The Left Lovers (2014 -2017) y ahora con este Watchmen se coloca en la vanguardia del formato.
Si comparamos la visión del mundo que Moore y Gibbons desarrollaron en 1986 y la comparamos con la del mundo actual, una vez más comprobamos que la realidad supera en muchos casos la ficción. Los autores construían una sociedad dominada por la derecha, donde los racistas aspiraban a controlar el poder; y hoy tenemos mandatarios que sin rubores insultan a negros y mexicanos y un panorama político mundial donde el neofacismo se ha vuelto un actor honorable. Así andamos en estos tiempos de historieta.