Manual del imperfecto cinéfilo: una docena de tips

Es probable que la Mujer Maravilla sea una mujer maravillosa, pero me temo que no lo suficiente para redimir la monotonía de una cartelera de estrenos en la que la mejor película es La Mujer Maravilla. Esas son nuestras circunstancias cinematográficas. Quejarse de ellas no viene al caso. Lo que sí podemos hacer aquí es imaginar otras formas de establecer una relación rutinaria con el cine. Por ejemplo, la cinefilia. He aquí un provisional y seguramente insuficiente manual:

 

  1. Abandona la nostálgica noción de que ver películas en una sala es la manera correcta e irremplazable de ver cine. Hace un buen rato que, en el cine, el medio no es el mensaje. Para un cinéfilo es preferible ver Ciertas mujeres (la estupenda película de 2016 de Kelly Reichardt) en la pantalla de un teléfono celular que ver La Mujer Maravilla en una sala de cine en 3D. Hay que ver las películas en las mejores condiciones posibles, por supuesto, pero esas condiciones no deberían determinar lo que vemos.

 

  1. No confundas tu interés por el cine con el ansioso afán de estar al día. Como en cualquiera de las artes, también en el cine lo bueno y viejo es un territorio más vasto y rico que lo nuevo (que a veces tiene la única ventaja de su novedad). Si no eres cauto, terminarás consumiendo una increíble cantidad de basura sólo porque son estrenos.

 

  1. Hoy se estrenan un poco más de 10.000 películas cada año en el mundo. Puede que, siendo optimistas, 500 de esas 10.000 sean películas meritorias. Y puede que sólo tengas tiempo para ver 100. O sea: escoge bien. Y, en lo posible, si intentas estar al día, trata de hacerlo según un impulso ecuménico: ve un poco de todo, en varios géneros, comercial y «artístico», con preferencia fuera de tu zona de confort.

 

  1. Pronto descubrirás que seguir el anterior consejo es imposible y que, como hay tanto que ver y la vida es corta, no hay otro camino que seguir tus inclinaciones. Lo único que distingue a un cinéfilo del resto es: a) cierto interés general por el cine en tanto arte y b) la seriedad con que ejerce su pasión. Si lo tuyo son las películas de Jean Pierre Melville o Leonardo Favio, los espaguetti westerns de los años 60 o el cine coreano de terror de los 80, sé responsable con esa pasión: ve y lee todo lo que puedas al respecto.

 

  1. El cinéfilo sospecha que ver las películas sólo es el principio: pensar y discutir sobre ellas es lo que sigue. En otras palabras, date un tiempo para charlar. Esas charlas pueden ser cara a cara, con amigos. O con conocidos, en las redes sociales. Pero no desestimes la principal manera de practicar la conversación sobre cine: leyendo. Casi todo está disponible en Internet: reseñas, blogs, revistas especializadas, monografías sobre directores, teoría del cine. Con el tiempo, descubrirás lo valioso en ese indistinto mar de textos.

 

  1. No pierdas tu tiempo con programas como «Días de Cine» (de RTVE): aunque informativos y bien producidos, fomentan la popular idea de que hablar de cine es hilar un rosario de lugares comunes y frases hechas. (En el caso de «Días de cine», los pastiches críticos son agravados por una falta de respeto: su ilustración con clips en el inservible doblaje español, ese con voces salidas de publicidad de perfume caro. ¿Alguien aceptaría la seriedad de un programa musical en el que las canciones fueran dobladas?).

 

  1. Discute sobre cine usando el menor número posible de adjetivos. Más que en la poesía, un adjetivo innecesario o rutinario en la crítica de cine (formal o informal, escrita u oral) mata. Lo que importa es que contribuyas a la interpretación colectiva de una película, no que evalúes su calidad como si fuera un artículo de consumo. Y nunca pienses que tus gustos cinéfilos son una prolongación de tu personalidad: que a alguien le guste mucho el cine de David Lynch no quiere decir nada, absolutamente nada. Tampoco confundas tus gustos con ideas: como en todo, en el cine hay mucho que nos gusta que es mediocre y hay cientos de obras maestras que, por las limitaciones de nuestra sensibilidad, no logramos entender.

 

  1. No tengas miedo a ser acusado de esnobista (porque sospechas, por ejemplo, que el nuevo cine de superhéroes es una pérdida de tiempo, ni siquiera entretenida) o de insensible y bruto (porque tienes argumentos para sostener, por ejemplo, que Lars von Trier, David Fincher o Jim Jarmusch son sobrevaloradas mediocridades).

 

  1. Ve las buenas series de televisión sin culpa. Si no puedes, imagina que son películas largas. Quizá The Wire o Los Soprano o Twin Peaks o Homeland o Seinfeld sean versiones episódicas de un viejo sueño: el de las películas muy largas, como Berlin Alexanderplatz de Fassbinder (15 horas) o Shoa de Lanzmann (9 horas) o 1900 de Bertolucci (5 horas).

 

  1. Si lees teoría del cine, léela en función del cine y no al revés. Mucha teoría del cine que suena sofisticada (por ejemplo, la de Deleuze, ) es medio inservible si uno ha visto las películas de las que habla. Con frecuencia, la teoría más útil es la formulada por gente que no fue tanto a congresos universitarios y sí mucho más al cine (Kracauer, Bazin, Godard, Bordwell).

 

  1. Piensa que todo el cine que ves es parte de una historia, la del cine. Aunque parece fácil, en los hechos pensar así es lo más difícil. Por eso cuando se le pregunta a un no-cinéfilo sobre sus películas favoritas, por lo general escoge películas recientes, generalmente sonoras, generalmente en color, generalmente gringas. O escoge las que marcaron su educación sentimental, su juventud. ¿No es acaso más interesante descubrir que una película nos cambia la vida pese a que nos separa de ella una época y una cultura?

 

  1. El cinéfilo ve cine porque le produce placer, como a todo el mundo. Decíamos que lo único que lo diferencia del resto es que decide hacer de ese placer un ejercicio sistemático, metódico, disciplinado, reflexivo. Pero también sabe que la cinefilia es una dolencia privada –como la fobia a las arañas o la aversión a los minibuses– y no un privilegio o una distinción. Como esas otras pasiones, es una de nuestras tantas inofensivas imperfecciones.

 

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