Cachín y Saenz
“Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz” (Plural) contiene todos los textos que, a lo largo de su vida, el crítico Luis Cachín Antezana ha dedicado al escritor paceño, reunidos de forma exhaustiva por el editor Alfredo Ballerstaedt.
Quizá el lector esté a punto de dejar esta página. Quizá, como tantos otros, haya llegado hace mucho a la conclusión de que la crítica literaria no le interesa porque, cuando trata de leerla, no le dice nada. No lo culpo, con tantos críticos publicando –¡incluso en los periódicos!– cosas enrevesadas y vanidosas, sin propósito claro. Pero Antezana es harina de otro costal. No solo es un lector profundo, como se lo halaga con frecuencia. Yo diría que sobre todo es un escritor dotado, que posee el ingenio y el encanto típico de los grandes ensayistas. Un híbrido entre Zavaleta, de quien posee la hondura, y Francovich, al que se equipara en claridad.
También alguien que sabe que el propósito de la crítica debe ser ayudar a que se cumpla la lectura –que se cumpla la ‘intención de la obra’ de la que hablaba Umberto Eco– y no interponerse entre el lector y el texto con las ínfulas de su propia importancia y su retórica vana. (Lo que ha hecho infumable a la crítica literaria es el abuso del descontruccionismo y su suposición de que todas las interpretaciones no solo son posibles, sino que valen lo mismo, incluso lo mismo que la obra original). Leer a Antezana, entonces, es aprender y disfrutar. ¿Qué más podemos pedir de un autor o de un libro?
Este título es uno de los mejores del crítico cochabambino. Creo que es así por su carácter monográfico, porque se ocupa de un solo tema que Antezana desglosa y aborda desde múltiples perspectivas, con diferentes estrategias expositivas y con varios énfasis.
No lo logra por el procedimiento ‘normal’ de los ensayistas, que sería el del cumplimiento del ‘plan del libro’, sino por el efecto acumulativo de la reunión de ensayos escritos a lo largo de un largo periodo de tiempo (40 años). Este es de alguna manera el ‘estilo’ de Antezana. Hace mucho que este autor, dejando atrás un periodo más convencional, se expresa solamente por medio de artículos. Podría decirse que es un velocista, no un corredor de fondo. Aún más, me parece que disfruta más de leer que de escribir y, dado que es un hombre esencialmente modesto y campechano, no siente la necesidad de “ser productivo” que, en cambio, atenaza a los escritores pretenciosos o de talante calvinista. De modo que desde hace décadas que sus intervenciones son ‘de circunstancias’: prólogos pedidos por autores o editoriales, participaciones en publicaciones periodísticas especiales, etc.
Como resultado de esto, sus libros de esta etapa son siempre recopilaciones de artículos. Algunos, como el libro de sus prólogos y epílogos que hace poco también produjo Ballerstaedt, adolecen por ello de cierta dispersión, no solo por la variedad de los temas tratados, sino porque juntan contribuciones notables con escritos de compromiso. El más enjundioso “Ensayos escogidos”, que editó Mauricio Souza en 2011, tampoco puede leerse de principio a fin; tiene las propiedades de un banquete español, una combinación de platillos deliciosos y de sabores fuertes que conviene picotear antes que pretender agotar. Ambas obras fueron editadas por Plural.
“Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz” también es una recopilación y por tanto, como toda recopilación, corre el riesgo de la desigualdad (aunque sea una desigualdad dentro de un nivel muy alto). En cambio, sí se puede/debe leer de principio a fin. Esto para mí es importante, pues permite lo que tanto aprecia un lector: el “entrar” en el razonamiento o en la historia del libro, el sumergirse en él hasta, por así decirlo, sentirse rodeado de las palabras.
A mi juicio este fenómeno solo ocurre cuando: a) comprendemos lo que nos dicen y, gracias a esto, b) nos identificamos con el argumento, algún personaje o la voz del autor.
Por tanto, resulta muy difícil de lograr cuando la temática es tan variada que hay que pasar de una obra a otra, o de una problemática teórica a la siguiente, en cuestión de pocas páginas.
En cambio, puede lograrse con probabilidad en este último libro. Gracias a la reiteración, gracias al efecto acumulativo, el lector puede comprender con más facilidad los argumentos críticos sobre la obra en cuestión, quedar familiarizado con el personaje Saenz y acceder al hechizo de los juegos literarios y lingüísticos de Antezana. La inmersión está, por decirlo así, al alcance de la mano.
Ahora voy a hablar, uno por uno, de los tres reclamos de la obra: juicio crítico, biografía y forma expositiva.
En cuanto al primero, el argumento principal de Antezana sobre la poesía de Saenz es su desdoblamiento en dos contenidos: uno superficial, visible y cotidiano, y otro profundo y escondido. Esta dualidad corresponde con la estructura del mundo, que también está escindido y, por tanto, es bipartito. La misión de la obra poética es desentrañar el secreto que se esconde tras lo visible, trabajando, paradójicamente, en el nivel de lo visible. Tal es la tensión en Saenz. Llegar a lo profundo a través de lo que por definición no lo es, porque está ‘a ojos vista’.
Esta misión trasciende la obra. Impacta sobre el mundo. Por eso se trata de ‘hacer y cuidar’, como señala el título del ensayo que da nombre al volumen; esto es, de hacer la obra y simultáneamente cuidar al mundo. Claro que “cuidar” debe entenderse como “gobernar”.
Saenz encontraba un solo sentido a la vida, el arte (“navegar es necesario, vivir no es necesario”, repetía). Ahora bien, en su concepción, el arte no podía suceder más que bajo un exigente control, es decir, debía ser gobernado. Por eso no era compatible con la borrachera: Saenz dejó de beber para poder escribir. Como muestra este ejemplo, el estricto gobierno de la obra requiere, para él, el gobierno implacable de la vida. Pese a las apariencias, Saenz imprimía una fuerte premeditación a sus actos. En algún momento decidió no hacer nada más que escribir y las carencias y pellejerías no le impidieron cumplir esta decisión hasta su muerte. En nada transigió a las presiones del exterior, como a la tan elemental de estar despierto de día y dormir de noche. Tampoco cambió su ritmo o sus modos de escribir para poder publicar o para gustar, para calzar con las demandas editoriales o del público; nunca escribió literatura por encargo o compromiso previo. Luego, se consagró a transformar su personalidad y sus circunstancias en una mitología. Hizo esto, como digo, con gran premeditación. Publicó él mismo o dio detalladas instrucciones para las publicaciones de sus libros. En suma, para poder gobernar su obra tuvo que gobernar su vida, y viceversa. Hacer la obra exige cuidar(se) el (del) mundo.
Por otra parte, como acabamos de ver en estos pocos ejemplos, Saenz tendía a las antinomias, a los opuestos. Algunas de estos: el control férreo de su propia vida junto a un aparente abandonarse a la bohemia; la búsqueda de la luz a través de la frecuentación y el análisis de la noche; el “júbilo”, que, según Antezana, era la conjunción entre lo alegre y lo terrible.
La antinomia saenzeana más importante, sin embargo, era la que se daba entre el vivir con sentido y el destruirse por medio del alcohol, que para el escritor eran “una y la misma cosa”. Según Antezana, esta su concepción le debía mucho a las religiones orientales que, como se sabe, exigen el anonadamiento del cuerpo como condición para que el alma alcance la iluminación. “Quitarse el cuerpo” es, para los alcohólicos aparapitas de Saenz, morir bebiendo. Y en “Felipe Delgado” morir bebiendo constituye claramente un medio de trascendencia.
Antezana esboza los principales elementos de la “lectura clásica” de esta novela. Uno es la relación de Saenz con La Paz, que implica una recreación imaginaria de la ciudad, y que, por tanto, es similar a la de Joyce con Dublín o a la de Balzac con París. Luego, la importancia de la ambientación de la novela en los años 30, con un enlace con la obra de René Zavaleta y su definición de este lapso como un momento constitutivo (o definitorio) del país, que también lo fue para el personaje Felipe Delgado. Y el elemento más importante: el análisis del aparapita, la gran criatura saenzeana, cuyo saco hecho con retazos y cuya vida de paulatina desintegración son el símbolo de la ciudad y de la noche, respectivamente.
Nadie ha penetrado más en Felipe Delgado que ‘Cachín’ Antezana, que, además, en vísperas de la publicación de la canónica novela, hizo una entrevista con su autor, que está incluida en el libro, y que es simplemente tremenda. Una de las mejores entrevistas de los anales de la literatura boliviana. En ella se puede observar que Antezana, que pregunta a Saenz de una manera muy premeditada, muy ‘dominante’, por decirlo así, es más hábil y docto que este para hablar de literatura, por ejemplo de las estrategias de composición de la obra Saenz ; al mismo tiempo, se nota que la personalidad de este tiene fascinado y dominado a su entrevistador (o a sus entrevistadores, ya que algunos miembros de la ‘corte’ del escritor participa también con algunas preguntas).
Hablemos ahora del área biográfica el libro. Además de presentar a grandes rasgos la vida del escritor paceño, Antezana lo caracteriza psicológicamente. Lo hace con discreción, sin duda, pero no se priva de hacerlo. “Muy consciente de sus caprichos”, sentencia, por ejemplo. Anota su condición de monstruo sagrado dentro del mundillo cultural de La Paz de los años 80. Hace una crónica suculenta de una velada en los “talleres Krupp”, el salón de cacho de Saenz. Menciona sus problemas económicos, malamente paliados por el trabajo como maestra de la ‘tía Esther’. En fin, su amor por La Paz de los márgenes y sus habitantes, inmigrantes aymaras que sin embargo Saenz no percibe como tales (este hecho solo es mencionado, pero ameritaría un estudio especial). En suma, en “Hacer y cuidar. Lecturas de Jaime Saenz” se encuentra un perfil sin excesos de la figura excéntrica y poderosa del escritor.
Para terminar, los recursos expositivos de Antezana. Uno de los textos es ejemplar a este respecto. El crítico comienza comentando una palabra boliviana reconocida por el diccionario de la lengua: “ófrico”, que significa lúgubre y desapacible. Lanza la tesis de que aparece por un mal uso de “órfico”. Luego señala que uno a menudo se encuentra con “ófrico” en la obra de Saenz. Y que esta obra también es “órfica”, es decir, alegórica del descenso de Orfeo al infierno. Y continua… Otro ejemplo, ya mencionado: Imaginar lo que podría haber visto René Zavaleta en su lectura de Felipe Delgado y los vasos comunicantes entre su obra y la del poeta paceño: el abigarramiento del saco del aparapita vis a vis el abigarramiento de la sociedad boliviana. Un tercer y último ejemplo: Antezana ilustra la constante apelación de la poesía de Saenz a la paradoja (“la vida y la muerte son una y la misma cosa”), lo que ya vimos en las líneas dedicadas a las antinomias saenzianas, con un palíndromo o escritura circular extraído de Dante.
Como dice Souza en el prólogo de “Ensayos escogidos”, Antezana relaciona sin prejuicios; lo suyo es el bricolaje o el saco del aparapita. Así moviliza su vasta cultura, su ingenio y su humor para “traducir” a Saenz, para retratarlo, para honrarlo facilitando que se lo conozca.