DUNE II Y EL MESIANISMO ARABE
Sin duda el mayor atractivo de Dune II se encuentra en el manejo de los grandes espacios, especialmente las concentraciones de masas de tipo marcial, que tienen una ilación directa con las películas de la cineasta de filiación nazi Leni Riefenstahl (El triunfo de la Voluntad -1935, Olympia – 1938). Se trata de imágenes, monumentales, de corte duro, hasta cierto punto sobrecogedoras.
En general, el director Denise Villenueve muestra su talento para retratar el desierto inmenso y manejar en forma sorprendente las proporciones y espacios en que se mueven los personajes. En las escenas de pelea por ejemplos, resultan tan importantes las acciones de la confrontación física misma, como la forma en que los personajes se relacionan con los objetos del rededor.
Se sabe que las mejores sagas literario – cinematográficas de ciencia ficción se inspiraron en culturas y civilizaciones existentes: El Señor de los Anillos de Tolkien lo hizo en las culturas nórdicas, y, por otra parte, Fundación de Asimov y La Guerra de las Galaxias de George Luchas, lo hicieron con el Imperio Romano, cada cual a su manera.
Dune, la novela de Fran Herbert, se ubica en el mundo árabe y de manera específica en la situación política de los años sesenta – setenta, en que se desenvolvía ese espacio geográfico – cultural.
La trama de Dune, gira alrededor de la Melange, una especia que solo se produce en el planeta Arrakis, que tiene particularidades mágico – místicas, pero cuya utilidad práctica es la de posibilitar los viajes interestelares. Herbert escribió su novela en 1965, año en que se evidenciaba claramente la dependencia que tenía el mundo occidental del petróleo árabe (situación que llegó a su punto culminante en la crisis de 1973). Era un mundo árabe emergente, liderado por fuertes corrientes de izquierda nacionalista tales como el Nasserismo, y el Baaz (Partido socialista de la resurrección árabe), de mentalidad progresista (absolutamente distintas las formaciones religiosas fundamentalistas como las de Isis y Hamas, que lamentablemente ahora han ocupado la primacía en lo que podríamos denominar como la «rebeldía árabe – musulmana”).
En el mundo árabe de los sesenta los nacionalistas soñaban con liberar a sus países de la influencia de las potencias occidentales. En el mundo de Dune, Arrakis, el planeta desértico, de geografía difícil, poblado por habitantes de tipo árabe, es explotado y ocupado por casas feudales de corte occidental (Atreides, Harkonnen, etc.).
La cinta narra el difícil proceso mediante el que el miembro de una de las casas “occidentales”, se convierte en el mesías de la población nativa. Y evidentemente, en este punto, Herbert cae en la paradoja de las historias clásicas occidentales enfocadas en el tercer mundo (¿Por qué un hombre blanco, tenía que terminar siendo Tarzán en una África poblada de negros?, ¿Por qué el joven Atreides se convierte en el Muad”Dib, y no uno de los tantos nativos del planeta?).
Una de las ventajas de que la trama de esta “Dune” se haya dividido en dos películas (a diferencia de la versión dirigida por David Lynch en 1984), es que tiene mucho más espacio para desarrollar las diferentes líneas temáticas que le dan cuerpo a la historia: los manejos políticos internos, las discrepancias entre la madre y el hijo, los conflictos amorosos, etc. También es un acierto que Villenueve, a diferencia de Lynch, se haya alejado de los aspectos morbosos en la descripción de los personajes y los haya reducido al mínimo.
Tanto la primera parte, como esta segunda parte de Dune, han sido éxitos de taquilla, lo cual no es de extrañar, ya que su estilo formal y duro, contrasta con el extremo edulcoramiento de las cintas de Marvel y Star Wars, de las que el público esta evidentemente saturado.
Villenueve es un narrador de raza, y si bien hasta el momento no ha producido ninguna obra maestra trascendental, su filmografía está llena de películas excelentes: de las que Sicario (2015), La llegada (2016) y Blade Runner 2049 (2017), son algunos ejemplos.