El Mundial en la tv
El espectáculo audiovisual de estos días es, por supuesto, el Mundial, que acapara las horas de visionado de muchos de nosotros, incluso de quienes, como el suscrito, no somos consumidores habituales de fútbol. Los “aficionados de la copa” —antes que del deporte en sí mismo— brotan en este tiempo.
Puesto que nuestro objetivo en este blog es comentar críticamente los productos de entretenimiento y las formas de consumirlos de nuestra sociedad, dedicaré unas líneas a la transmisión televisiva local de la cita deportiva más importante del mundo.
Me referiré en concreto a la emisión más importante, que es la completa, de todos los partidos que se realizan en Catar; se trata de la del canal de cable Tigo Sport. Las otras, en cambio, solo son parciales.
Como ocurre en todas partes, el único valor localmente añadido de esta transmisión es el relato y los comentarios, ya que las imágenes llegan como una misma señal para todo el mundo.
Hay que decir, brevemente, algo sobre esta señal. El desarrollo de los recursos y las técnicas necesarias para reflejar los partidos mundialistas con la mayor claridad, inteligibilidad, detalle, proximidad, diversidad de planos y enfoques es superlativo. Por supuesto, hay errores y algunas decisiones discutibles (por ejemplo las que disminuyen o eliminan algunos temas polémicos; para dar un caso, observemos que prácticamente no se retrata a las mujeres catarís que observan los partidos envueltas en sus vestidos y velos negros, lo que no ocurre con las asistentes a los estadios de otras nacionalidades). Sin embargo, la realización ha llegado desde hace mucho a un nivel altísimo, lo que explica en parte el gran éxito de audiencia del Mundial, que, como decimos, trasciende a la de los fanáticos del balompié y toca también a quienes simplemente quieren entretenerse con un suceso de gran plasticidad, colorido e impacto mundial.
En cuanto a lo que de veras nos atinge, que es el relato boliviano, hay que decir que también se ha visto una evolución muy importante. Siempre tuvimos dos, tres o cuatro periodistas deportistas excelentes, como (por dar unos nombres asociados a mi recuerdo de un par de mundiales que se televisaron y que disfruté muchísimo gracias a su relato): Cucho Vargas, Lorenzo Carri y Tito de la Viña. Hoy los narradores y comentaristas que se suceden para contar y evaluar las acciones deportivas del mundial son muchos más y también solventes, aunque al mismo tiempo muy distintos de los mencionados. Algunos son mejores que otros, sin duda, más brillantes o más educados o más elocuentes (desgraciadamente la más frágil es también la única mujer del equipo), pero forman un conjunto que nadie podría considerar poco profesional. Saben de lo que hablan, tienen en sus elefantiásticas memorias una gran cantidad de datos sobre jugadores y juegos pasados, y manejan con fluidez la masa de datos que proporcionan las tecnologías contemporáneas. Frente a lo que estos periodistas pueden movilizar, los Vargas y Carri se nos aparecen ahora como diletantes de talento respecto a una cohorte de especialistas con una educación pareja.
Ha habido, entonces, como digo, una evolución que ha sido sincrónica con los procesos sociales de la modernidad tardía: hoy el relato deportivo es un alarde cientifista y matematizante casi avasallador, contra el que, en todo caso, resulta difícil argumentar. En correspondencia con ello, los relatores nunca discuten entre ellos, lo que podría mostrarlos falibles. Ninguno pretende ser original y mucho menos controvertido. Tampoco hacen conjeturas ni pronósticos y disimulan bien sus simpatías, si las tienen; se emocionan con mucha cautela y lo hacen más por la belleza del juego que por una bandera o porque algo les parezca mal (en realidad, casi todo les parece bien). Se presentan, entonces, como los portadores de un conocimiento objetivo; como entomólogos que, describiendo lo que ocurre en un hormiguero, muy difícilmente señalarían que la conducta de las hormigas les parece extraña o desagradable o inmoral o sorprendente.
Todo esto, como digo, es muy propio del mundo técnico actual. Tal cosa podría decirse de estos periodistas, que son, todos ellos, técnicamente satisfactorios, y que se nota que se han preparado arduamente en el manejo de la técnica de su profesión. Lo que permite ver los partidos del mundial con provecho —se aprende de lo que dicen— y con placer, ya que uno no debe padecer las opiniones muy tontas o muy idiosincráticas de otros locutores nacionales.
Nada que criticar y, sin embargo, uno siempre critica, claro. Lo que me a mí me hace falta en este tipo de transmisiones es el apasionamiento de Cucho Vargas y los viejos relatores, que siempre tenían sus favoritos y apostaban por ellos; que, además, lanzaban teorías sobre cada partido y, sobre todo, que tenían una cultura menos especializada, más humanista y literaria, que les permitía hablar no solo de los equipos de fútbol, sino también de los países, las poblaciones, sus historias, costumbres e incluso sus problemas políticos. Recuerdo esos relatos como unos muy entretenidos ejercicios de hermenéutica de la contemporaneidad y como amables duelos verbales. Más imprecisos y también menos fríos, más vitales.
Si una forma de clasificar los tipos de conocimiento es dividirlos en ciencias positivas y ciencias del espíritu, a lo que uno podría aspirar, en un mundo ideal, es a que los relatores del mundial dominaran ambas perspectivas. Que fueran, además de técnicos, ensayistas. Y yo incluso me decantaría más por los ensayistas que por los técnicos.
Dicho esto, hay que aclarar que es mil veces preferible lo que tenemos, este club de inductivistas, que, como digo, no interfieren en el placer del visionado, que padecer a algunos periodistas españoles o argentinos, de esos que se creen teóricos del fútbol y otras cosas más, cuando solo son necios aplomados y narcisistas. Estos si nos obligarían a disminuir el volumen del aparato.