El Paquito de las Salves en versión de Jorge Suárez:
1. Una leyenda se materializa
Nunca del todo seguros de su existencia o naturaleza, entre rumores y pequeños retazos de información transmitidos de boca en boca, por décadas se habló de la posible publicación de un libro, el Paquito de las Salves de Jorge Suárez. En unos días, en la Feria del Libro de Santa Cruz, ese libro por fin aparecerá, como salido del aire o caído del cielo.
2. Sobre lo que es este libro
Este Paquito de las Salves es la versión durante años trabajada por el escritor Jorge Suárez (1931-1998) de un poema ya existente, clásico a veces despreciado de las letras cruceñas: el Paquito de las Salves. Poema pastoril estilo provincial de Santa Cruz (Bolivia) (1934) de Marceliano Montero. En otras palabras, este es el fruto de un acto singular de lectura –Suárez descubre el poema de Montero a principios de los años 80 del siglo xx– y también de multiplicación: esa lectura conduce, como suele suceder con las lecturas felices, al entusiasmo; y del entusiasmo, al deseo y decisión de escribir una versión propia. Es así que, al impulso de estos afectos, el Paquito se convierte en dos y, al hacerlo, se transforma: aunque retoma versos, personajes y situaciones del relato de Montero, Suárez cambia y añade, corrige y reordena, mejora y sustituye. El resultado es otro poema: justo el que tiene usted en las manos.
3. Lo que cuenta el Paquito de las Salves
En 128 estrofas y 1.020 versos, el Paquito de las Salves de Suárez cuenta –como antes el de Montero– la historia de Paquito, un huérfano que no tiene otro apellido que el de su oficio y habilidad: recitar o cantar salves. A cambio de unas monedas o de comida, Paquito va de velorio en velorio para ofrecer sus oraciones y rezos (“Dios te salve, María, llena eres de gracia…”). Trabajador de la palabra al fin, es natural que sea él mismo el que cuente su propia historia: la del vagabundeo y de la migración forzados por el hambre, esas frecuentes errancias o huidas que la carencia impulsa: “sin nada que comer,/ salí a correr por el mundo/ dejando atrás mi barbecho”, nos dice Paquito al comenzar su relato.
4. Los dos trayectos de Paquito
En los hechos, las peregrinaciones que narra el protagonista se limitan al breve espacio del cercano norte cruceño: sin quedarse mucho tiempo en ninguna parte –y aunque en el camino trate, sin fortuna, de ser parte de una familia–, Paquito da vueltas o deambula por los espacios entre Portachuelo, Nueva Moka, Buena Vista y Tacomechi, nunca lejos o más allá de 60 km de la ciudad. Al final de ese escueto recorrido, y tan hambriento como empezó, llega a la ciudad de Santa Cruz, perseguido por los perros, sin sombra que lo acompañe, sin Dios que lo quiera escuchar, ya árbol desarraigado que “no puede retoñar”.
Estos discretos o mínimos desplazamientos de la pobreza –como los que Luis Padilla Sibauti hace diariamente entre el Mercado Nuevo y la Cabaña de Benicia en la clásica novela El otro gallo de Jorge Suárez– son apenas el punto de partida de otros mejores: los que Paquito se inventa y canta en recorridos potenciales y que prefiguran o anuncian una serie de destinos paralelos y preferibles. Apoyado en un mojón, convencido de que “ya Bolivia no sirve”, Paquito conjetura, desde la ciudad que lo rechaza, que pronto se irá a la Argentina y vivirá allá “manso y sin pena”; o que acaso será náufrago afortunado y capanga de la goma en el Beni; o que finalmente se convertirá en un estratega y héroe de la Guerra del Chaco, celebrado en andas en La Paz por su ingenio. Solo entonces regresará a la ciudad de Santa Cruz, debidamente transformado en otro, pues “solo se debe volver / pa’ mejorar, si no, no”.
Y también como en la novela El otro gallo, el relato de Paquito halla su riqueza (y despierta nuestro interés) en la tensión o desencuentro entre sus dos historias: la de las conocidas resistencias o penurias de la necesidad, por un lado; la de la reinvención utópica o de las ficciones compensatorias, por el otro.
5. Las palabras y las cosas
Aunque menores (como los recorridos de Felipe Delgado), los desplazamientos de Paquito por el cercano norte cruceño son suficientes para figurar un mundo imaginado, ese correlato objetivo de una sensibilidad. Su vagabundeo es por eso también el vagabundeo por un lenguaje concreto y preciso, el que Hernando Sanabria Fernández calificó en 1984 de “curioso” y “popular” y que corresponde –en el reino de los intraducibles o de lo que Carlos Medinaceli llamaba la intimidad del sentido de una cultura– a los nombres adecuados de las cosas (¿o hay otra manera de nombrar un totaí?, ¿o de decir mejor que algo nos tiene pochecó?).
Si hacemos su censo, en el relato de Paquito abundan sin duda las palabras que identifican a los animales e insectos, a los árboles y flores particulares que encuentra en su camino y además son frecuentes las palabras que distinguen los escasos objetos que acompañan a un viajero que no tiene un lugar en el mundo y que recorre ese mundo a pie: pequeñas herramientas, recipientes y atados. Pero, ante todo, el lenguaje de Paquito es el de las vicisitudes y los contratiempos del cuerpo, de sus tantas precariedades: mordido sin respiro por los gusanos del hambre, no solo es generosa su enumeración de los alimentos que anhela y de los sabores y consistencias que recuerda en ellos, sino de las sensaciones que a menudo parecen arrebatarlo: escalofríos, miedos paralizantes, desmayos y alucinaciones. Sin gestos filosóficos ni políticos deliberados que lo distraigan, este relato o canto de sí mismo es para Paquito la ocasión de un recuento de lo que pasa o sucede por su cuerpo, órgano siempre atento y sensible a las afrentas materiales del mundo.
Es por eso que su visión del Paraíso –o al menos una de entre las varias que propone– es para Paquito la representación de algo sencillo y antiguo: el cuerpo detenido y en reposo, absorto en sus propias felicidades, inmune a la necesidad, a la espera tranquila de la muerte. En este cuasi incorpóreo reino de la abundancia, circulan sin cesar “las fuentes de cuñapé” y otras viandas, el trabajo es innecesario, se olvidan las marcas del pasado y solo se piensa en lo que se quiere pensar: “Y entre dos horcones, templando/ una hamaca, decretar/ que solo podrá soplar/ el viento norte pa’ vos/ y así puedas a tu antojo,/ las desgracias olvidando,/ ir tus sueños realizando/ hasta que te lleve Dios”.
6. Paquito errante y huérfano
El recorrido efectivo de Paquito se abre y se cierra con la narración del mismo acontecimiento: la muerte de Tía. La primera vez, la escueta noticia de esa muerte es un motivo para comenzar el relato: se enuncia o postula la orfandad formalmente requerida para que el narrador y protagonista deje su casa, salga al mundo y, así, tenga aventuras que contar. La segunda vez que nos cuenta la muerte de Tía –memoria con la que concluye, en el Canto iv, la narración de su viaje a la ciudad– Paquito regresa minuciosamente a la escena del trauma, se detiene en ella, casi incapaz de dejar pasar el recuerdo (y porque, como se sabe, para serlo, los traumas demandan su repetición incesante). Descubrimos que, sin darnos cuenta, habíamos comenzado el poema con lo que era una evasión y una huida y que, al iniciar su relato, el protagonista no estaba todavía listo para decir el trauma y su decisión de marcharse de casa estaba menos motivada por cálculos prácticos –la ausencia de quien le da de comer– y más por la urgente necesidad de escapar.
7. Del monte a los jardines: Escatología y transformación
Es difícil pensar, en la literatura boliviana, en una muerte más conmovedora que la de Tía. Solos en el mundo, Paquito trata de asistir o aliviar a la moribunda, a la que se le van cerrando los ojos y a la que las moscas de la noche, dice, ya persiguen o acosan. La peina, le miente de un doctor que está en camino, la hace reír al arreglarle las medias. Va en busca, frenética, de remedios y yerbas al monte; al volver, ve que Tía está muerta.
La muerte de Tía es una de las varias transformaciones que narra el Paquito de las Salves y son esas transformaciones las que ocuparán, ya por completo, la segunda parte del relato de Paquito, como si fueran los beneficios de una intuición sobre la literatura: aun desde la carencia y las miserias, las artes del relato crean otro mundo, ese en el que “solo podrá soplar el viento norte pa’ vos”. A esa posibilidad corresponde, en una narrativa de planes imaginados y destinos alternativos, los relatos, en tiempo futuro, sobre esos otros finales más felices en la Argentina, en el Beni y en La Paz. De estos futuros, el más detallado es el que Paquito se imagina como estratega de la guerra, en el que rehúye los patetismos escatológicos de la literatura del Chaco: esa narrativa de huecos, polvo, zombis y esterilidades a ras del suelo (de los cuentos y crónicas de Augusto Céspedes, por ejemplo) es reemplazada por un divertimento aéreo, primaveral, un juego o broma entre países y amigos.
Como Luis Padilla Sibauti, Paquito se transfigura –y con él, el mundo– en y por sus actos narrativos o, si se quiere, es por la palabra y las artes del labio que el gusano del macororó se vuelve mariposa entre los nardos. El mozo analfabeto es entonces, finalmente, un hombre de respeto: “Y que se cumplan tus sueños/ como el sueño del gusano/ que en el calor del verano/ mariposa se volvió./ Yo seré esa mariposa/ que del monte a los jardines/ y entre nardos y jazmines/ salió del macororó”.
[Fragmento de la introducción a Paquito de las Salves de Marceliano Montero. En versión de Jorge Suárez. La Paz: Plural editores, 2022. Presentación del libro: Viernes 10 de junio, 18:00. Ferial del Libro de Santa Cruz, Salón Raúl Otero Reiche].