El Pocholo y su marida: el cierre de un mal año

 

Uno: Dicen que El Pocholo y su marida, amor a lo gorrión es la película boliviana más taquillera del 2010. No me queda claro si el dato se refiere a una sala cine o a todas, a una ciudad (La Paz) o a varias, y de qué números estamos hablando. La noticia, por otra parte, no señala ninguna gran injusticia: está bien que haya sido la más taquillera.  

Dos: Porque, como se sabe, no ha sido este un buen año para el cine boliviano. El formato digital es en parte culpable: sí, es más fácil y barato hacer cine; pero no, esa facilidad no resuelve por arte de magia el resto. Por “resto” entendemos aquí lo siguiente: a) malos guiones, escasamente trabajados o, lo que es peor, de una anorexia intelectual un tanto escandalosa; b) películas en las que los realizadores parecen estar haciendo su entrenamiento in situ en los rudimentos del “lenguaje cinematográfico”; c) poca o nula dirección de actores (este fue un año de sobreactuaciones o teatro filmado o gente paralizada frente a la cámara: el método actoral del ciervo encandilado).

Tres: Y fue un año de exploración de “géneros”: películas de horror (Casting), acción (Provocación), comedias negras (Gud Bisnes), melodramas a la “amores perros” (Cruces), el último tango en La Paz (Sirwiñacuy, que ojalá sea el último), etc. Un conjunto algo triste, consumido por un agudo bovarimo: la pulsión por imitar o reproducir sin estar del todo consciente del carácter mimético de tales actos de enajenación. El uso de fórmulas genéricas, en estos casos, no revela sino la vacuidad: se acude a ellas porque nos distraen del trabajo de sostener una historia. (Dos excepciones en este paranorama triste: las a ratos apreciables El juego de la araña y la mariposa de Sarabia/Ortiz e InalMama de Eduardo López).

Cuatro: “Si no tenemos nada que decir es mejor callarse”: no sería este un mal lema, casi terapéutico, para el cine boliviano. Y si tenemos algo que decir, un poco de humildad sería hasta conveniente. Funciona a veces en otras artes: antes de escribir una novela, por ejemplo, no es mala idea leer novelas, tratar de aprender a escribir y trabajar mucho, mucho en lo que se escribe. La otra opción, más frecuente, ya la conocemos: escribir o filmar como actos de vanidad, esos que nos permiten decir a los amigos “estoy terminando mi novela” o “estoy filmando mi película”. En el cine, esa vanidad tiene un inconveniente adicional: cuesta mucha plata.

Cinco: El Pocholo y su marida resume, como cine, los defectos generales de la producción boliviana del 2010. A saber: a) un guión escasamente trabajado, pretexto en realidad para enlazar una serie de secuencias; b) torpeza en el manejo del abc del lenguaje cinematográfico (volvemos, por ejemplo, a la “técnica Robespierre” del encuadre: se cortan cabezas sin misericordia); c) la música entendida como didáctica ilustración del registro dramático de las partes: la escena de acción va con “música de acción”, la cómica con musiquita de parque de diversiones; etc; d) las sobreactuaciones en tanto método actoral; etc.

Seis: Se puede abundar en aquello que no funciona en El Pocholo y su marida. Por ejemplo que, incluso para recientes estándares bolivianos, la música es una lágrima (algo así como usar tonos de celular para musicalizar toda una película). O que sus incoherencias narrativas son un tanto más intensas (¿qué pito juega esa secuencia con un absurdo campamento de gitanos?). O que ciertas deficiencias simplemente técnicas la hacen difícil de seguir (el doblaje es espantoso: algunos diálogos nos asustan por su volumen, otros se escuchan apenas). Pero creo que todo esto es secundario. Lo que importa es saber si nos reímos o no.

Siete: Sí, nos reímos a momentos. Y lo hacemos porque Guery Sandóval, el Pocholo, es chistoso, sobre todo cuando no está tratando de contarnos, bastante mal, la serie de enredos incluidos en el guión. Es chistoso cuando se relaja, cuando conversa con sus amigos o su marida, Patíbula Iceberg. Cuando explora, verbalmente, maneras de decir las cosas y abandona lo que el resto del elenco está tratando de hacer (seguir el guión). Hay algo reconfortante en él: su presencia, en pantalla, nos alegra, nos pone de buen humor, nos tranquiliza. Con un buen guión y un buen director, Sandóval sería magnífico.

Ocho: Y hasta olvidamos la premisa del asunto: que un marido dominado y abusado sea, casi automáticamente, chistoso (premisa patriarcal a lo sumo: ¿por qué la situación inversa no causa gracia?). Olvidamos que las mujeres se la pasan gritando (con esos énfasis telenovelescos insufribles: “Te he DICHO que eres un ESTÚPIDO y NO voy a aguantar”, etc.). Porque, en este mundo, la mujer es reducida a aquel ruido constante que nos recrimina las borracheras, el desempleo, la infidelidad.

Y medio: Salgo del cine y a veinte metros, sobre la acera, una señora vende DVDs. Le compro un par de películas con el plan de oficiar un acto de limpieza: ir a casa, verlas y tratar de recordar qué es o qué puede ser el cine. Un acto no siempre fácil en estos días. Una señora se acerca y pregunta si “tiene la del Pocholo”. La vendedora responde que sí y que “es copia del original”. Así dice.

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