En la llorería, con Sivak

“La llorería” es el más reciente libro del periodista y escritor argentino, muy conocido en Bolivia, Martín Sivak. El libro fluye con naturalidad: la primera mitad me la leí “de una sentada” en un vuelo largo, perfecto para una cita literaria. Ya en mi casa, Antonia, mi bebé de un año, se obsesionó con morder el gorro del niño (¿Martín?) de la portada. La maternidad mantiene una relación tensa con el hábito de la lectura; al final del día, después de acostar a dos, la opción “dormir” se impone. Pero “La llorería” venció el sueño.

Esta historia se despliega en el tiempo y el espacio. Transcurre entre 2002 y el presente, en lugares distintos del mundo. Nos habla del desamor, del dolor por la pérdida de la madre, de los padres, de la amistad verdadera que no conoce fronteras ni edades. Cada uno de estos elementos nos conduce una y otra vez a la “llorería”.

En Tarija (mi pueblo) se dice mucho, cuando alguien está dramatizando, “a llorar a la llorería”. Sivak cuenta que su padre utilizaba esa expresión con los hinchas de fútbol que perdían. Por eso bautizó así a su libro: la llorería es ese lugar simbólico donde escuchas una canción “corta venas” y no puedes parar de llorar, o miras por la ventana y calculas lo insignificante de tu vida sin “ese” amor… algo que puede parecer divertido si es observado desde lejos. Martín hace el trayecto de la risa al llanto y del llanto a la risa en un solo paso, como suele ocurrir también en la vida.

En su anterior novela, “El salto de papá” (2017), este autor escribe con un dolor profundo sobre el suicidio de su padre: es imposible que el lector no termine cubierto de lágrimas, sobre todo si ha perdido al suyo. Recuerdo que cuando terminé el libro le escribí inmediatamente para decirle cuánto lamentaba lo que había vivido. Me atraganté, no podía parar de llorar; quería abrazar a los hermanos Sivak… y luego abrazar a los míos.

En la presentación de este libro en La Paz, Alfredo Grieco y Bavio –un gran intelectual argentino políglota que conoce el latín desde los nueve años– recogió una frase del libro que decía algo así: “esta familia de mierda no me dejó nada”. Grieco replicó que eso era falso, que Martín había recibido de su familia algo que probablemente el dinero no obtiene: “el encanto de la burguesía”. Sivak, proveniente de un linaje “old money”, observa a la élite y se permite licencias que solo quienes pertenecen a ella pueden darse.

En “El salto de papá” criticó a la élite económica y social argentina. En “La llorería”, a la élite cultural. Por ejemplo, cuenta sobre un exitoso editor que conoció en la Feria del Libro de Londres (“le gusta viajar, caminar y ser feliz”) después de que este le confesara que trabaja muy poco, prefiere viajar y “es feliz con tan poco” (en alusión a un viaje al sur del mundo que hizo caminando durante más de mes). “Cosmopolitismo impostado”, comenta Sivak: amigos de todas partes de mundo, varios idiomas, culturas, buenas pagas y libertad.

“Vértigos de lo inesperado” (2024) es su libro sobre la caída de Evo Morales y su exilio. Leerlo significó mucho para mí. A ojos de la mayoría será únicamente periodismo de valor, pero para mí fue más: reviví un conflicto que me cambió la vida en muchos sentidos.

“La llorería” es un texto más liviano (y divertido) que los anteriores, pero no menos triste. Con humor fino, Martín cuenta sus pérdidas: amores que se fueron; cosas que somos capaces de hacer cuando el amor nos abandona; la imaginación de encuentros que nunca tendrán lugar. Puede doler tanto a los veinte como a los cuarenta. No hay nadie que, al menos una vez en la vida, no haya salido magullado por amor.

Su madre, a diferencia de su padre, “decidió quedarse”, como él mismo lo narra. Ella no se suicidó, se enfermó y dio batalla, le puso buena cara y siguió. Entrevisté a Sivak en La Paz en 2018 y le pregunté por qué en el libro sobre su papá no nombraba a su mamá. “Eso es mío”, me contestó. Y lo es. La carta póstuma que escribió a su madre lo prueba.

Poco antes de terminar “La llorería”, el escritor recibió un premio: encontró unas cartas de amor que su madre aún joven le escribió a su padre; (re)descubrió que vino del lugar del que idealmente deberíamos venir todos: el amor.

Uno de los personajes del libro es Sean Langan, un periodista de guerra británico (temerario, decidido) con quien Martín viajó desde Buenos Aires hasta Tijuana. El primer proyecto para “La llorería” era solo la historia de Sean, pero se atravesó la vida misma y esta quedó como una historia dentro de otras. Quien terminó en el centro fue Martín, pues, en medio del periplo con Sean, murió su madre, se enamoró, lo dejaron…

Sean afirma: “Este es un libro de autoayuda”. Añadiré: no tanto para el lector como para el escritor. Y está bien que así sea, porque los libros deben servir para algo. (Bueno, lo último es un chiste).  

Langan tiene una vida fascinante: su adicción al peligro lo ha metido en grandes apuros, como ser secuestrado por los talibanes durante tres meses en la frontera Afganistán-Pakistán, algo que lo convirtió en mega famoso. Cuando milagrosamente lo soltaron volvió a Londres y en una cena se encontró con Tom Hanks, al que conocía, como la gran mayoría, por sus películas. Saen aprovechó su gran historia y le contó el secuestro durante una hora.

Sobre el viaje con Sivak, Sean dice que es “lo mejor que me pasó”. Hubo riesgos, no del tamaño de los de Medio Oriente, pero cada lugar con su lío. Se subieron a avionetas ruidosas en la selva mexicana, con el propósito de encontrar al comandante Marcos; recorrieron nuestro “patio” de canto a rabo; se encontraron con personajes como Hugo Chávez, Evo Morales y un sinfín de periodistas y personeros gubernamentales singulares. Protagonizaron una escena macondiana en Bolivia con el expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Martín casi omitió la anécdota, porque era delicada, pero Sean le insistió en que la pusiera: “ya estoy divorciado, cuéntala”.   

Langan se farreó tanto la noche anterior a la entrevista, que al día siguiente a duras penas podía hablar; tenía la mandíbula atascada o pasamada, no sé, lo cierto es que era inutilizable. Así que la entrevista se realizó, pero no hubo ni una sola repregunta…

Hace poco cené con un entrañable amigo/escritor español que se gana la vida como detective; le pregunté por qué no escribió sobre una cena surrealista en la que participaron varios personajes bolivianos célebres (alguno ya fallecido). Me respondió: “nadie lo creería, en Bolivia todo el tiempo pasan cosas increíbles”. La entrevista de Sean a “Goni” es una de esas cosas.

Sean hizo lo que hacen los adictos al peligro: volvió a la guerra. Quedó archivada la promesa de no exponerse que le había hecho a sus hijos tras su secuestro. El año pasado estuvo en la guerra en Ucrania y, sin ser pro ruso, filmó desde el lado ruso sus reportajes: riesgo de los riesgos.

Martín, al que vamos a definir al más puro estilo futbolero como “un llorón”, es un gran escritor. No sé si es plenamente consciente de la vida tan interesante que tiene, ojalá que sí. Mientras escribía este libro tuvo el segundo hijo que tanto deseaba: porque la vida está llena de pérdidas… y también, de recompensas.

Al leerlo me embarga cierta melancolía sobre lo que significó el inicio de este siglo para la izquierda continental, que él retrató tan bien. Lloro en la llorería por el final que acaba de tener en Bolivia.

Gracias por compartirnos esto, querido Martín.

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