Jurassic World: El reino caído

Michael Crichton fue un excelente autor de libros de entretenimiento, de best-sellers basados en abundante e interesante información sobre historia, ciencia o crimen. Estudió antropología y medicina, esta última carrera nada menos que en Harvard, pero abandonó tales oficios por la escritura. Como era esperable, se especializó en la realización de thrillers científicos, elaborados en torno a los últimos adelantos tecnológicos, como la computación en “El hombre terminal” y la genética en “Jurassic Park”.

La novela “Jurassic Park” y su secuela “El mundo perdido” fueron sus obras de mayor impacto, porque fueron llevadas al cine por Steven Spielberg. Un enamorado de la aventura realista, empero, podría mencionar también sus novelas históricas: “El gran robo del tren” y “El décimo tercer guerrero”. Una novela suya en la que los dos tipos intereses aparecen mezclados es “Timeline”, en la que Crichton cuenta un viaje en el tiempo y, simultáneamente, cómo se vivía (y moría) en la Edad Media.

En la mayor parte de sus obras el escritor estadounidense muestra su gran familiaridad con la ciencia actual, sus temas, sus dilemas y procedimientos. Sin embargo, también polemizó con los científicos, en especial en torno al cambio climático, que el no consideraba de origen puramente humano.

La novela que se encontró en su computadora después de su muerte en 2008 se llama “Latitudes piratas”, lo que confirma que Crichton fue un continuador de Stevenson, Verne, Conan Doyle y otros exploradores de los temas que entusiasman a los niños.

“Jurassic Park”

Crichton y Spielberg… Uno, por medio de la palabra, y el otro, de la imagen, hicieron de “Jurassic Park” un clásico del cine de ciencia ficción. El filme incluye una de las escenas paradigmáticas del género. Ésta ocurre en un parque de diversiones que tiene como principal atractivo a los dinosaurios redivivos por la tecnología genética contratada por el excéntrico millonario John Hammon (Richard Attenborough), a partir de la sangre de los grandes saurios que quedara en antiquísimos mosquitos fósiles, los cuales llegaron a nuestros días atrapados en ámbar. La secuencia comienza cuando un equipo externo de expertos arriba a la isla donde está emplazado el parque. Mientras el equipo lo atraviesa en un automóvil, aparece repentinamente “algo” que la cámara no muestra, detenida como está en los asombrados rostros de los visitantes. Los espectadores podemos anticipar que se trata de los dinosaurios “restaurados”, pero no sabemos qué apariencia tendrán estos. Entonces el plano se abre y vemos a un grupo de gigantescos brontosaurios caminando por la pantalla… Es una gran escena, un hito en la larga carrera del arte por dar verosimilitud a las fantasías de la mente humana. Por supuesto que los dinosaurios ya habían resucitado en libros muy anteriores al de Crichton, como en el homónimo “El mundo perdido” de Arthur Conan Doyle. Pero solo en este momento vuelven a la vida como imágenes en movimiento. Todos los intentos previos de resucitarlos habían fallado, a causa de las limitaciones de los efectos especiales.

Crichton tuvo una lógica y por tanto verosímil idea –la idea de la obtención en el ámbar del ADN de los animales extintos–, la cual nos permitía suponer, así fuera en sueños, que el retorno de los dinosaurios era posible. En torno a esta idea creó situaciones que le permitían aprovechar el miedo y, simultáneamente, la fascinación que los dinosaurios despiertan en nosotros. Fiel a su espíritu, añadió muchas avanzadas hipótesis paleontológicas, por ejemplo, la de que en realidad los dinosaurios tenían sangre caliente. Así fue como creó “Jurassic Park”.

Pero Crichton era aún más sutil. No se conformó con hablar en su libro de lo ya señalado, sino que también incorporó (y pasó pálidamente al filme) un pensamiento científico y filosófico que estaba de moda en los años 90: la “teoría del caos”. Esta teoría muestra el carácter esencialmente impredecible de los sistemas complejos, o sistemas en los cuales una variable no causa una respuesta directa, sino una entre varias posibles. Dicho de otra manera, de los sistemas que tienden al desorden, al “caos”. Uno de estos es, por supuesto, el organismo vivo. Otro, y con mayor razón, el cúmulo de estos organismos. En estos sistemas estocásticos o “no deterministas” una acción puede dar lugar a infinitas reacciones imposibles de predecir. La acción de clonar dinosaurios, entonces, ha de tener efectos muy diversos y posiblemente desastrosos.

Crichton introduce esta problemática para cubrir los aspectos éticos de su tema central, el biotecnológico. Manipular la naturaleza y entregarle a los seres humanos un poder que estaba reservado a Dios suele disparar las alarmas éticas. Y es que, en efecto, la intervención del ser humano tiende a aumentar la entropía (o el caos) de la naturaleza. ¿No es esto, precisamente, lo que produce el calentamiento global? “Hay que detenerse”, dice en la película el especialista Ian Malcolm (Jeff Goldblum), aunque sin ser particularmente oído por Hammon.

“Jurassic World II”

Todos estos elementos y matices, que, insisto, hicieron de “Jurassic Park” un clásico, se han ido difuminando conforme la secuela se convertía en una franquicia, la cual ya anda por la segunda versión, que incluye “Jurassic World” y la actual “Jurassic World: El reino caído”. A lo largo de esta transformación el espectáculo se ha ido cifrando en dos fórmulas menos sofisticadas que la mencionada: a) la presentación de nuevas variedades de animales antediluvianos (incluyendo monstruos marinos previos al Jurásico), que para más innovación fueron complementadas por variedades “hechizas” de dinosaurios; y b) la exageración de la inteligencia de estas criaturas, en particular del “velociraptor”, al punto de convertirlas en “domesticables” (satisfaciendo así el sueño de todo chico pequeño: tener como mascota un dinosaurio).

La última entrega de la franquicia lleva estas fórmulas hasta el desquicio. Como ya no hay confianza en que el suspenso por la huida de las personas de los monstruos sea suficiente para llevar a la gente a las salas, se ha añadido un volcán en erupción, velociraptores con sentimientos, una subasta de animales y peleas entre dinosaurios casi conscientes, incluso en las escaleras y los techos de una casa de familia. Ian Malcolm vuelve a aparecer, pero solamente para lanzar unos discursos incomprensibles o, más bien, unos discursos de los que solo se comprende una cosa: que seguiremos teniendo películas del “universo Jurassic”, sobre las que habría que preguntarse qué diría Crichton. La última película “inspirada en sus personajes” está teniendo gran éxito de público, pese a su incoherente relato. No es la clase de interés, sin embargo, entre curioso y azorado, que el escritor solía despertar. Se trata simplemente de unas ganas generalizadas de aturdirse, subir el nivel de adrenalina en la sangre y comerse unas deliciosas palomitas de maíz.

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