LA LA LAND

El musical es un género en el que generalmente  la forma tiende a arrastrar al contenido. Al igual que en cualquier otra manifestación artística, ambos elementos forman una “nueva unidad indisoluble”,  y en este caso, por sus características, lo formal parece tender a tener un rol predominante.

En él,  las piezas musicales (canciones casi siempre), son el elemento clave en la narración. En ese sentido la música no es “incidental”, no solo juega el rol de complemento de la imagen y de los diálogos,  y tampoco es un elemento adicional puesto para reforzar determinado aspecto de la historia (y/o su  potencial comercial). En este caso son los diálogos tradicionales, los que tienen un rol complementario (aunque hay  musicales “radicales” que tienden a eliminarlos por completo, “Jesucristo Superestar” por ejemplo).

El musical junto con el western es el género que expresó de mejor manera el dominio mundial que la cultura norteamericana logró a través del cine casi desde su nacimiento, y es interesante observar como ambos, si bien gozaron de una enorme popularidad en las primeras décadas del anterior siglo, prácticamente desaparecieron en los años sesenta,  en el momento en que se registró la  mayor “izquierdización” del mundo.

Lo que ocurre es que los dos fueron expresiones de una visión elemental y conservadora. En el western encontramos la división maniquea de la sociedad entre el “bien” y el “mal”, y en el musical la descripción de una realidad ingenua y edulcorada.  Ambos esquemas hicieron “crash” con el surgimiento de los antihéroes, la liberalización de la sexualidad, el nuevo rol que reclamaban las mujeres, etc. El western hizo su intento por sobrevivir con “aggiornamientos” como los de las películas de Sergio Leone (el “spaguetti western”) y Sam Peckinpah, y el musical quiso remozarse bebiendo del rock emergente (títulos como “Hair”, la ya mencionada “Jesucristo…”, etc.), y sobre todo con las películas de Bob Fosse; “Cabaret” y “All That Jazz”.  En las décadas recientes (en las que la “derechización” ha vuelto a imponerse de manera creciente), el lugar del western ha sido ocupado de alguna manera por las  “space – opera” (a partir de la “Guerra de Las Galaxias”) y por las películas de superhéroes, pero el sitio del musical  ha permanecido vacío.

“La La Land” no pretende remozar el género (dotarlo de nuevos elementos o problematizarlo), sino más bien homenajearlo, mediante un ejercicio estilístico impecable. En la primera secuencia, la autopista atascada de Los Angeles, ejemplo de una realidad sórdida e irritante, se convierte en una estilizada pista de baile; y a partir de ese momento asistimos a la construcción de un universo encantador, construido con colores compactos y brillantes.

“La La Land” es una enorme referencia al cine clásico de Hollywood. Parte del crédito inicial que anuncia el “cinemascope” y continua en los diálogos (que mencionan permanentemente a títulos como “La Fiera de Mi Niña” y “Casa Blanca”), en determinados pasos de baile (“Cantando Bajo la Lluvia”) o en referencias cinéfilas directas (la exhibición de “Rebelde Sin Causa”).

“La la Land” es una oda al pasado, en el que inclusive los pocos elementos de tecnología que se muestran, pareciera que quieren obstruir el romance (el celular que evita el primer beso y la cinta en el cine que se quema y evita el segundo).

El director – guionista Damian Chazelle, logra armar una historia entretenida y coherente en base a un argumento sencillo, que no se pierde en vueltas argumentales. A través de las cuatro estaciones del año, describe las peripecias de una relación de pareja: el destino – casualidad que insiste en acercar a la pareja, los roces iniciales, la atracción, el clímax romántico y finalmente el desencuentro y el final melancólico. La pelea de los protagonistas es por el éxito y el amor y por lo menos consiguen el primero. En este caso también ha recurrido a las temáticas clásicas del género: el romance y la lucha por alcanzar los sueños (la odisea del recién llegado que quiere triunfar en la ciudad).

Uno de los principales méritos de Chazelle se centra en su falta de timidez formal, no tiene miedo de mostrar al espectador las calles de la ciudad como expresiones de ensueño, y tampoco de pasar a la fantasía misma con la mayor naturalidad; por eso también es que la película fluye sin problemas en sus más de dos horas de duración.

Varios comentaristas se han mostrado sorprendidos por la cantidad de globos de oro que ha ganado la película (siete) y por la cantidad de sus nominaciones al Oscar (catorce). Ambos datos nos hablan de la enorme calidad formal de la cinta, expresada tanto en los rubros puramente técnicos (sonido, fotografía), como en los de relacionados con el “arte” (vestuario, maquillaje). ¿Premiara la academia también los creativos (especialmente guion y dirección)?, es probable que sí, dado el carácter conservador de sus miembros ya explicado en detalle en esta columna por mi colega Mauricio Souza. En todo caso siempre puede haber margen para alguna sorpresa.

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